Opinión

Una mancha roja en el collage

Todos los años se abren sobres con nombres dentro que anuncian nominados y ganadores a diferentes premios. Hay gente que sufre por ello en los días previos, que se le escapa la vida. Sin embargo, también están los gafes, los apestados, los que saben que no son para ellos. Pedro Almodóvar (Calzada de Calatrava, 1949) transita por ambos mundos
Alomodóvar
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El DIRECTOR es, junto a Sara Montiel y Don Quijote, el otro manchego universal y el mayor exponente actual del cine español desde Buñuel, según dicen los estudiosos. Ningún otro, ni siquiera Berlanga, ha sido capaz de capturar y exponer un mundo ibérico al natural, más puro de lo que cree ser porque logra excavar en la fachada y las apariencias de la sociedad.  Esta misma semana se hacían públicos los candidatos a los premios Goya de este año y, pese a haber estrenado el cortometraje La voz humana -una aclamada adaptación del texto de Jean Cocteau-, Almodóvar volvió a ser ignorado por la Academia. La institución y el director han mantenido tensas relaciones, casi agresivas, por motivos difíciles de adivinar. Pudo ser el ego del cineasta, pudo ser esa vieja manía española de rechazar el éxito ajeno.

Lo cierto es que nadie puede despegarse de la obra del manchego porque, en mayor o menor medida, ha condensado la Historia de un país y a los que no suelen protagonizarla, en especial la locura que supuso la Movida madrileña y, posteriormente, la lucha del individuo contra la norma social. Almodóvar es una persona hermética, que intenta controlar al máximo su imagen pública, sus apariciones y lo que de él trasciende, pese a que afirma que jamás lee los libros que hablan sobre su persona. Se sabe que el director español más laureado es hijo de un vendedor de vino y aceite, y un ama de casa. Proviene de una familia de rígidos valores católicos y muy conservadora. Su niñez la pasó en Cáceres interno en un colegio católico de los Salesianos —algo que se aprecia en su última película, ‘Dolor y gloria’, que parece ser su obra más autobiográfica— y allí encontró en el teatro una vía de escape a un ambiente opresor. El manchego ha asegurado en muchas ocasiones que en ese centro se sucedían los abusos sexuales a niños y que había pacto de silencio.

Aunque se sirve de imaginería y narrativas católicas, Almodóvar es ateo y utiliza la vertiente más pop de la religión para enriquecer su trabajo. Sus posiciones frente a la Iglesia son rígidas, en gran parte por las dificultades que el catolicismo le hizo pasar de niño tanto en la escuela como en su propio hogar, donde la moral doblegaba a sus padres. Pasados los 16 años de edad, el manchego parte a Madrid donde pensaba estudiar cine en la Escuela Oficial, pero Franco acababa de cerrarla por motivos ideológicos. Entonces decidió que podría aprender técnicas de escritura, rodaje e interpretación por su cuenta mientras trabajaba como administrativo en Telefónica, algo que le proporcionase dinero para financiar sus cortometrajes grabados en súper 8. Los medios eran escasos, pero eran aún más caros.

La Movida madrileña se convirtió en un caballo de Troya que permitió la entrada de la posmodernidad en un país cambiante

En estos primeros años de la década de los 60 Almodóvar también colaboró en montajes teatrales y revistas de diferente tipo, buscando un hueco entre los muchos jóvenes que emigraban a Madrid entonces. No es hasta la muerte del dictador y el origen de la Transición que comienza a surgir un caldo de cultivo para una generación de artistas, pues los antiguos y férreos valores se fragmentaban y ahora en primera línea estaban la corrupción, la religión o el sexo. Por primera vez, la gente miraba sin pudor. A la creciente estética punk y glam no solo se le sumaba una innovación formal y temática en el arte, también un cambio filosófico y la Movida madrileña se convirtió en un caballo de Troya que permitió la entrada de la posmodernidad en un país cambiante. Las últimas tendencias y corrientes que triunfaban en el mundo se agolpaban para entrar en España mientras debían convivir y mezclarse con la cultura tradicional y popular aún imperante. En este collage donde todo el mundo era alguien y nadie al mismo tiempo, donde el éxito duraba lo que tardase en llegar el siguiente, muchos géneros y estilos comenzaron a amalgamarse bajo la firma indiscutible de artistas como Pedro Almodóvar.

