Opinión

Al otro lado del sueño americano

En julio de 2017 Lana Del Rey (Nueva York, 1986) decidió cerrar un ciclo en su disco Lust for Life (Deseo de vivir) con el último verso de este: "Fuera del negro, hacia el azul". Ahora en su nuevo álbum pide a Norman Rockwell que la pinte de este tono, su nuevo color, con un aire de triste alegría
Lana del Rey.TR
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LAS IMÁGENES de niños regordetes y mujeres de cintura estrecha llegaron a España en la década de los 60 y cubrían las cajas de cacao soluble o galletas. Esta estética provenía, como muchas desde el siglo pasado, de Estados Unidos. Allí Rockwell captó la esencia de una sociedad con una fina ironía que ponía de manifiesto la crudeza tras la perfección de los nuevos años dorados.

El ilustrador nunca creyó en sí mismo, se veía inferior porque sus obras plasmaban lo cotidiano y servían de publicidad o portadas de revistas mientras que Pollock rompía las figuras a brochetazos. Esta duda del genio es la que generó en Del Rey la empatía para dedicarle su nuevo disco, Norman fucking Rockwell!, una doble exclamación en la que reconoce su valía al crear radiografías sociales y con una gran técnica.

Un coche, una familia, una casa en una urbanización y una oficina. Quizá una amante. La lista de posibles en el sueño americano varían según los gustos, pero Del Rey lleva desde sus inicios cantando al lado oscuro, los desahuciados de esta epopeya del márketing. En esta emancipación la diva alternativa demuestra que los acordes de guitarra que aprendió en la facultad de Filosofía —donde intentó probar la existencia de Dios mediante la metafísica— han avanzado hasta convertirla en la mejor cantautora de su generación.

Los hoteles famosos y los chicos poco recomendables están muertos. Ahora la cultura del surf y los Beach Boys protagonizan esta adaptación a guitarras y sintetizadores de ‘Pastoral americana’ de Philip Roth. Así como hizo Joan Didion en sus crónicas para comprender el movimiento hippie y la complejidad de la sociedad estadounidense, Del Rey utiliza Norman fucking Rockwell! como un cuaderno de bitácora donde todo detalle es importante para dejar constancia de una rutina poética, desde el clima y los paisajes a los neones de los bares.

En este relato musical ella abandona el glamour del Hollywood dorado. Deambula por bares de Laurel Canyon imaginando que es una de las estrellas que allí viven, tales como Frank Zappa, Jim Morrison, Carole King o Brian Wilson; mientras captura la esencia del ambiente al estilo del Nuevo Periodismo. Del Rey difumina así la línea entre California y el espectáculo, se aleja de los paseos de palmeras para vivir en esos locales frente a la costa donde el tiempo se paralizó hace décadas, los barcos pasan sin parar y las estaciones petrolíferas se combinan con los surfistas.

Lo que en otra época pudo ser poesía vacía ahora vibra con un realismo inspirado en las propias noticias, aprovecha el caos para mejorar el arte. Del Rey habla para aquellos conscientes de la realidad que eligen despistarse, que rehúyen a la catástrofe y encuentran la belleza del atardecer en la explosión de un misil.

Una estrofa condensa la preocupación de los titulares y el pensamiento actual de la sociedad

"Hawái esquivó las bombas, Los Ángeles está ardiendo y cada vez más caluroso, Kanye West es rubio y está perdido, Life on Mars no es solo una canción. Espero que la retransmisión en directo esté lista", canta entre susurros Lana Del Rey al cierre de The greatest.

Esta estrofa condensa la preocupación de los titulares y el pensamiento actual de la sociedad. Se refiere a la escalada militar entre Corea del Norte y Estados Unidos, en concreto a la alarma de misil que llegó a Hawái. Continua con el calentamiento global, una crítica al rapero Kanye West por acercarse al pensamiento extremista de Donald Trump, la futura misión espacial para llegar al planeta rojo —además del doble sentido que la canción de Bowie supone— y la plegaria de que las catástrofes lleguen a las pantallas que han insensibilizado a la sociedad moderna.

El primer anticipo de esto fue el sencillo Mariners Apartment Complex, interpretada como una respuesta a la entrevista que concedió en 2014 a The Guardian en la que confesó desear estar muerta. La cantautora explica en esta canción que su tristeza fue sacada de contexto durante años, que ella no pretende ser una candle in the wind (Una vela en el viento) —en referencia a la canción que Elton John dedicó a Lady Di — y que solamente siguió una corriente hasta sus últimas consecuencias.

