Opinión

Vender Lugo

UNA CONOCIDA me pidió una propuesta para pasar un fin de semana en Galicia. La mandé a Lugo, cómo no. Volvió feliz tras dos días en la ciudad. Había dormido en un hotel céntrico por un precio razonable y comido estupendamente. Se había sorprendido con la muralla, la catedral, la iglesia de A Nova o la de San Pedro, el museo provincial y la zona de los vinos. Me dijo que los hosteleros eran profesionales y la gente cordial. Que la ciudad estaba limpia. Que se respiraba ese relax que sorprende a quienes viven en grandes ciudades. Y que no entendía que no hubiese más visitantes de fin de semana. “Alguien no está haciendo bien su trabajo”, me dijo, en una sentencia nada misteriosa. Me temo que es así. Lugo no es un referente turístico, cuando tiene suficientes motivos de atracción. Es, por ejemplo, la ciudad gallega mejor situada para tomar como punto de operaciones si uno quiere visitar la comunidad. Resulta muy barata para cualquier visitante. Puede vender monumentos, bellas vistas y algo tan de moda como el llamado “turismo slow”, que reivindica una forma de viajar más tranquila, basada en el descanso, la calidad de la estancia y el disfrute de los pequeños placeres. ¿Y qué es si no una caminata nocturna por la muralla, una ruta de tapas por  los vinos, un café en la Plaza Mayor o una puesta de sol en el parque de Rosalía? Sin embargo, quienes vienen a Lugo suelen hacerlo en visitas fugaces. Los turistas ven cuatro cosas a uña de caballo, y de vuelta al autobús sin tiempo ni de tomar una cerveza. Quizá es el momento de que empecemos a exigir a quienes nos gobiernan que se crean nuestra ciudad para venderla fuera. Si yo con sólo una conversación he podido convencer a una familia de que dedicase un fin de semana a mi ciudad, la concejalía del ramo, que tiene medios y presupuesto, debería hacer lo propio. Esta ciudad tiene que salir de su letargo utilizando el principal recurso que tiene: el estilo de vida que sorprende a los forasteros. 

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