Opinión

Lo que de verdad importa

ES CURIOSO observar como los seres humanos tendemos a enredarnos con trivialidades y a creer que cosas como el dinero, el poder o las posesiones materiales son lo que nos llena, cuando las más de las veces eso no logra cumplir nuestras expectativas y sólo hace que aumente una cierta sensación de vacío. Hace ya muchos años que científicos, filósofos y psicólogos como Einstein, Jung, Fromm y Ken Wilber entre otros, vienen advirtiendo al hombre moderno que camina hacia el caos y la autodestrucción, debido precisamente a los principios egoístas y abusivos, sobre los que se han asentado las sociedades modernas. 

A nadie se le escapa que nuestro mundo se encuentra en crisis en todos los frentes con consecuencias que ya no se pueden ocultar. Basta con mirar para ver a Europa con sus miles de indignados; el constante crecimiento del negocio de la venta de armas, la guerra, las drogas y la trata de personas en el mundo entero; o el triunfo de una economía global manejada por especuladores financieros sin conciencia, mientras en muchos países miles de niños mueren a diario de hambre y enfermedades que podríamos curar.

El siglo XXI verá la culminación de las grandes conquistas alcanzadas por la ciencia y la técnica en los últimos cien años. La física cuántica logrará su máximo desarrollo, el hombre llegará a Marte, la genética prolongará la vida desterrando enfermedades y plagas que todavía afligen al mundo. Pero todas estas conquistas previsibles en el orden material, ¿servirán al hombre para cambiar el mundo?, o ¿para ser más solidarios con los más desprotegidos, débiles y necesitados? 

De vez en cuando conviene tomar cierta distancia física y mental con respecto a lo que nos rodea, a fin de contemplar el mundo desde una posición que nos muestre una fotografía más amplia de lo que realmente importa. Aunque, quizás el problema es que en realidad no sabemos que es lo verdaderamente importante. Pasamos de puntillas por la vida como seres anónimos, que en los demás sólo ven rostros difuminados y distorsionados para evitar que no se nos graben en el corazón, y poder hacer oídos sordos a sus problemas, ¡bastante tenemos con lo nuestro!, practicando lo contrario de lo que afirmaba la Premio Nobel de Literatura Doris Lessing, “se tienen menos necesidades cuanto más se sienten las ajenas”. 

Todos buscamos la Felicidad y muchas de las cosas que hacemos o queremos apuntan en esa dirección. El error es determinar lo que verdaderamente nos hace felices y donde buscar esa felicidad, que es algo que viene de dentro de uno, no de fuera. Por raro que parezca uno puede ser feliz sin muchas de las cosas que la gente busca, incluso llevando una vida difícil y llena de privaciones, pero no lo será sin pensar en los demás y sin respetar sus derechos. Porque, cuando dejamos de pensar sólo en nosotros para hacerlo en los demás y compartimos algo de lo que tenemos, aunque tengamos poco, alcanzamos el máximo grado de felicidad.   

En el gran concierto que ejecuta la humanidad todos necesitamos de todos, y la conducta y la conciencia de cada uno repercuten en las de los demás, desde los más cercanos hasta los aparentemente lejanos. Lo que verdaderamente importa es precisamente esto trabajar pensando en los demás para conseguir un mundo nuevo más justo y solidario, porque “nadie que haya aliviado el peso de sus semejantes habrá fracasado en este mundo”, decía Charles Dickens.

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