Opinión

Vivir mejor y gasto sanitario

"HAY MUCHO margen de mejora en la eficiencia y recorte de gasto sanitario para dedicarlo a otras áreas donde nos haría vivir mejor". Lo dice un médico y catedrático de Cirugía. La gran recesión trajo recortes del gasto público sanitario que no se tradujeron en crecimiento de la mortalidad. En Galicia no presentó significativas pérdidas en la calidad del sistema. El doctor Antonio Sitges-Serra, catedrático de Cirugía en la UAB, es autor de Si puede, no vaya al médico. El título es todo un aviso de por dónde va este médico que milita en "gente que escribe con libertad, lucidez, sinceridad y decencia". ¿Un provocador? Sí, pero con algunos mensajes que los ciudadanos deberíamos tomar en cuenta para la evaluación a los dirigentes políticos. El sistema público hay que hacerlo sostenible y no inviable. 

La sanidad, por la sensibilidad de todos con la propia salud, es arma de la política para la demagogia y para el clientelismo. Desde el poder o la oposición se alcanza con demasiada frecuencia la absoluta indecencia en la manipulación de este asunto. 

El objetivo real, que interesa a todo ciudadano, es asegurar calidad en la asistencia sanitaria. El objetivo de la política sanitaria debería ser la mayor eficiencia posible en la gestión de los recursos disponibles. Eficiencia que se traduzca en beneficio del paciente y no de la demanda clientelar del político o el grupo de interés de turno. 

El doctor Sitges-Serra asegura que no se necesitan los 70 hospitales con que cuenta Cataluña. Están infraequipados e infrautilizados. ¿Quién se atreve a decir algo aproximado en Galicia? Con los datos de población en la mesa, ¿es garantía de calidad en Galicia el sistema de infraestructuras sanitarias existente? ¿Es racional y sostenible? La evolución de las decisiones sobre el paritorio de Verín pudieran ser paradigma del lastre que arrastra la política sanitaria —gobierno y oposición, cubiertos de ropajes demagógicos— para afrontar con un mínimo de rigor los retos que se le plantean. Las cifras de la pérdida de población y de concentración en núcleos urbanos mayores es una realidad a la que ha de responder la gestión sanitaria como la de la enseñanza pública. A quién se atiende, ¿al alcalde de turno, a la presión demagógica o la mejora del servicio y la sostenibilidad del sistema público? La demagogia y el temor a la pérdida de votos por la instrumentalización sentimental complican la respuesta. Añádase la falta de pedagogía para explicarse como gestores de la política como un déficit constante. 

Un buen ejemplo de la primacía del interés partidista en una cuestión de interés general como la sanidad la tuvimos en los años duros de la gran recesión. Se plantea la opción de los medicamentos genéricos en una racionalización obligada del gasto en la sanidad pública y hubo quien desde la izquierda o de presuntas posiciones progresistas llevó la crítica hasta sembrar la alarma en los pacientes. A quién servía, ¿a la sanidad pública o a los intereses de la gran industria farmacéutica? Probablemente solo respondía al sectarismo más indecente. 

Disparar la factura sanitaria mejora la cuenta de resultados de la gran industria y de los grupos inversores en la sanidad privada. Alimenta el clientelismo de un alcalde o el parte de éxitos de un partido o grupo sindical. Habrá que demostrar en cada caso que responde al interés de la salud pública. La calidad y la mejora de la asistencia, cuantificables en salud pública, son el termómetro válido.

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