Opinión

El material se acaba contigo

Nora Ephron era de las que pensaba que tener un amigo escritor era una condena porque, como aves de rapiña, te robaban las anécdotas, se las agenciaban sin pudor y las colocaban en el siguiente artículo, apropiándoselas para siempre. También decía que todo servía como material, todo se aprovechaba, de forma que la vida es una fuente continua: mientras la haya, hay de qué escribir.

Nora Ephron.

A FINALES DE los 70 Nora Ephron era una periodista neoyorkina que había sido trasplantada a Washington por vía conyugal. La ciudad y ella no se hacían ningún favor: le parecía muy aburrida y creía que allí resultaba "demasiado judía". Estaba casada con Carl Bernstein, uno de los periodistas que acababa de destapar el escándalo Watergate, con el que tenía un hijo y otro en camino y formaba eso que los americanos llaman una power couple. El término se refiere a las parejas que se retroalimentan en el atractivo, que se multiplican exponencialmente el carisma por el hecho de estar juntos.

Allí supo Ephron que Bernstein llevaba meses liado con otra mujer y, lo de siempre, que ella era casi la última en enterarse en una ciudad donde se ejercía el cotilleo con absoluta pasión. Embarazada de siete meses y con su hijo pequeño volvió a Nueva York, donde no tenía ni casa ni trabajo, y se instaló en casa de su editor, Robert Gottlieb. Lo cuenta ella y lo confirma él: pasó los primeros seis meses llorando y los siguientes, escribiendo. Se hizo novelista. Heartburn —Se acabó el pastel, como se dio en llamar la edición en castellano— es el recuento justamente de eso, de la ruptura con su segundo marido y de los términos en los que se produjo.

Ephron —la mayor de cuatro hermanas de un matrimonio de guionistas de Hollywood— siempre ha contado que su madre les insistía que todo era posible material, en todo había una historia. Que lo que le interesaba, más que lo que pasaba, era lo que se contaba sobre lo que había pasado y cómo se hacía. Su hijo mayor, Jacob Bernstein, hizo en 2014 un documental sobre ella y lo llamó precisamente así, Everything is copy (Todo es material), mostrando cuántas circunstancias de la vida de su madre acabaron en su obra en uno u otro formato, antes o después. Por supuesto, se detiene de forma especial en la separación de sus padres porque es la toma de postura más clara de eso mismo, la prueba más rotunda de la coherencia de Ephron, de la entrega con la que aplicaba su lema vital y laboral hasta el punto de que parecía a veces escribir no ya como si no tuviera padres, sino como si no tuviera hijos.

La novela se publicó en 1983 y fue un éxito. Se convirtió en un ejemplo claro de lo que Ephron pensaba y siguió pensando toda su vida, lo mismo que dijo a las estudiantes de Wellesley cuando fue madrina de su graduación más de una década después y lo que explicó en cada entrevista en la que tuvo oportunidad: hay que ser la protagonista de la vida de una, no la víctima, y para hacerlo debes ser tú quien cuente la historia. Ese es un concepto ahora desarrolladísimo. La apropiación la hacen los grupos oprimidos, los que sean, para recuperar —o tener por primera vez— el control. La practican también los políticos porque adueñarse del relato te permite ir por delante, marcar agenda. Es un concepto básico de comunicación de crisis, por ejemplo. En fin, que seguramente ahora resulte archisabido, pero no tanto cuando Ephron lo empezó a decir. Y a practicar.

Es una mujer a la que deja su marido famoso y brillante, cuando está embarazadísima y sin un duro, y escribe un libro hilarante

La escritora logró con Heartburn una notoriedad que antes no había tenido y un enorme seguimiento lector, especialmente entre las mujeres. Esto es una mujer a la que deja su marido famoso y brillante, cuando está embarazadísima y sin un duro, y escribe un libro hilarante, le da la vuelta a la tortilla y, por decirlo de alguna manera, gana ella. Esa es la lectura fácil, pero lo cierto es que se trata de una novela realmente graciosa, que describe bien las fricciones conyugales y la manera en la que, cuando se nos desmorona la vida, nos percatamos de cuántas señales nos habíamos empeñado en ignorar antes.

Aunque no tuvo grandes críticas, como sí le ocurrió a la novela, hay que recordar que de ese libro se hizo una película protagonizada por Jack Nicholson y Meryl Streep que no contribuyó precisamente a que Bernstein recuperara el ánimo, pero que puso a Ephron en el camino de una nueva carrera, la que la haría, ahora ya sí, absolutamente famosa: el guión de cine, primero, y la dirección, después.

