Opinión

El premio de mi boicot a la AP-9

Autopista AP-9 a su paso por Pontevedra. EMILIO MOLDES (ARCHIVO)
photo_camera Autopista AP-9 a su paso por Pontevedra. EMILIO MOLDES (ARCHIVO)
HACE AÑOS que intento no dar ni un céntimo a la empresa más odiada por los gallegos. Un día decidí que no merecía la pena pasarme horas cabreado tras dejarme sablear seis euros —¡mil pelas!— por ir de Santiago hasta Pontevedra o A Coruña. Y la decisión tiene premio, porque descubrí las joyas que regala la N-550: la villa de Iria Flavia, Padrón, las increíbles vistas del Ulla desde Pontecesures... Y, sobre todo, ver casas y personas en vez del atrezzo gris de hormigón que decora la AP-9. El único peaje de mi ruta es robarle media hora a otros quehaceres para salir antes, porque en la carretera no caben las prisas, que circulan mejor a 120 por asépticas vías de alta capacidad.

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