Opinión

Una tapa de ensaladilla

"Las personas que quise están, sin ningún tipo de misticismo, en mí. Siguen formando parte de mi vida"

A VECES, LA FILOSOFÍA de almanaque nos enseña más que una estantería llena. El día 4 de agosto de 2016 mi taco de calendario decía: "La pena del ayer y el miedo al mañana son los dos ladrones que nos roban el hoy".

Y no hay mucho más que añadir. Así es. Pero yo voy a matizar un poquito la primera parte. Porque creo que una cosa es sentirse atado por el pasado, por un pasado que nos lastre y nos ahogue, y otra muy diferente caer en el mecánico "hay que seguir adelante", un poco tonto, que parece invitar a la inconsciencia. E imagino que en algún punto entre ambos extremos debe de ser posible hallar un equilibrio, de manera que logremos seguir viviendo pero evitemos vivir como si nada, como si no hubiese mayor prioridad que sentirnos bien a toda prisa y a toda costa.

Pablo Milanés, en su archiconocida Yo pisaré las calles nuevamente, adelanta el momento del triunfo, de la alegría del regreso —de los libros, las canciones—, pero deja un espacio para acordarse de los que ya no lo verán: cuando se detenga a llorar por los ausentes. Porque qué menos que dedicarles unas lágrimas. Si cambio la toma del Palacio de la Moneda por cualquier día mío, qué menos que recordar a quienes lo hicieron conmigo.

Me resulta irritante oír, en un funeral cualquiera, frases de consuelo recomendando no pensar, no volver la vista atrás.

Algún domingo, de niños, fuimos con nuestros padres a tomar una tapa de ensaladilla al Las Pías. En una mesa rectangular junto a la ventana, en unas sillas de capitoné granate de escay. Ahora paso en coche por delante y me acuerdo y me alegra. Y el día es un poco mejor así, mejor que si allí no me hubiera ocurrido nunca nada.
Sean épicos, líricos o dramáticos, los recuerdos son parte de nuestra vida, y nosotros somos, por encima de muchas otras cosas, la suma de nuestros recuerdos.

Por eso, y a pesar de entender que tras ese tipo de comentarios únicamente hay buena intención, me resulta irritante oír, en un funeral cualquiera, frases de consuelo recomendando no pensar, no volver la vista atrás. Bienintencionado pero, en el fondo, injusto. ¿O no lo es, pretender, ante la muerte de un ser querido, hacer lo que sea por continuar sin él?

Las personas que quise están, sin ningún tipo de misticismo, en mí. Siguen formando parte de mi vida y así deseo que sea, como me gustaría formar parte de la de quienes quiero ahora y me sobrevivirán. No como un peso ni una sombra triste, sino como algo que contribuye a llenar y dar valor a la vida.

El ayer no debería causarnos demasiada pena. Y, efectivamente, nuestros recuerdos no deberían robarnos nuestro presente. Pero sí hacerlo mejor, como aquella tapa de ensaladilla hace que dos tardes de cada semana sean un poco mejores.

Comentarios