Opinión

Haber sido Paul

El 5 de octubre se cumplieron sesenta años del primer disco de los Beatles. Y hay cosas que solo ocurren una vez. Incluso a los Beatles.
Paul McCartney
photo_camera Paul McCartney

ES VERDAD que los fanáticos no atendemos a razones, y por lo tanto ni los datos objetivos, cuando los hay, ni la opinión mayoritaria nos importan. Pero es que en el caso de los Beatles, aun encima, ambas cosas nos avalan cuando se nos llena la boca diciendo que hace sesenta años nacía el grupo más importante de la historia de la música.

Aproximadamente tres años después, el 1 de agosto de 1965, en una actuación en el ABC Theatre, en la inglesa Blackpool, un jovencísimo Paul McCartney interpretaba por primera vez, solo, únicamente acompañado por su propia guitarra, la mejor canción de todos los tiempos: Yesterday.

Y no debe de ser fácil haber sido aquel Paul McCartney de veintitrés años. Y entiendo que choque un poco esto que digo, pero no, no debe de ser fácil. Como debe de costar haber sido Nadia Comaneci, o Shirley Temple, o Joselito, y haber dejado de serlos. Como le va a costar a Federer dejar de ser el Federer que fue. O como les cuesta a tantos guapos no serlo más.

Una vez me acerqué a un señor de Ferrol, ya mayor, que había hecho un pequeño papel en uno de los éxitos del cine gallego, y le comenté que lo había visto. Cobró vida: se le iluminó la cara y me dijo que, siempre que quisiese, sobre cualquier cosa que me interesase de aquella película, no dudase en preguntarle. Lo que fuese.

 Se me dirá que peor es no haber sido nunca nada, nada especial, y que la fama y el éxito pasados no parecen un hueso demasiado difícil de tragar. Pero yo no estoy de acuerdo. Y no es que McCartney, con sus más de cien millones de discos vendidos, sus veintiún premios Grammy, sus treinta y dos números 1 en el Billboard Hot 100 y su inmensa fortuna, me dé pena. Solo faltaría. Pero no puedo evitar pensar que una parte de él ha seguido recordando cada día de su vida que nunca ha vuelto a ser el Paul de los Beatles, el Paul que enarcaba las cejas cantando, con gesto de cándida indiferencia, Yesterday. Con el agravante, en su caso, de que él ha seguido intentándolo. Ha seguido intentando ser el mismo o, más exactamente, ser alguien que hiciese olvidar al que fue. Alguien ahora, lo suficientemente importante para que dejásemos de referirnos a él, ante todo, como un exBeatle. Lo cual era imposible, como ha comprobado en cada concierto, con cada aparición en público, tras cada nueva composición o al mirarse en el espejo con la esperanza de no haber cambiado mucho.

Porque nosotros, a pesar de las evidencias, casi siempre, casi toda nuestra vida, y porque la esperanza es lo último que se pierde, podemos pensar que tal vez aún podamos hacer algo


Una parte de él tiene que haber sabido siempre, a pesar de sus numerosos éxitos en solitario, de su longeva carrera y del reconocimiento que no ha dejado de ganarse, que tocó techo a los veintipocos años. Que ese fue su momento insuperable. Y no me extrañaría que esa certeza le haya amargado más de lo que sospechamos —o, mejor dicho, de lo que sospechan ustedes—. Y lo persiga cada vez que alguien lo saluda con admiración. Como lo persigue la historia de la composición de ese tema —la melodía soñada y recordada al desperta—, al que vuelven una y otra vez —y no sé qué es más doloroso y significativo— tanto él como tantos y tantos entrevistadores, por mucho tiempo que pase. El tema que nunca ha podido volver a cantar igual: sin pensárselo, sin saber que estaba haciendo historia.

Nosotros no tenemos que lidiar con eso.

Y no es broma. Es importante. Porque nosotros, a pesar de las evidencias, casi siempre, casi toda nuestra vida, y porque la esperanza es lo último que se pierde, podemos pensar que tal vez aún podamos hacer algo. Que nuestro momento, contra todo pronóstico, quizá esté aún por llegar. Que quién sabe.

En cualquier caso, hay, no obstante, algo peor que esa seguridad de no poder volver a ser nunca lo que fuiste. Hay algo peor que haber sido un Beatle. Algo, una sospecha, con la que yo, como tantos, vivo: la de no haber llegado a ser lo que podíamos haber sido. Es una vieja compañera, esa sensación que se va instalando con los años y va mudando de temor a lamento: la de no haber aprovechado nuestra oportunidad.

Peor que haber sido Paul y saber que ya nunca más lo serás, si cabe, es sospechar que, si algo hubiese sucedido de otra manera, si algo hubiese cambiado, si tú hubieses hecho algo distinto, tal vez habrías sido otro. Peor que haberlo sido todo, creo yo, es haberte quedado en aquella promesa de tanto.