Opinión

El pecado del nuncio

ANTES DE irse, el nuncio Renzo Fratini rompió la discreción y silencio acreditados en sus años en España cuestionando la conveniencia de la exhumación de Franco ahora y "se armó el Belén", como diría José Luis Saénz de Heredia.

Sostiene el nuncio que el proyecto del Gobierno de desenterrar al dictador consiguió el efecto contrario, resucitarlo, y piensa que detrás de esta decisión subyacen motivos ideológicos, "la ideología de algunos que quieren de nuevo dividir a España". No niega su condición de dictador, pero afirma que era mejor dejarlo en paz, "han pasado 43 años y no ayuda a vivir mejor recordar algo que ha provocado una guerra civil".

¿Resucitó el Gobierno a Franco, como dice el nuncio? Hay que recordar que los grupos parlamentarios votaron llevar sus restos a otro lugar y, en este sentido, la decisión del Gobierno es acertada, estaba avalada por el Parlamento y cumplía con ese consenso parlamentario.

Pero hay que decir también que Franco estaba muerto y enterrado en el peor lugar que puede haber para un dictador que se erigió en salvador de la patria: sepultado en el olvido e indiferencia general, salvo la del grupito de nostálgicos que se acordaban de él.

De pronto, el Gobierno, muy dado a "golpes de efecto" -recuerden el Aquarius-, lo rescató de ese olvido y, además de resucitarlo políticamente, también lo utilizó para movilizar a la izquierda agitando fantasmas del pasado que reabren viejos rencores de la guerra civil que había enterrado la democracia española.

Pero cometió errores de novato y fracasó en el intento de cumplir su promesa estrella. El fracaso proviene en gran medida de su arrogancia porque planteó la exhumación "a la brava", por decreto, sin buscar antes el acuerdo con la familia que tiene sus derechos amparados por la ley.

¿Cuál fue el pecado del nuncio? Monseñor Fratini tiene toda la legitimidad para decir lo que quiera y criticar al Gobierno por emprender este y otros proyectos. Pero como representante del Vaticano debió respetar el principio elemental de la diplomacia: no inmiscuirse en los asuntos internos. Dicho en román paladino, no contradecir la "versión oficial" para no molestar al Gobierno del país donde ejerce su representación. Ya se sabe que decir "las verdades del barquero" no encaja en el perfil de la diplomacia.

La opinión de Fratini coincide con el pensamiento de otras personalidades que, igual que la reacción infantiloide de la vicepresidenta, merecen otro comentario el miércoles.

Comentarios