Opinión

Viernes, 6 de abril, 14 horas (aprox.)

Siempre me ha sorprendido la apariencia de calma y serenidad que derrocha Rajoy, al menos ante los fotógrafos. pocos jefes de Gobierno europeos se hallan sometidos a tantas tensiones
 

EL VIERNES, 6 de abril, hacia las 14 horas, el cronista se preparaba para empezar a ordenar lo que sería este resumen de lo ocurrido durante la semana trepidante que hemos vivido. De pronto le entró al cronista un pálpito de angustia: en esos momentos, en las dos pantallas de su ordenador coincidían las comparecencias en directo de Puigdemont, que salía de la cárcel de Neumünster, y del rector de la Universidad Rey Juan Carlos, Javier Ramos, tragando saliva a cuenta del ‘affaire Cifuentes’.

¿Qué tema elegir? Claro que ojalá hubiesen sido solamente estas dos las coincidencias en el momento de ordenar prioridades informativas: a esa misma hora, Cristina Cifuentes viajaba en el AVE hacia Sevilla, la ciudad en la que el Partido Popular celebra este fin de semana su malhadada convención, que será clausurada este domingo por Mariano Rajoy. Y, al tiempo, Íñigo Méndez de Vigo comparecía, sin duda maldiciendo su suerte, para dar cuenta a los periodistas, tras el Consejo de Ministros, de lo que el Gobierno piensa ante todo lo que está ocurriendo; simultáneamente, Pablo llarena dejaba saber que recurrirá ante el Tribunal de Justicia Europeo la decisión judicial de Schleswig-Holstein que posibilitó la salida de Puigdemont de la prisión alemana y dificultó su extradición por el delito de rebelión; y Roger Torrent iniciaba su ronda de consultas (creo que es la cuarta) para ver a quién diablos acaban invistiendo, si es que por fin lo hacen, president de la Generalitat en un pleno del Parlament la semana próxima. Desbarajuste total, en suma.

Puigdemont pedía públicamente, ante las cámaras propias y ajenas, ‘diálogo’ al presidente del Gobierno central, o sea, Mariano Rajoy: "Es la hora de hacer política", decía el 'expresident' de la Generalitat y quién sabe si aspirante a lo mismo. Claro que Rajoy, que, finalizado el Consejo de Ministros, se preparaba para llegar, junto con casi dos millares de los suyos, a la capital hispalense y del azahar, estaba para pocos diálogos: a él, en ese cuarto de hora, lo que le preocupaba era qué hacer con la, a la hora de escribir este comentario, aún presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, que, a su llegada a Santa Justa, aseguraba que no piensa dimitir porque ha dicho la verdad acerca de su ‘master’. Una verdad cuestionada pocos minutos antes por el rector Ramos, que apareció con cara de pocos amigos, acompañado de sus colaboradores, para rebatir muchas, demasiadas, verdades proclamadas por la señora Cifuentes y asegurar que él tampoco piensa dimitir, porque ¿por qué iba a hacerlo?

Total... Siempre me ha sorprendido la apariencia de calma y serenidad que derrocha Rajoy, al menos ante los fotógrafos. Pocos jefes de Gobierno europeos se hallan sometidos a tantas tensiones. Claro que Lula huyendo de la prisión en Brasil y Donald Trump declarando la guerra comercial a China también mantienen el tipo, y lo digo sin afán de comparar: solamente estoy indicando otros dos hitos informativos que se acumularon sobre mi mesa de trabajo ese viernes, abril 6, en torno a las catorce horas.

Pero, volviendo a casa, Rajoy sabía que le esperaba un fin de semana complicado, que los periódicos de este sábado iban a traer más cosas comprometidas en relación con ‘lo’ de la señora Cifuentes, que tendría que huir por los pasillos de la convención de las preguntas incómodas de los periodistas. Que eso, todo esto, no podía seguir así. Pero seguro que no lo dirá cuando hoy clausure con su discurso la convención de los aplausos y las aprensiones. Todavía ignoro si es cierto que Rajoy no lee los periódicos (los no deportivos, digo); eso explicaría que mantenga su aire flemático. Creo que, al menos, sí lee los resúmenes que le selecciona su equipo de prensa, aunque puede que tampoco, vaya usted a saber.

Pero la densidad de lo que cuentan y comentan los medios tuvo, forzosamente, que pesar sobre la reunión del Consejo de Ministros de este viernes, tras la cual apareció, como siempre, un sonriente, pulcro y amable Méndez de Vigo, tratando de echar fuera la mayor cantidad posible de balones: hace tiempo que compadezco el papel que ha de jugar. Y más, ya digo, cuando el cronista ordena sus papeles y ve que tantas realidades van conformando (y confirmando) la tormenta perfecta. Y, a las 14 horas (aprox.) del viernes 6 de abril, estaban ocurriendo más cosas, claro. Por ejemplo, una comparecencia ante el juez García Castellón en la trama Púnica que acabará trayendo (aún más) cola, ya verán. Pero el espacio de esta crónica-resumen, tan apretada, tan densa, tan preocupada, ya no da más de sí. Continuará, ay. 

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