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Una eurorregión de verdad

Falta un plan estratégico, pactado, para que Galicia y Oporto superen el relato de la rivalidad

LAS CASAS de la Duda. Ese sugerente nombre, nada prosaico, sirve para describir un conjunto de cuatro humildes edificaciones en una esquina del municipio cacereño de Valencia de Alcántara, justo en el límite con Portugal. Durante años, ni para los mapas, ni para las administraciones locales, estuvieron claros los lindes. De ahí la duda. Y todos los años, un grupo de nostálgicos portugueses, banderas y pancartas en ristre, realiza una simbólica incursión en Olivenza (Badajoz) para reclamar lo que todavía algunos mapas del Ejército luso consideran suelo portugués: el histórico pueblo pacense que un día fue fortaleza defensiva. Caprichos de la permeabilidad transfronteriza.

La frontera que nunca existió, de cuya vida da prueba la ‘raya’ extremeña, vuelve. Y pasa por Galicia. Lo hace a través de los problemas compartidos, que también unen. Y mucho. El reciente viaje de Núñez Feijóo a Lisboa sirve para alinear las principales s preocupaciones de Galicia y Portugal, dos países envejecidos, a la hora de mirar al nuevo marco presupuestario europeo y los fondos transfronterizos, que de momento no tendrán en cuenta cuestiones tan sensibles a uno y otro lado de la ‘raia’ como la despoblación o la crisis demográfica. Esa alianza, un pacto de mínimos, es ahora una iniciativa en bruto a la que habrá que dar forma con urgencia. Colocar el envejecimiento de la población en la agenda europea. Ese es el objetivo.

Y también, a modo de obstáculos a salvar, están las infraestructuras como nodo de intereses comunes, en un país, Portugal, que renunció en plena crisis a muchos proyectos, como la conexión ferroviaria por Ave entre Oporto y Vigo. Y paralizado sigue el plan, a expensas de la electrificación de una línea que al menos sirva para sacar del olvido la conexión. Otro cantar representa ya ese gran aeropuerto de Galicia que es Sá Carneiro o esa terminal de contenedores por la que fluyen las exportaciones gallegas que viene a ser Leixoes, también en Oporto. Aquí comienzan las diferencias. De momento, la Xunta mira a Lisboa, capital administrativa, pero no industrial, de Portugal. ¿Por qué ahora y por qué Lisboa?

Pues quizá en todos estos años de crisis ha fallado el discurso ante una realidad paralela  que es el revés de la misma moneda. A Portugal nos une tanto como lo que nos separa. Hace falta otro relato, otra perspectiva, porque hasta hace nada donde ahora vemos sinergias, complicidades y oportunidades solo había competencia y rivalidad.

En realidad, Portugal está muy lejos de Galicia. Y no es una metáfora. Basta con colocar sobre el mismo plano varios elementos. Es cierto que la implantación de empresas gallegas en el Norte de Portugal, un proceso imparable, no reside tanto en un problema de fuga de compañías como de adaptación de costes, sobre todo laborales, que lleva a muchas empresas gallegas a crecer más allá de la frontera con plantas y filiales. Es decir, no es una deslocalización en sí misma, porque los centros de decisión que siguen en Galicia, pero sí tiene una consecuencia grave en términos de empleo. Porque se crean allí y no aquí.

Suelo casi gratis, energía asequible, salarios bajos y una fiscalidad muy ventajosa, sobre todo ahora, representan un cóctel demasiado goloso como para no optar por Portugal para instalar una fábrica. Así es cómo el país vecino capta inversión extranjera. Y ante esto Galicia poco puede hacer. El problema subyacente reside en que comparamos una comunidad autónoma, con sus limitaciones, con todo un país soberano, con sus capacidades. Y el margen legislativo, por ejemplo para articular toda una batería de medidas que fomenten desgravaciones fiscales en impuestos como el de Sociedades, no son las mismas. Galicia lo intentó, y a través de la reciente Lei de Fomento Empresarial se diseñó la incorporación de subvenciones directas para compensar los costes fiscales de impuestos como el que grava los beneficios empresariales. Demasiadas aristas presentaba la iniciativa. Y está por ver si las bonificaciones fiscales lusas no acaban, a ojos de Bruselas, como ayudas de Estado y, por tanto, ilegales.

Portugal es un país rescatado con éxito, y con tasas de paro que llegan a la mitad que en Galicia. Miramos a Lisboa pensando en Bruselas y sus ayudas, pero debemos hacerlo también a Oporto, centrándonos en buscar equilibro, complementariedad y juego limpio. Es ahí donde está la Eurorregión Galicia-Norte de Portugal, que debe ser más que una centrifugadora de fondos europeos. La eurorregión formada por Aquitania y Euskadi lleva años ejecutando un plan estratégico. ¿Por qué no Galicia y Oporto? Se trata de construir Europa de abajo arriba. 

Las empresas y la reforma fiscal exprés

POCO MENOS que el maligno. Así retratan los empresarios a Pedro Sánchez tras el anuncio de ese revolcón fiscal que nos traerá el próximo año, que se centrará básicamente en empresas y bancos. Nada de tocar las rentas del trabajo. Y es que a falta de conocer cómo respiran los empresarios gallegos, sumidos en ese ensimismamiento permanente en que se han convertido los procesos electorales para elegir presidente, son la CEOE y el Círculo de Empresarios quienes ponen el grito en el cielo. ¿Tienen razón? Pues muy a medias, la verdad. El establecimiento de un tipo mínimo en el impuesto de sociedades, el que aporta mayor recaudación a las arcas públicas, es una medida pensada casi en exclusiva para las grandes empresas, que son las que aplican toda un batería de exenciones y deducciones para que el tipo oficial del 25%, que es el establecido para todas, acabe en un tipo efectivo y real de apenas el 12% de los beneficios. El Gobierno de Sánchez quiere que, deduzcan lo que se deduzcan los contables de las empresas, exista un tipo mínimo del 15%. Y hay una sencilla explicación a todo esto. El impuesto de sociedades se ha convertido en una auténtica coladera para el fisco. Veamos un caso muy cercano.

Una gran empresa gallega, de esas que año tras año figuran en la lista de Forbes, restó a su beneficio de explotación tal cantidad de bases imponibles negativas (es decir, deducciones) por provisiones y deterioros de inmuebles en un país como Estados Unidos, derivados de cambios en el mercado, que a pesar de sus millonarios beneficios, en algún ejercicio llegó a no pagar un euro por el impuesto de sociedades. Eso hace daño.

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