Opinión

Un acertijo infinito

Cada vez que despertamos asumimos un contrato vital no escrito al llegar a este mundo: tomar decisiones. Desde que nos emancipamos del Paraíso, el ser humano perdió la capacidad de vivir a secas, careciendo de preocupaciones. Ahora, sin poder evitarlo, debemos elegir
Eo.pg

"ESTA MAÑANA desayuno o no? ¿Escojo el pantalón vaquero o mejor el de pana? Que ya refresca". Estas son las pequeñas cuestiones que nos bombardean desde el momento en que despegamos los párpados, obligaciones y decisiones que tomar. Pero de estas nimieces, nacen otras mayores. "¿Tiene sentido que vaya a trabajar? ¿Realmente aporto algo? ¿Y si me quedo en casa? ¿Y si me voy para siempre sin dejar rastro?".

En estas cuestiones existenciales que se dan bajo la ducha nos encontramos con nuestro Charlie Kaufman (Nueva York, 1958) interior, un escritor de cine —que no guionista— que se ha visto obligado a dirigir sus películas por falta de voluntarios a plasmar sus locuras. La mayor de nuestras decisiones, por absurda que parezca, es decidir que un día existe por el simple motivo de levantarnos de la cama. Sí, he abierto los ojos, pero hoy no es hoy.

En su nueva película I’m thinking of ending things (Estoy pensando en dejarlo, Netflix), el director vuelve a las mayores cuestiones que han aprisionado la libertad del ser humano desde el éxodo divino: el amor, la familia, el tiempo y el individuo. Sin embargo, y debido a su sello personal, estos elementos no son retratados con profundas y explícitas reflexiones, sino con un disparatado surrealismo más cercano a David Lynch.

Kaufman realiza asociaciones ilógicas, en un principio, que terminan formando un nudo en el que todo está conectado y resulta condicionante entre sí. Su cine no es cine para todos, pero ningún cine es para todos. En este caso, quien sea capaz de superar la primera hora de visionado se sentirá atrapado por una manera muy peculiar de observar la vida, con un detallismo mordaz, clarividente, despojado de borlas y adornos.

En I’m thinking of ending things el tiempo es fundamental, tanto como para nosotros. De ser la persona que visita a sus suegros por primera vez pasas a ser los suegros de alguien muy rápido, en dos minutos de tu existencia, y pronto te ves en los ancianos que fueron tus padres. Y todo depende de tus elecciones, de las respuestas que hayas dado a las cuestiones de cada mañana.

El director entiende que hay algo social en nuestra especie que nos impide dañar las emociones de quien queremos, algo que nos hace pacientes esperando una recompensa por los sacrificios

Esta última película de Kaufman gira alrededor de la huida, de las señales que la vida nos deja para que, de alguna manera irracional, las interpretemos y tomemos decisiones. Pero en esta cinta, más cercana a Ionesco que a Buero Vallejo, lo absurdo se conjuga con John Cassavetes, el musical Oklahoma! y mucha poesía para mostrar la verdadera naturaleza de no dejar las cosas a tiempo: ser prisionero y guardián de nosotros mismos.

El director entiende que hay algo social en nuestra especie que nos impide dañar las emociones de quien queremos, algo que nos hace pacientes esperando una recompensa por los sacrificios. "Los humanos, incapaces de vivir en el presente, inventaron la esperanza", dice uno de sus personajes. Y, lo más probable, es que no le falte razón.

Vivimos un falso tiempo, a medio camino entre las proyecciones del futuro y las consecuencias del pasado. Existimos pensando en próximas decisiones y recibiendo el resultado de las últimas. Y del fracaso nacen preguntas, pero muchos más miedos. En su primera película, Synecdoche, New York, Kaufman sintetiza estos temores: ¿Y si no soy tan bueno como me creo? ¿Y si no sirvo? ¿Y si no triunfo? ¿Quién soy?

Dicen que en la vida uno ha de plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro. Lo que no te dicen es que has de cuidar al árbol los primeros años, pues podría haber sequías o inundaciones, plagas o incendios. El libro podría resultar pésimo, aburrido, intrascendente y, en el peor de los casos, descubrirás que no vales para escribir. Pero es el hijo el verdadero desafío, combinando el miedo a ambas cosas y dándole un nuevo valor, uno humano.

Todos conocemos a alguien que duda de su habilidad para ser padre. Las instrucciones son sencillas, como las del árbol, simplemente has de cuidarlo en sus peores momentos y admirarlo en su apogeo y, al igual que con el libro, comenzarás ante un folio en blanco, sin saber qué hacer, creyendo que lo haces mal.

En estos miedos habita la sociedad, compartidos y adaptados a los pánicos de cada uno pero remitiendo al mismo fin paralizante: no actuar.


En estos miedos habita la sociedad, compartidos y adaptados a los pánicos de cada uno pero remitiendo al mismo fin paralizante: no actuar. El fracaso se ha convertido en el peor de los resultados después de vivir en los tiempos del "quien no arriesga, no gana". Y de esos miedos, todas nuestras cuestiones.

Cuenta la leyenda griega que para entrar en la ciudad de Tebas, debías primero resolver el acertijo de La Esfinge, una experta que había aprendido a recitar con las Musas. Me gustaría saber qué hubiese pasado si en lugar de Edipo, el héroe de la historia fuese Charlie Kaufman. Quizás no habría adivinanza y La Esfinge se encendería un cigarro, agobiada por las preguntas que el director le haría sobre su existencia, y se rendiría.

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