Opinión

¿Puedes comprar brécol?

Antes, sospechábamos que muchas parejas se aburrían juntas. Ahora, gracias a los móviles, estamos seguros.

Esperan mirando cada uno el suyo, pasando pantallas con el pulgar hasta que llega la gran entretenedora, la gran llenadora de tiempo: la comida. La comida siempre nos ha salvado del silencio, es la gran encubridora de la falta de cosas que decirse. Qué haríamos, en tantas ocasiones, si no tuviéramos que comer. Lo malo es cuando únicamente contamos con un café: seguimos solos ante el peligro.

Antes, seguramente nos aburríamos lo mismo, pero el móvil ha conseguido que ya no tengamos ni que intentar superarlo. Ya podemos seguir sentados, cada uno a su lado de la mesa, y renunciar a tratar de hacer algo de aquel momento. Antes, a base de probar, cabía la posibilidad de acabar hablándose, pero ya no hace falta. Y hasta podemos enseñarnos un vídeo gracioso de vez en cuando.

Ser un intenso es un coñazo. Ser un melón hueco, otro. Lo único peor debe de ser una mezcla de ambas cosas: ser completamente superficial, pero considerarse interesante y querer dejarlo claro a base de copiar gestos, de imitar poses. Y la exposición pública permanente a la que nos sometemos, aunque no esté al nivel de la de nuestros hijos, no deja de fomentarlo. Seré yo.

El Vicio Solitario - Portorosa

Ilja Leonard Pfeijffer reconoce en Grand Hotel Europa que sus problemas no resisten la menor comparación con los de demasiada gente; pero al mismo tiempo sabe que para él es imposible no darles importancia, porque son los suyos. No es egoísmo: es que nuestra vida es lo único de lo que estamos medianamente seguros, y así resulta difícil no centrarse en ella. Ni la más sincera generosidad ni la mayor amplitud de miras pueden hacernos desviar por mucho tiempo nuestra atención de nosotros mismos, lo sepamos o no y lo conduzcamos como lo conduzcamos, ensimismándonos en nuestro rincón o convirtiéndonos en mártires de la causa más justa.

Estoy escribiendo todas estas cosas, en un bar, y me llama Marta. Que si puedo comprar brécol de camino a casa, que no hay. Le digo que sí. Y hierbabuena, añade. Que también. Y sigo ensimismado, con una cerveza a mi lado.

Dice el polémico psicólogo Jordan Peterson, en un vídeo, que la felicidad no consiste en estar en una tumbona en una playa en las Bermudas tomándose un daiquiri. Que la felicidad reside en cómo te reciben cada tarde al llegar a casa. El daiquiri en la playa, o el fin de semana romántico con cena incluida, son válidos, cuentan, pero tienen poco peso, son demasiado excepcionales como para que nuestra satisfacción pueda residir en ellos –y, si no lo fueran, acabarían perdiendo incluso ese atractivo que nos deslumbra–. Lo que cuenta es lo que nos pasa mucho, o, mejor aún, lo que nos pasa todos los días: la primera sensación al despertar, la persona a tu lado en la cama, si te duele algo o no, si te apetece hacer el desayuno, y si tu primer pensamiento consciente te devuelve tranquilidad o preocupación. No hace falta esperar a ver cómo nos reciben al llegar a casa: basta con fijarse en las ganas con que metemos la llave en la cerradura.

No hace falta esperar a ver cómo nos reciben al llegar a casa: basta con fijarse en las ganas con que metemos la llave en la cerradura

Un fondo de tranquilidad y personas que quieras y te quieran. Y, sobre esa base, algunos alicientes, algo interesante de vez en cuando que evite la excesiva monotonía y, de paso, te permita abrir un poco el horizonte, pensar en algo más que en ti, en algo más grande que tú. Aunque tú sigas plantado en medio y medio. Una base de seguridad y amor, sobre la que apoyarse para tratar de asombrarse, de crecer, de reírse y de sentirse útil, o realizado, o qué se yo, pero sin ponerse demasiado intenso.

Disfruto cuando comemos fuera. Me encanta tomar algo y no tener prisa ni nada que hacer. Y nunca me apetece limpiar la arena de los gatos ni pasar la aspiradora. Estoy mejor, sin duda, divagando en una terraza con una cerveza al lado que yendo a comprar brécol. Pero sé que la felicidad consiste en ir a comprarlo de buena gana. Consiste en que el brécol me importe, y en llevarlo contento a casa.

Hierbabuena no quedaba.

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