Opinión

¿Quién me quiere a mííí?

A lo largo de los días fui pensando qué cosa tan rara es el quererse

SI TUVIERA que destacar una sola razón por la que las Navidades han resultado tan buenas, creo que diría que porque durante estos días nuestra casa me ha parecido un hogar. No es la primera vez, naturalmente, que me siento a gusto en ella, pero estas semanas nos he visto, a nosotros, más unidos, más familia que nunca. Y es muy importante, claro. Falta camino por andar y no sé cómo de lejos llegaremos, pero las entradas y salidas de estos días, los desayunos, las películas de por la noche, dormir y Nochebuena y Nochevieja han sido mejores.

Los Reyes fueron el colofón y volvieron a venir cargados de libros. Entre otros, The Jewish Century (Princeton University Press), de Yuri Slezkine y recomendado por mi habitual colega de página Javier Nogueira; Física de la tristeza (Fulgencio Pimentel), de Gospodinov, una joya búlgara de la que jamás había oído hablar; una recopilación de todos los cuentos de Carver, en una edición preciosa de Anagrama Compendium —hay que ver qué colecciones más bonitas tienen algunas editoriales clásicas, como esta o como Austral Singular—, o Trieste o el sentido de ninguna parte (Gallo Nero), de Jan Morris, que no sé muy bien qué cuenta pero que con ese título tan maravilloso tuve que pedirlo. Algo bueno tiene que salir de esas lecturas.

Pero, entre celebración y celebración, a lo largo de los días fui pensando qué cosa tan rara es eso de quererse. De qué depende, por qué sale bien o mal, o por qué a veces ni siquiera sabemos si es verdad. Parece mentira que algo tan fundamental y determinante en nuestras vidas pueda llegar a ser no solo incontrolable sino incomprensible.

¿Cuáles son las razones por las queremos a la familia que no nos preocupamos por ver? ¿Por qué, sin embargo, no hemos sido capaces de que ese primo nos quiera? ¿Qué hemos o no hemos hecho? ¿O por qué alguien, oh, de repente y sin que nadie a su alrededor logre encontrar una explicación, cree querer a otra persona en lugar de a su pareja, que es mejor? ¿Cómo algo tan frecuente puede llegar a rozar lo tragicómico?

Pero tal vez lo más desconcertante sea no saber cuánto nos quieren. Tan desconcertante como crucial. Pasar años o la vida entera junto a una persona, desear que nos llegue a querer o que no deje de hacerlo nunca y, en realidad, no estar seguros. No saber si de verdad somos queridos, no poder decir si ese saldo final de amor con que nos vamos a quedar, importante sobre todas las demás cosas, ocupa todo lo que pensábamos o un poco menos.

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