Del Rey reconoce que intentando hacerlo lo mejor posible solamente tocó fondo y ahora, mientras todos hablan sin parar, va a hacer a algo. Confiesa que su intención siempre fue que la gente se preguntase quién es, ir a lo profundo del propio ser. Sin embargo, ella misma sucumbió a estos interrogantes cuando dejó de lado la tristeza existencial que la caracterizaba. Comprendió dando un paseo con una expareja la imagen que proyectaba, que el personaje había ganado a la persona. Nadie la veía por debajo de la careta.

Del Rey abandonó el pop alternativo tras publicar su primer disco Born to die (Nacer para morir) en 2012, después entró en un lugar oscuro del que nació Ultraviolence (Ultraviolencia) —término surgido en la novela La naranja mecánica—, que supuso su introducción en el mundo del rock y dejó entrever unos principios poéticos. Tras este llegó Honeymoon (Luna de miel), un álbum inspirado en el blues y el cine que presentaba una manera superficial de ver la vida, basada en el preciosismo y los pequeños placeres.

Se involucró en política, dando así los primeros pasos en la canción protesta aunque fiel a su estilo, y sembró un viento que germinó en tormenta

Recuperó su posición gracias a Lust for Life, un disco en el que combinó sus sonidos anteriores y mostró que su composición había mejorado hasta rendir homenaje a los seis nombres que lleva tatuados: Nina Simone, Amy Winehouse, Vladimir Nabokov, Walt Whitman, Billie Holiday y Whitney Houston. Se involucró en política, dando así los primeros pasos en la canción protesta aunque fiel a su estilo, y sembró un viento que germinó en tormenta.

En muchas de las canciones de Norman fucking Rockwell! como How to disappear (Cómo desaparecer) o Happiness is a butterfly (La felicidad es una mariposa) la cantautora asume el cambio como algo natural y se perdona por su pasado. Al mismo tiempo establece los límites que no cruzará. En California declara que si su amante decide volver a Estados Unidos allí estará, porque ella no se marchará; y en Fuck it I love you se resigna a amar a sus demonios internos porque forman parte de sí misma.

Del Rey se ha convertido en la cronista de una sociedad que no aparece en los medios de comunicación. El relato que conforma Norman fucking Rockwell! es valioso porque capta un momento de crispación, angustia y esperanza —un estado de ánimo peligroso al que se refiere en la última canción del disco con referencias a Sylvia Plath o los iPads— y transporta a un lugar concreto, con su clima y sus protagonistas. Este espejismo no es más dulce que la realidad, pero goza de ese halo que cubre de gloria cualquier tiempo pasado.

Alcanzar este estado de preocupación y abstracción es el resultado de haber experimentado en la carne propia la maldición del sueño americano. La actriz Lana Turner y el automóvil Ford Del Rey dieron su nombre artístico a Elizabeth Grant, la mujer tras la estrella. Antes de este hubo otros, como May Jailer o Lizzy Grant. Con el nombre falso también venía la biografía prefabricada. Afirmó, por ejemplo, haber vivido en un párking de caravanas durante años siendo prácticamente pobre, buscando suerte como cantante de clubes.

Todo apuntó entonces a que Lana Del Rey era un producto diseñado por publicistas algo para que, en determinado momento, triunfase.

Fue cuestión de tiempo que los engaños salieran a la luz. El padre de la cantautora es, en realidad, un empresario millonario. Todo apuntó entonces a que Lana Del Rey era un producto diseñado por publicistas algo para que, en determinado momento, triunfase. Cuando el momento llegó, las discográficas no se hicieron de rogar. Sin embargo, la crítica degolló la imagen por la que tantas veces había luchado bajo otros nombres y ella solo pudo esconderse.

Ya con la verdad a la vista, Lana Del Rey no ocultó su pasión por los hombres mayores —fue vista en ocasiones con Axl Rose de Guns’n’Roses y Marilyn Manson—, la adicción al alcohol que sufrió con 14 años o su alergia a ser vista como una estrella. Tras deambular por la tristeza existencial, asumió el cambio como algo necesario y comenzó una reconversión que vive ahora su punto álgido.

Del Rey incluyó en Norman fucking Rockwell! una canción que durante años fue una maqueta en el fondo del cajón. Se titula The Next Best American Record (El próximo mejor disco americano) y en ella habla de la frustración con una nostalgia íntima en la que intervienen Malibú, Led Zeppelin y The Eagles. Quizá, sin quererlo, Lana Del Rey haya creado ese próximo gran disco y sin perderse a sí misma.

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