Opinión

Imaginaciones mías

Quién no ha cantado delante de un espejo. Quién no ha querido vivir en una fotografía.
Elvis Presley
photo_camera Elvis Presley

VEO UN cuadro de Monet. Se trata de La cabaña de Sainte-Adresse. Búsquenlo. No lo confundan con La terraza de Sainte-Adresse ni con La cabaña en Trouville, marea baja, más conocidos e igual de sugerentes, ambos, aunque por distintas razones. En el que les digo se ve una casita desde arriba y detrás, solo el tejado a dos aguas y una chimenea alta, roja y blanca, en medio de una vegetación frondosa, más arbustos que árboles, y, enfrente, el mar, el mar del Canal.
Tragándome el orgullo, confieso que en Tik-Tok he descubierto una canción, con ya unos años, de One Direction, aquel grupo estereotipado de adolescentes de diseño. Se trata de Night changes. Búsquenla. Es facilona, entra desde la primera vez que uno la escucha. Sigue el típico esquema de un estribillo pegadizo, muy conseguido, repetido una y otra vez entre estrofas de relleno. Y me gusta mucho. También la letra: orgullo fuera.

El mar desde la costa de Normandía, cerca de Honfleur, sobre cuyos almirantes comedores de cebollas escribió Cunqueiro, que escribía sobre lo que le daba la gana. Un mar, incluso en verano, como en el cuadro, rizado, con viento. Hay alguna nube, es Normandía, incluso en verano. Me lo imagino perfectamente, con playas calientes solo un par de horas al día, playas ventosas y largas, donde se pasea con ropa y uno se despeina o sujeta el sombrero de otra época, y mira el horizonte y todo es bonito y un poco triste. Porque el viento es el fenómeno meteorológico más triste; el viento habla de cómo todo pasa y se va.

La canción va de hacerse mayores y de cómo cambian las cosas y, también, pasan y se van. No es profunda, claro, y es repetitiva, repetitivísima, pero tiene algo. Hay un par de frases, «No te vuelve loco / lo rápido que cambia la noche», con las que logran captar un sentimiento, en las que logran decir algo que vale la pena. No me extraña que fuese un éxito, aunque durase lo que duran ahora los éxitos, que también pasan y se van a toda velocidad. Y hay algo comprensible en la atracción del grupo, en la imagen, en esa aura de excepcionalidad con el que ven y nosotros veíamos a los cantantes, a los actores. Quién no ha cantado nunca delante del espejo, cuando era joven, aunque no fuese un adolescente de diseño, y se ha imaginado la fama, el éxito, ser guapo y gustar. Quién.

La belleza siempre me pone un poco triste, como si hiciese saltar las defensa

El mar está salpicado de velas: el tráfico del Canal, en aquella Europa tan diferente, que yo creo que no piensa nunca en nosotros. La vista, la cabaña, el mar verde, los colores, me recuerdan a Vicedo y a la casa que casi tuvimos allí tantos veranos, desde la que también veíamos barcos cruzar y la mar rizada, y nubes, y a veces viento, y un faro, y yo era feliz pero, al mismo tiempo, como siempre, estaba un poco triste, porque sabía que llegaría un día en que ya no iríamos y solo lo recordaría. Recordaría la edad que teníamos todos: esta manera de atascarme. Y porque la belleza siempre me pone un poco triste, como si hiciese saltar las defensas -que ya no están, de por sí, demasiado sujetas nunca- y me tocase ahí dentro, donde más temor hay.

Quién no ha querido gustar. Y se ha imaginado otro; o el mismo, pero en otras circunstancias, colocado de repente en otro escalón. Y quién no ha soñado con vivir en el sito de un cuadro, de una foto, de una película. Que podrían verse, ambas cosas, como deseos frustrantes, no solo por insatisfechos sino por imposibles, como decepciones, como ejemplos de lo que querríamos ser y no somos. Y, aunque en cierto sentido sin duda es así, hay algo en esos anhelos, en esas fantasías, que también forma parte de la vida, de la vida real. Y que no es malo. ¿O no son las ilusiones un ingrediente más de ella, y un ingrediente imprescindible? ¿Y no disfrutamos de ellas continuamente, tanto como de los hechos ciertos o, a veces, más?

Yo he dado muchos conciertos, enamorándola, y he mirado el mar desde las costas de Normandía, desde una casa al sol, oliendo el huerto y oyendo las gaviotas. La imaginación nos da eso. Los libros, las películas, algunas canciones nos dan eso, la posibilidad de vivir algo que no tenemos. De abarcar más, de evadirnos o no, pero al menos alcanzar a ver otros horizontes. Por eso es tan atractivo que, por ejemplo, un cuadro nos sugiera algo, que nos muestre –como un relato, como una foto- una casa, una calle, una luz en una ventana, unos cielos y unas vistas, una playa larga y desierta, un mar, un jardín o una silla, en los que nos podríamos ver, en los que nos vemos viviendo, paseando con alguien, sentados, mirando.

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