Opinión

Ni servir ni compadrear

"Que la escritura no sea puro palabreo reluciente"
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AUNQUE EN los últimos tiempos –años, tengo la impresión– me estoy equivocando bastante con las lecturas, y muchos de los libros que he leído me han dejado indiferente y hasta me han sobrado, este verano, para compensar, he tenido dos o tres grandes aciertos. Uno de ellos, recomendado por mi padre, ha sido El narrador y sus historias, de José Jiménez Lozano.

Dado que el otro día me encontré con un antiguo profesor mío de Literatura –antiguo, querido y buen profesor, que me contó que aquello que hacía en Cou, de leernos a Borges en clase, ahora es pura ciencia ficción– y, al menos a bote pronto, no caía en quién era, me parece oportuno aclarar que Jiménez Lozano fue un escritor y periodista abulense, fallecido hace dos años, ligado profesionalmente toda su vida al periódico El Norte de Castilla y ganador, entre otros premios bastante destacables, del Cervantes en 2002. Y este libro, en una edición preciosa de Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, recoge, precisamente, unas conferencias que dio en la propia Residencia ese mismo año, hace ahora veinte.

Habla, podríamos decir, del papel del escritor, de qué le debe y no le debe influir, con qué herramientas cuenta y para qué escribe. Del valor y utilidad de la narrativa, de la ficción, de la novela. De qué importa contar. Y me ha impresionado como hacía bastante que no me impresionaba ninguna lectura.

Jiménez Lozano nació en 1930, y se nota. Lógicamente. Se nota no solo en las cosas que ha visto sino en cómo las ve. Lógicamente, repito. Supongo que llega un momento en que uno deja de pretender dilucidar si cualquier tiempo pasado fue mejor o peor, se olvida de posturas de máximos y de trazar líneas rojas, y comprende que es igual de tonto desconfiar de cualquier novedad por el mero hecho de serlo, que rechazar todo lo anterior justo por lo contrario. Que nuestra trayectoria no es siempre y en todos los planos ni de progreso indiscutible ni de decadencia inevitable. Que hay cosas que mejoran y otras buenas que desaparecen. Y parece que Lozano lo veía así y no tenía ningún problema en decirlo.

Y esa convicción lleva a Jiménez Lozano a afirmar que el escritor no puede ser jamás lo que se suele denominar una persona de su tiempo

Son muchas las ideas interesantes de estas conferencias, que he dejado llenas de subrayados. Pero hay dos que, para mí, destacan entre el resto. Por un lado, como ya he dicho, el papel y utilidad de la escritura y, por lo tanto, la tarea de los escritores, su lugar, sus porqués y para qués. Por otro, el tono o, mejor, el ángulo, el punto de vista desde el que ha de llevarse a cabo dicha tarea, y las herramientas que mejor funcionan para lograrlo, para llegar a donde se quiere, a donde se debe llegar.

Para él, quien escribe le muestra a quien lee un mundo que este no veía o le confirma lo que por su cuenta solo barruntaba, y al hacerlo le da un "plus de alma" en sus adentros. E insiste en que nada tiene que ver, todo esto, con complacencias externas, dejando así claro cuál es el terreno y el cometido de la literatura, y lo alejados que están de lo que denuncia que lleva ya tiempo sucediendo: su transformación en algo cada vez más superficial, de la mano de la conversión del libro en un mero producto de ocio, sujeto, por tanto, a las reglas del mercado, a la mercadotecnia y a las modas efímeras.

Y esa convicción lleva a Jiménez Lozano a afirmar que el escritor no puede ser jamás lo que se suele denominar una persona de su tiempo. Y que debe enfrentarse, por ejemplo, a la doxa, a la opinión imperante. Que solo así puede tratar de ofrecer una visión y una palabra diferentes. De lo contrario, no será más que otro bufón de las circunstancias o, como mucho, otro cronista, y su obra, simples documentos. Interesante, ¿no? Sobre todo porque defender esto es tanto como optar por el fracaso comercial seguro.

No es menos interesante su rechazo al Gran Relato como medio de expresión de la condición humana, de la alegría y el sufrimiento de vivir, la injusticia, el dolor o la esperanza, en favor de la pequeña historia particular de la cotidianidad. Frente a las construcciones intelectuales, ideológicas, políticas, morales o sacrales, demasiado alejadas de la realidad y con demasiada frecuencia normativas y doctrinales, defiende el modesto relato como medio para buscar la belleza y la verdad. El relato modesto que irrumpe en la vida del lector, se le aproxima y lo hiere o lo llena de gozo. Porque le habla de su propia vida. Porque lo sitúa, al paralizar la historia eterna en una escena reconocible y cercana, en el centro del mundo.

La literatura, para Lozano, es algo bastante serio. Debe recordarnos que tenemos un alma, y que esta busca aquellas verdad y belleza. Y debe alimentar ese anhelo, y tratar de satisfacerlo. Eso y no otra cosa. Lo demás, dice, es servir a duques y compadrear con mesoneros.

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