Opinión

Un Gobierno ya

ESTE PAÍS no se merece el espectáculo que están dando los políticos. Todos, aunque unos son más responsables que otros. En primer lugar, el presidente que no ha intentado ni siquiera negociar un programa de gobierno con nadie. Ni con Ciudadanos ni con Podemos ni con nadie. En segundo lugar, Podemos y su líder Pablo Iglesias —hasta ayer— a la caza desesperada y mendicante de una vicepresidencia en el Gobierno. Al precio que sea, a costa de renunciar a los principios que, al parecer ni eran tan sólidos ni tan irrenunciables. Todos tenemos un precio, sin duda, pero el de algunos es demasiado bajo.

Que a estas alturas de la película Gabriel Rufián, el rufián de ERC, aparezca como moderado tras su entrevista con los dirigentes del PSOE es para hacérselo mirar. Nadie sabe, ni siquiera el propio Sánchez, si la próxima semana saldrá investido presidente o no, si habrá tiempo hasta septiembre para negociar un acuerdo o si iremos a nuevas elecciones. Y a quien menos le importa es a los políticos. Y menos que a nadie, a Sánchez, instalado en Moncloa, en funciones, pero como presidente. Que Sánchez practique la política de Rajoy —dejar que los problemas se agiganten sin tomar decisiones para resolverlos— no es ningún consuelo, porque el original siempre es mejor que las copias. Y el original nos llevó a esta situación de inestabilidad en la que estamos. Y que los ciudadanos le hayan dado una mayoría insuficiente no significa que le hayan hecho presidente, sino que le han obligado a negociar. Se ha demostrado que no quiere hacerlo. Los partidos dicen que hablen los ciudadanos, pero cuando hablan, no les escuchan. Los liderazgos absolutos —y es lo que tenemos en todos los partidos, desde la extrema derecha a la extrema izquierda, aunque algunos los camuflen con encuestas teledirigidas— no sólo son antidemocráticos, son éticamente reprobables.

Y como Sánchez sabe que no puede abordar ninguna reforma constitucional por falta de apoyos, el simple hecho de plantearla demuestra su desinterés por negociar nada. Necesitamos un Gobierno, y aunque el que puede formar Sánchez, no me seduce, si hay que firmar en algún sitio, que me llamen. Un Gobierno para empezar a trabajar, para elaborar los presupuestos, para hacer las reformas imprescindibles y con el mayor consenso. Ni la economía, ni las pensiones, ni el sistema autonómico, ni la educación, la sanidad o la justicia aguantan tanta inestabilidad. Y si cuando llegue la sentencia sobre Cataluña, seguimos sin Gobierno y sin interlocutor, puede pasar cualquier cosa.

Menos mal que los jueces están en su sitio y están sabiendo afrontar la ingobernabilidad con el ejercicio del respeto al Derecho. Decía Miquel Roca que «la sociedad se transforma cuando esa transformación la recoge el Derecho», que «toda transformación que se hace al margen del Derecho, perjudica siempre a la voluntad popular» y que «cuando el Derecho se opone al cambio, caduca rápidamente». Aquí y ahora, los políticos están utilizando el Derecho para evitar los cambios, para no plantear respuestas a los problemas de la ciudadanía y para esconder su incapacidad y su voluntad real de resolverlos. Unos se aferran al poder aunque no hagan nada y otros están dispuestos a lo que sea para aprovecharse de él. Malas compañías nunca llevan a buen puerto.