Blog | Estoy Pensando

La renuncia

Irene Montero y Pablo Iglesias. EFE
photo_camera Irene Montero y Pablo Iglesias. EFE

EN ESTOS tiempos en que nuestros líderes compiten por tener el chalé o el ático más caro y ostentoso; y que como si eso no les bastara también luchan por controlar lo que se dice, lo que se escribe, lo que se canta y lo que se piensa, conviene contar la historia de Judda Krishnamurti, por si alguien quiere tomar nota. Empecemos por el principio:

En 1875 se fundó la Sociedad Teosófica, una organización que buscaba la sabiduría divina y espiritual y cuya esencia se basaba en que todas las religiones y las corrientes filosóficas tenían algo aprovechable, y un compendio de lo mejor de todo aquello conformaría una gran herramienta para hacer avanzar a la humanidad. La Sociedad Teosófica tiró como una bala y en pocos años alcanzó gran popularidad. Un buen día sus líderes decidieron que necesitaban un brazo religioso y un líder, un Dios, y descubrieron a Judda Krishnamurti en 1909, que por entonces tenía 14 años. Fundaron en 1911 para él una nueva organización, la Orden de la Estrella, que aguardaría a que el pequeño Judda estuviese preparado para ser investido como Instructor del Mundo, lo que le convertiría en una divinidad y líder espiritual de sus miles de seguidores.

El niño fue educado en los mejores centros ingleses y norteamericanos. De hecho, demasiado bien educado. Mientras transcurrían los años, la Orden de la Estrella ganaba fieles cada día. Las donaciones llovían. Mansiones en California, propiedades inmobiliarias y terrenos por todo el mundo, un castillo en Holanda y cheques millonarios. El día fijado para la ceremonia en la que Krishnamurti sería deificado, la organización contaba con 45.000 miembros y muchos más que esperaban para ingresar en cuanto Judda se convirtiera en Dios.

Una creencia es un asunto puramente individual

Adeptos y no adeptos esperaban ansiosos su discurso, que fue radiado en todo el mundo,  grabado por cámaras de cine y escuchado por centenares de miles de personas. Estaba previsto que Judda Krishnamurti se proclamara Instructor del Mundo. La fecha se había fijado con 18 años de anticipación. Lo que hizo Judda aquel día, un 2 de agosto de 1929 fue disolver la Orden de la Estrella, decirle al mundo que nadie necesitaba líderes ni organizaciones, devolver todas las donaciones, empezando por el castillo holandés de Ommen, donde se celebraba la ceremonia y dejar planchados a los miles de adeptos y al resto del mundo. Como queda dicho, lo habían educado demasiado bien, y quienes lo habían elegido habían acertado, aunque el resultado fue el opuesto al que esperaban. Pocas veces una persona ejerció una renuncia tan bestial. No sólo renunció a liderar un movimiento religioso, para lo que se había preparado a lo largo de toda su vida, sino también a poseer una fortuna multimillonaria y a ejercer una influencia definitiva sobre decenas de miles de personas totalmente entregadas.

En su famoso discurso, famoso entonces pues hoy está totalmente olvidado pero plenamente vigente, dijo muchas cosas, entre ellas ésta: "Una creencia es un asunto puramente individual, y no pueden ni deben organizarla. Si lo hacen se convertirá en algo muerto, cristalizado, en un credo, en una secta, en una religión que debe imponerse a los demás. Esto es lo que todo el mundo trata de hacer. La Verdad se empequeñece y se transforma en un juguete para los débiles, para los que están sólo momentáneamente descontentos. La Verdad no puede rebajarse, es más bien el individuo quien debe hacer el esfuerzo de elevarse hacia ella".

Está claro que no vamos a comparar a Pablo Iglesias o a Luis de Guindos con Judda Kishnamurti; mucho menos lo vamos a comparar con Ignacio González. Todos ellos y muchos otros son propietarios de viviendas de lujo, lo que no tiene nada de malo. Cada uno es libre de comprar lo que le dé la gana o de empeñarse como quiera, siempre que lo haga honradamente. Lo que me pregunto es si alguno de nuestros líderes sociales, políticos o religiosos, sean del color que sean y defiendan lo que defiendan, estarían dispuestos a renunciar a algo, a lo que sea. No les vamos a pedir que disuelvan sus organizaciones, claro está, y que se dediquen a dar charlas viviendo con lo justo, como hizo Krishnamurti el resto de su vida, que ya sería pedir peras al olmo, pero no estaría de más verlos alguna vez renunciando a lo que sea. Solamente hemos visto a un político dimitiendo en dos casos: cuando lo han pillado con las manos en la masa, o cuando deja la política para entrar en un consejo de administración.

Hace unos años me pidieron en una revista entrevistar a algún antiguo cargo que hubiera dejado la política para volver a una vida austera. Después de darle muchas vueltas sólo nos salió el nombre de Gerardo Iglesias, aquél que fuera secretario general del PCE, pero no concede entrevistas. Acabé entrevistando a Lendoiro.

Comentarios