Opinión

Siempre me colmas

HACE VEINTISÉIS años, una noche en un soportal de Pontedeume, abrazados muertos de frío sentados en unos escalones esperando a que amaneciera para coger el primer autobús de vuelta a Ferrol, un chaval le cantó a su novia Te doy una canción, de Silvio Rodríguez. Algo antes o algo después, ese mismo muchacho entró en éxtasis, o casi, leyendo Tres tristes tigres, de Cabrera Infante, el libro con el que se puede decir que descubrió lo increíblemente alucinante que podía llegar a ser la literatura.

El sábado pasado fui con Marta a un concierto de Pablo Milanés. Disfruté mucho, sobre todo al final, cuando repasó los clásicos y todos pudimos cantar Yolanda. Con él actuaban dos mujeres también cubanas, una pianista y una cello, bastante más jóvenes. Y me preguntaba, viéndolas sonreír, qué habrían pensado cuando empezaron a acompañarlo en las giras y comprobaron que al otro lado del mundo había públicos que coreaban sus canciones y se emocionaban con su música. Debe de impresionar. Aunque la cuestión interesante, y mucho más difícil de entender para quienes no hemos vivido nunca nada igual, es qué pensará y sentirá él. ¿Qué supondrán los aplausos? ¿Se habrá cansado ya de ellos? ¿Qué significaría el reconocimiento de los demás al principio, de joven, y qué significará ahora? 

O, dándole la vuelta a la pregunta, ¿hasta qué punto es capaz de comprender él o cualquier otro artista lo que su obra puede llegar a significar para los demás? ¿Se imaginará Pablo que los niños y nosotros hemos ido cantando en el coche, entusiasmados, Yo pisaré las calles nuevamente? ¿Alguna vez podrá saber Silvio lo que sentí aquella noche y lo que durante muchos años fue su canción para mí? ¿Podía ponerse en mi lugar Cabrera Infante cuando hace veinte años me acerqué a hablar con él y traté de explicarle todo lo que me había hecho disfrutar?

Yo creo que no. Que ni el escritor asimila hasta qué punto nos acompañó, ni el cantante cree que muchas tardes de domingo una cinta suya puesta una y otra vez fue, para una adolescente, lo más parecido a vivir. Y se sorprenderán e incluso llegarán a sentir cierto pudor ante confesiones así. No lo aceptarán y lo negarán. Y es normal. Porque Pablo, Silvio, Guillermo, Janis o Marilyn saben que no son su personaje, sino la persona que hay detrás. Se conocen, se conocen del todo y saben que el mérito, aun cuando lo hay, convive con muchas más cosas, con dudas y mediocridad y sombras que los demás no ven. Y les parecerá poco honesto dar por buena esa visión parcial, generosa y agradecida, que ellos pensarán que en el fondo no se merecen.

Comentarios