Opinión

La cueva belga

EL TRIBUNAL Europeo de Derechos Humanos ha condenado a Bélgica por no cooperar con España en la entrega de la asesina etarra Natividad Jáuregui, alias “Pepona”, que lleva protegida por las autoridades belgas desde el año 2013. En 1981, esta terrorista y otros compinches se encontraban vigilando al teniente coronel Ramón Romeo. Al parecer ese día no era la fecha escogida para asesinarle pero lo vieron tan fácil y sencillo que decidieron hacerlo. El militar salía de misa de la Basílica de Begoña. Jáuregui se le acerco por la espalda y le disparo a muy poca distancia. Ramón Romeo quedo tendido en el suelo en un gran charco de sangre y muy mal herido. Murió, días después, tenía 52 años y era padre de cinco hijos.

A la Pepona la detuvieron en Bélgica en el año 2013, pero los jueces belgas no accedieron a su extradición y la soltaron en unas semanas, alegando que en España corría el riesgo de ser torturada. No era la primera vez que lo hacían. Tradicionalmente, Bélgica, siempre se ha opuesto a las reclamaciones españolas, pasándose la cooperación por el arco del triunfo. Y allí sigue la Pepona dándose la gran vida y regentando un negocio de catering. No sé qué pasa con Bélgica pero se ha convertido en una cueva de asesinos y prófugos de la Justicia española. Me da que aún no han digerido del todo las andanzas del Gran Duque de Alba y los Tercios de Flandes que por allí pasaban los veranos comiendo mejillones. Pobre gente y pobre justicia belga.

Aún me acuerdo de aquel fiscal que se ocupaba de la fuga del golpista Puigdemont. El fiscal, que se llama Jean-Marc Meilleur, solicito a la Audiencia Nacional informes sobre la situación de las cárceles españolas. El tal Meilleur, un memo de tomo y lomo, pidió datos sobre el tamaño de la celda en la que ingresaría Puigdemont y la calidad de la comida. En el cuestionario enviado a la juez Lamela hacia también referencia a las duchas, a la higiene carcelaria en general y a la asistencia médica. Una situación de chiste en una Unión Europea que va también camino del chascarrillo. Dicen que en Francia había un ventrílocuo que contaba unos chistes muy buenos. Su fama era tanta que se fue a actuar a Bruselas. El humorista salía a escena y se sentaba con un muñeco en sus rodillas.

Comenzó su actuación con divertidísimos chascarrillos sobre los belgas, sus patatas, los mejillones, su más que evidente estupidez, su desastroso sistema político y todo cuanto estereotipo existe sobre este pequeño país plano y lluvioso. Cuando ya iba por el décimo chiste sobre los belgas, el público empezó a molestarse y se escucharon los primeros reproches. Pero el humorista seguía. Pasada ya más de media hora, un señor se levantó y dirigiéndose al ventrílocuo empezó a decirle que ya estaba bien. El humorista le pidió que se calmase: ¡Tranquilícese hombre! ¡Hemos venido aquí para divertirnos! El espectador belga, indignado, le miro con cara de pocos amigos y respondió al humorista: ¡No le estoy hablando a usted, señor. Le estoy hablando al pequeñín ese que está sentado en sus rodillas! Y esto es lo que hay. Ahora, Bélgica, deberá indemnizar a los hijos del militar. Esperemos que la Fiscalía de la Audiencia Nacional vuelva a reclamar a la asesina para que se juzgue en España y se haga justicia.

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