Opinión

Montaigne no dudaría

Voy con mi hijo a Carrefour y al salir me pregunta la diferencia entre egoísta y egocéntrico
Montaigne

DICE Montaigne: "Hace varios años que soy yo el único objetivo de mis pensamientos, que no analizo y estudio más que mi propia persona; y si estudio otra cosa, es para aplicármela a mí". Lástima no haber leído ese párrafo antes de ir a la compra. Al final de la explicación le digo a mi hijo que yo no me tengo por egoísta, pero que evidentemente soy egocéntrico, como cualquiera que se atreva a escribir en público sobre sí mismo. Carlos me escucha y responde que él, egoísta.

Pero es que don Michel dice tantas cosas tan asombrosamente aplicables a nuestro tiempo que uno no pararía de citarlo, si tuviera memoria. Se lamenta, por ejemplo, de que estemos sometidos "a la curiosidad y a esa pasión golosa y ávida de noticias que nos hace dejar cualquier cosa con tanta indiscreción e impaciencia para ocuparnos de un recién llegado, y perder todo respeto y toda compostura para abrir rápidamente, estemos donde estemos, las cartas que nos traen". Sustituyan cartas por notificaciones del móvil, y multipliquen esa avidez por mil.

Sigo buscando referencias, mis sitios, en Pontevedra. La otra tarde leí un rato en una mesa de ‘El pasaje’, con un café muy rico. Todavía se podía estar fuera, en el soportal de piedra, que es precioso: qué suerte, las ciudades con soportales. En cuanto a librerías, unos compañeros me recomendaron otra, Paz, que según ellos no era tan bonita pero tenía un gran fondo. Como algunas personas. Fui y ya el escaparate me causó muy buena impresión, que confirmé dentro, al ojear las estanterías atestadas y los libros amontonados. Volveré más adelante, cuando mi cupo de gasto mensual no esté a cero.

El esnobismo de las golondrinas un poco cursi, pero ya casi no me importa. Alguien que, al hablar de un vino tinto, dice que al airearse en la copa parece maravillosamente sentimental, acaba por hacerte gracia.

Wiesenthal cada vez me cae mejor. Ahora escribe sobre el Orient Express y, aunque yo solo haya dormido en el difunto tren hotel Ferrol-Madrid, me siento reflejado en su amor por el tren, y en lo que disfruta al ver la vida desde una ventanilla. Y sigo encontrando el estilo de El esnobismo de las golondrinas un poco cursi, pero ya casi no me importa. Alguien que, al hablar de un vino tinto, dice que al airearse en la copa parece maravillosamente sentimental, acaba por hacerte gracia. Además, me pregunto -y no lo puedo saber, porque es lo único suyo que he leído- si no será algo casi buscado a propósito. Desde luego, el carácter esnob no solo no lo disimula, como queda claro en el título, sino que es algo de lo que presume. Con lo que en realidad viene a desarmarlo, creo yo, pues el esnobismo es una imitación que busca la impostura, que pretende engañar, aparentar lo que no se es; y siempre de cara a los demás, siempre buscando dar una imagen que, por definición, es falsa y forzada. No parece su caso, desde luego. Yo diría que él, más que de esnobismo, habla de un tipo de refinamiento sin duda elitista, y en cierta medida ligado al lujo y a lo sensorial, pero que no se avergüenza en reivindicar como una resistencia contra la decadencia cultural. O contra cierta idea muy particular de decadencia. Como cuando dice que el mundo, en la medida en que se vuelve más eficaz y práctico, se vuelve también menos estético, como los nuevos ricos. Pero que a veces argumenta bien, o al menos mejor, criticando por ejemplo la imposición moderna "de la idea miserable de que un triunfador en los negocios no tiene que aprender nada, porque el único valor es el del dinero". Quién no conoce gente que, al hablar de razones, méritos y posturas vitales, da por hecho que el único veredicto que cuenta es el del saldo de la cuenta corriente. En cambio, él incluso se queja de que su gran éxito de ventas fuese precisamente un libro que no lo representaba, que no era una muestra de la literatura romántica que quería hacer. Vio que eso no lo hacía feliz.

Y precisamente, otro día, en otra librería, iba leyendo autores, Beckett, Graham Greene, Fray Antonio de Guevara, Robert Graves, Celine, etc., y me preguntaba qué habrían supuesto para ellos sus carreras, qué habrían significado sus éxitos. Qué satisfacción, cuánta felicidad les habría proporcionado llegar a escribir como lo hicieron, llegar a ser quienes fueron, y quizá hasta imaginar que algún día, mucho tiempo después de sus muertes, habría gente que cogería un libro suyo de una estantería y lo leería. Y no supe qué pensar, no sé si les habrá proporcionado alguna.

A la mañana siguiente, en cambio, vi pasar por la calle a un matrimonio joven con sus hijos pequeños y, al rato, a la abuela, que iba a su encuentro y ya sonreía sola, pensando en verlos. Y no tuve dudas.

Seguro que Montaigne ha dicho algo al respecto.

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