Opinión

Nunca conocí a Neil Wykes

NO SABÍA nada de Neil Wykes cuando me encontré con la noticia de su muerte en las páginas de este periódico. Por lo que leí, Neil Wykes era un lucense nacido en Inglaterra, o un británico con alma gallega. Había venido a Lugo y – víctima supongo de un flechazo con la ciudad o con alguien que vive en ella - se había quedado. Aquí había inventado un curioso programa de intercambio que reunía cada martes a personas de procedencias diversas con el simple y loable objetivo de charlar y tomar unas cañas. El que nunca hubiese escuchado hablar de Neil Wykes me hace notar lo lejos que estoy de mi ciudad, porque si no fuese así yo tendría que haber sabido de Neil Wykes, de su historia de amor con un lugar distinto y distante de su país de origen, de su amor por los gatos y de su habilidad congénita para crear espacios comunes en los que un puñado de desconocidos –tal vez extranjeros sin muchos contactos, tal vez personas que como él venían de muy lejos buscando su sitio dentro de nuestras murallas – podían pasar un buen rato al menos una vez a la semana en medio de una agradable torre de Babel. Me pregunto cuántos lucenses fueron felices durante unos minutos gracias a él, cuántos extraños se hicieron amigos, cuántos se sintieron menos solos, cuántos se enamoraron incluso en uno de aquellos martes de lluvia y lenguas mezcladas. Las personas como Neil Wykes están ahí para hacer el mundo un poco mejor, para poner algo de luz a los días grises, para dar una oportunidad a la gente solitaria y ayudarles a encontrar esa llave que abre la puerta de entrada a una nueva vida. Para recordarles que en el fondo no estamos tan solos y que uno puede construir su hogar en el sitio más insospechado y la felicidad en un lugar ajeno. Eso fue lo que hizo él cuando se quedó en Lugo. Nunca conocí a Neil Wykes, y bien que lo siento, porque hubiese querido tomarme una caña con él. Un abrazo desde estas páginas a todos los que, cada martes, echarán de menos su sonrisa.

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