Opinión

Esto no es Nueva York

Me he mudado. Bastante lejos de la Gran Manzana. El viaje que más me gustaría hacer, junto con el Transiberiano, sería a Nueva York, a pasar unos días o, si pudiera, una temporada. Pero ya no sé si alguna vez lo haré. Y, mientras, leo, como leo en lugar de hacer tantas cosas.

Esto es Nueva York, de Elwyn Brook White, un escritor y columnista que comenzó su carrera a principios de los años treinta, es un librito de poco más de cuarenta páginas tamaño cuartilla, un retrato de la ciudad escrito en el verano de 1948. Me lo regaló Marta y lo leí durante dos cafés, una mañana y una tarde, en la calle Real, mientras la gente iba o volvía de la playa —aún no he ido a la playa— y yo pasaba el tiempo con esa forma tan satisfactoria y poco espectacular de veranear, que es sentarme a leer a ráfagas, a veces absorto y otras atento a todo lo que pasa alrededor. El libro es maravilloso, sobre todo si uno siente debilidad por aquello. Y yo pienso si debería levantarme y en quince minutos estar en la arena y bañarme casi con la puesta de sol, pero seguro que está muy fría, e ir y no bañarme es peor que no ir. Así que paso otra página.

E. B. White no dice que Nueva York sea mejor que cualquier otra ciudad, ni peor; lo que asegura es que no hay otra igual, ni comparable. O que no la había. Que, por tópica que resulte, esa sensación que de un modo u otro van buscando sus habitantes, solo ella te la da, y es real, o lo fue: la de estar en el centro del mundo.

Mientras, a miles de kilómetros, en un lugar del que E. B. White no oiría hablar jamás, me mudo. Nos mudamos. A una casa que esperamos que acabe siendo nuestra, si todo lo que por el momento discurre en paralelo finalmente confluye donde y cuando debe.

Y no es anecdótico, esto de la propiedad. No ya por su peso material o por la bola económica a la que nos encadenamos, sino por su trascendencia para nosotros como familia. Lo de compartir espacio, lo de que no hubiese tiempos de descanso, ya lo hemos vivido los últimos tres años, pero ahora decidimos hacerlo para siempre. Pues esa es la intención. Y es de una importancia tremenda, creo yo.

Miro trabajar a los operarios de la empresa de mudanzas, a un ritmo frenético. En el tiempo que yo tardo en vaciar la nevera, pensando qué hacer y dónde y cómo colocar cada uno de los alimentos que quedan y no me puedo comer sobre la marcha, ellos hacen desaparecer la cocina entera. Es hipnótico, verlos avanzar como una plaga de langostas, como la marabunta, y ver salir por la ventana cajas y cajas. Las mismas que al final de la jornada aparecen en la casa nueva, y que nunca acaban, que siguen llegando y llenando habitaciones, pasillos, baños, cocina, cubriéndolo todo y subiendo en altura. Y uno está convencido de que aquello es inasumible, que el piso no tiene capacidad física para absorber ese volumen, y que viviremos así para siempre.

Y entonces los de la mudanza te dicen que ya está, que han terminado. Y miras alrededor, cuarto por cuarto, y no los reconoces, y nada tiene que ver todo aquello con lo que tanto te gustaba, y piensas que el hogar que te imaginabas, con el que ya te había dado tiempo a soñar, era una quimera, que va a ser imposible. Que, como mucho, a ver si conseguimos hacer unos pasillos entre las cajas para poder llegar a las camas y dejarnos caer sobre ellas, sudando, a la luz de la bombilla desnuda del techo, que no sabemos ni dónde se apaga.

Pero, al final, conseguimos dormir e incluso ducharnos. Pasamos la primera noche en casa. Cenar, no hemos podido; ni a base de pedir pizza, porque no teníamos infraestructura ni siquiera para eso: servilletas, vasos, cubo de la basura… Así que tomamos algo fuera, y al día siguiente también salimos a desayunar al muelle, porque el desayuno exigiría mucho más que la cena, y, por no tener, ni siquiera tenemos encimera ni, por tanto, fregadero. Salimos contentos, y regresamos contentos. A seguir recogiendo, abriendo cajas y pensando dónde vamos a guardar, por ejemplo, todos los dibujos que conservamos de cuando los niños eran pequeños.

Este verano no vamos de vacaciones a ningún sitio. La casa lo abarca todo. Nueva York tendrá que seguir esperando un año más. Me parece bien. Tendrá que seguir esperando porque estamos ocupados tratando de construir, aquí tan lejos, el centro del mundo.

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