Opinión

Berlín en Lisboa

"Me ha llamado la atención el aumento de turistas en Lisboa y lo lentamente que va ganándole terreno al deterioro"

MI AMIGO Javi divide a las personas en dos grupos: a las que les gusta Lisboa y las que dicen que jo, bien, pero está muy hecha polvo y sucia —y, como a él le encantan los paréntesis, uso este para aclarar que el grupo de los que no conocen la ciudad es, en este tema, irrelevante—. Y que a él le caen bien los primeros. Y yo soy de esos, por supuesto; razón por la cual este mes hemos ido allí una vez más. Para mí era aproximadamente la decimoquinta visita, así que más o menos la conozco; aunque, como nunca he contado con un guía local que me condujese fuera del camino trillado, me temo que mi punto de vista no es demasiado original.

Pues eso, que Lisboa me encanta. Pero hacía siete años de nuestro último viaje y dos cosas me han llamado la atención: el aumento evidente de turistas, que nos hemos convertido en una marea incontenible y así seguiremos hasta que el apocalipsis acabe con nosotros, y lo lentamente que la ciudad va ganándole terreno al deterioro. Y ya digo que yo soy del primer grupo hasta el fin, pero me sorprendió que en la Praza do Rossio siga habiendo tejados que se caen. Y sé que no es justo tomar esto como indicador, porque en esta cuestión entra a jugar la definición de prioridades —y no cabe duda de que las hay mayores—, pero es difícil no sacar conclusiones poco optimistas.

Mi hijo Carlos estuvo enfermo mientras estábamos allí, y me pasé casi dos tardes tumbado a su lado en la cama mientras él dormía con la fiebre, en nuestro apartamento en un semisótano. Y sin embargo fueron dos tardes muy agradables, también por dos cosas: por pasar tiempo lento a su lado atendiéndolo, sin estar preocupado de verdad, y por lo que leí mientras lo hacía.

Aroa Moreno es también amiga mía, y el año pasado publicó con Caballo de Troya, de la mano de otra amiga más, Lara Moreno, la novela La hija del comunista, que ha sido galardonada con el Premio El Ojo Crítico. Y es lo que leí, y me gustó mucho. La historia es la de una niña del Berlín Este, hija de comunistas españoles exiliados. La novela es corta pero abarca muchos años, y los cuenta muy bien. Porque Aroa escribe muy bien. Aunque de un modo poco convencional, porque es poeta. Y se nota. Se nota en las elipsis del discurso, que no es típicamente narrativo, tan visual, tan limpio de paja, tan eficiente y profundo como la poesía. Aroa cuenta solo lo que importa. Lo ve, lo reconoce y lo cuenta. Y todo lo que valía la pena queda dicho. Y uno lo entiende. Por eso, porque mira así y porque sabe hacerlo ver, es escritora.

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