Opinión

¡Cómo está el patio!

El festival del Teatro Clásico de Almagro vuelve en julio al Corral de Comedias, el recinto singular que mantiene la tradición teatral desde el siglo XVII.

Allí acudían vecinos y visitantes para ver las comedias del Siglo de Oro y había noches en las que se producían altercados entre un público nervioso. Entonces, el empresario y los actores exclamaban «¡cómo está el patio!», expresión que hizo fortuna y aún se usa para describir la tensión en situaciones políticas, económicas, sociales o familiares.

La frase encaja bien en el ámbito político porque el alboroto del Corral es una metáfora del patio político nacional. Con la diferencia de que la bronca no está entre el público, sino entre los políticos en el escenario del Congreso convertido en una trinchera de acusaciones y reyertas.

Ocurre que estos actores políticos, escasos de luces y crispados, no saben «interpretar» su papel de representantes públicos y recurren a trifulcas que abochornan y preocupan a la gente.

Con la crisis sanitaria viva, con el drama de miles de muertos, con millones de trabajadores parados y en Erte —muchos acabarán en el paro—, con miles de empresas y autónomos sin actividad, con la incertidumbre instalada en las entrañas de millones de españoles, es indignante que los políticos se diviertan zurrándose la badana. En esta hora de España sus energías deberían estar encaminadas a abrir las aulas, a salvar empresas, a recuperar el turismo del que viven millones de personas y a debatir con rigor cómo hacer frente a la catástrofe económica que ya está aquí.

Porque esa es otra. El miércoles pasado, mientras Gobierno y oposición se acusaban de forma asilvestrada, la OCDE, en la línea del Banco de España, anticipaba que España será el país que sufrirá el mayor impacto económico de la pandemia, con predicciones escalofriantes. Como anticipo del desplome, el cierre de Nissan en Barcelona —23.000 empleos— y el parcial de Alcoa San Cibrao —800 familias en el paro— que no merecieron ni una palabra.

Tenemos un Gobierno tan ideologizado como incapaz de solucionar los problemas del país y una oposición envuelta en banderas que ocultan su impotencia para ser alternativa. Siempre discutiendo y sin un guiño al interés general. Estos mimbres, ideología y banderas, ni salvan vidas ni crean empleos. Generan crispación.

Aun así, con el ‘patio político’ tan revuelto, hay que dejar un resquicio para el pacto entre los partidos constitucionalistas, siempre conveniente y ahora imprescindible.

Si no se produce, España no sale de esta crisis ni con la lluvia de millones de Europa.

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