Norah Ephron ha acabado siendo, de hecho, más conocida como guionista que como cualquier otra cosa, algo sorprendente si se tiene en cuenta la enorme huella que sus ensayos, personales y cómicos, han tenido en el periodismo anglosajón y cómo se ven destellos de su escritura en muchísimas escritoras de ficción y no ficción, tanto las que la citan como influencia como las que no.

Una escena deliciosa de observar es la conversación de la autora y el director Rob Reiner sobre la primera película en la que trabajaron juntos, Cuando Harry encontró a Sally. Considerada el paradigma de la comedia romántica, la historia nació, por lo visto, de una idea de Reiner: ¿Qué pasaría si un chico y una chica no se acuestan para no estropear su amistad, luego se acuestan y la echan a perder? Reiner, por entonces viudo, no ligaba ni a tiros y le contaba sus penas durante horas a Ephron. Sus amigos hacían lo mismo y el personaje de Billy Crystal, entonces un actor semidesconocido, es un amalgama de todas esas charlas. Un día le pidieron reciprocidad, que les contara algo que no supieran de las mujeres y Ephron les reveló que todas habían fingido algún orgasmo alguna vez.

Cuenta Reiner que, absolutamente incrédulo, tuvo una reacción que hoy en día le hubiese valido denuncias por acoso y el despido: convocó a una reunión a cinco trabajadoras de su productora y les preguntó si ellas habían hecho tal cosa alguna vez. Todas asintieron enseguida y, ya convencido, decidió que la película debía incluir la mítica escena del orgasmo simulado en el restaurante Katz por Meg Ryan, tras el que otra clienta del local, interpretada por la madre de Reiner, dice al camarero que tomará lo mismo que esté tomando Ryan.

Ambas tienen el esquema clásico de la rom com: una pareja que parece hecha el uno para el otro, pero no lo sabe,

Llegarían muchas comedias románticas después, ejemplos míticos del género y que consagraron a los involucrados en ella. Sobra decir que la carrera de Meg Ryan, ese largo período suyo ejerciendo de novia de América, sería otro sin Nora Ephron y también que no fue la única a la que le cambió la vida. Con los mismos actores —ella y Tom Hanks— se rodaron dos de las películas más conocidas de Ephron:  Algo para recordar y Tienes un e-mail. Ambas tienen el esquema clásico de la rom com: una pareja que parece hecha el uno para el otro, pero no lo sabe, y que tiene que salvar algún escollo para acabar junta, a la que el entorno se le modifica para favorecer tal cosa, a la que la suerte se les acaba poniendo de cara. Son películas clasiquísimas, con buen diálogo; pero sin la frescura de Cuando Harry... ni la acidez que Norah Ephron depositaba en sus artículos, donde era más reivindicativa, con una huella más feminista y un humor constante y fantástico, que empieza riéndose de ella misma y no se detiene ante nada. Evidentemente, una comedia romática difícilmente puede pasar el test Bechdel. Es una prueba que evalúa el peso de los personajes femeninos y su verdadera representatividad, y exige que haya al menos dos, que hablen entre ellas en algún momento y que no lo hagan sobre hombres. Los filmes de Ephron no son una excepción.

Sin embargo, el periodismo es otro cantar. Con películas o sin ellas, nunca dejo de escribir ensayos, artículos y perfiles, pero no fue hasta que publicó sus dos últimos libros (El cuello no engaña y No recuerdo nada) cuando se disparó rotundamente su popularidad en ese terreno. En ellos sigue aproximándose con la misma mirada tronchante a cosas que no tienen mucha gracia: envejecer, el declive físico, los olvidos, la marcha de la gente querida, la certeza de las cosas que se van a añorar. Realmente llama la atención que, para el predicamento que tuvo y sigue teniendo en el mundo anglosajón, en el hispano tenga tan poco que el libro póstumo que su amigo y editor Gottlieb publicó como The most of Nora Ephron, recopilación de artículos, guiones y novelas, recorrido perfecto sobre su obra, siga sin traducir.

Como deja claro su hijo en Everything is copy, Ephron escribió su vida entera salvo una cosa: el final. No dijo a nadie, ni a sus amigos más próximos, que estaba enferma de leucemia y cuando murió en 2012 algunos de ellos se lo tomaron como una traición. Sin embargo, hay que leerla. Hay que pensar qué eran los artículos de No recuerdo nada: Lo que no echaré de menos —"Piel seca, cenas malas como la de anoche, e-mail, tecnología en general..."— y Lo que echaré de menos —"Mis hijos, Nick, la primavera, el otoño, los gofres, el concepto de los gofres, el bacon..."—, sino una despedida.

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