Aunque sus escritos eran populares, en especial los que hizo bajo el alter ego Patty Diphusa como la fotonovela Fuego en las entrañas, sobre el magnate de compresas Chu Ming Ho y un apósito contaminado que volvía ninfómanas a aquellas que la usaban; fue la especial habilidad del manchego para superponer capas de realidad y lograr una pequeña ventana de realismo con apariencia de locura lo que lo consagró y aupó. Con Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, el director condensó un torrente de creatividad generacional y fue capaz de mostrar el sexo, las nuevas tribus urbanas, las drogas y la extravagancia como un elemento narrativo válido como otro cualquiera. El esperpento de Valle Inclán había sido recuperado y alcanzaría unas nuevas dimensiones que el dramaturgo no podría haber imaginado.

Esta primera etapa en la obra de Almodóvar se caracteriza por pivotar en personajes marginales y diferentes, rompedores en muchos sentidos, lo que hacía que conseguir financiación fuese muy complicado. La comedia trágica se erige como el género indiscutible y la norma social es el enemigo a batir, donde la pulsión emocional es el fin último y destino trágico de sus protagonistas. La fase experimental del manchego termina cuando funda junto a su hermano El Deseo, hoy en día una de las productoras de cine más influyentes del mundo. Tras el éxito de La ley del deseo, un nuevo Almodóvar parece aflorar: más serio, pulido, sin estridencias y con una nueva sofisticación en sus obras, influenciado por John Waters y Fassbinder.

Billy Wilder le dijo en la ceremonia de estos galardones que él sería su sucesor más directo y que sus trabajos lo emocionaban

La consagración mundial llega de la mano de Mujeres al borde de un ataque de nervios en 1988, la primera obra cumbre del manchego que lo llevó a conquistar Hollywood y lograr el primero de sus tres premios Oscar. De hecho, Billy Wilder le dijo en la ceremonia de estos galardones que él sería su sucesor más directo y que sus trabajos lo emocionaban.

Hasta entonces, Almodóvar había sido un provocador melodramático, pero desde ese momento se convierte en el máximo referente del cine español, cargo que aún ostenta. Durante la siguiente década el título de chica Almodóvar se revaloriza a medida que sus personajes femeninos, poderosos desde el principio, alcanzan nuevas dimensiones y evolucionan en su estudio del carácter mediterráneo, la soledad y las emociones.

Las comedias comienzan a ser sustituidas por retratos costumbristas cada vez más preocupados por la memoria y el paso del tiempo, poco a poco la obra del manchego coquetea con el naturalismo alejado del ideal burgués del cine. La clase media y los marginados se empoderan como protagonistas de historias de adversidad pero universales, empáticas pese a ser el contrario de las realidades más visibilizadas. Los policías corruptos, las drogas, el maltrato, la prostitución, el paletismo, las marujas, la sexualidad o el mundo militar  —fetiche del autor, que hizo la mili voluntaria en aviación— chocan con amas de casa frustradas, monjas, cineastas o travestis para mostrar una sociedad ocultada con éxito durante 40 años de franquismo. Lo que solía ser escandaloso se convierte, sin causa ni remedio, en el pan de cada día.

La estética kitsch o camp con la que se define la obra de Almodóvar, es decir, de un estilo hortera, cursi, infantil, pretencioso y vulgar por mal gusto; puede hallarse en el uso de la ropa, peinado o mobiliario como un elemento de personalidad o el significado de los colores, pues el manchego utiliza premeditadamente paletas de tono ácido o primarias de azul, verde y con especial fuerza el rojo, su color favorito y sinónimo de pasión y peligro. También los tangos, boleros o coplas forman parte de sus herramientas para abrir un nuevo significado en las películas, recuperando el esquema de cine clásico que incluía una pieza musical sí o sí. Su fetiche más tímido es Galicia, lugar que utiliza de manera recurrente sin explicarlo como contrapunto emotivo a Madrid y la tristeza.

. Desde entonces el manchego se dedica casi en exclusiva al drama, en especial a aquellos donde el recuerdo y la dureza de envejecer son elementos centrales

Con Todo sobre mi madre, considerada su mejor obra, logra su segundo Oscar y el tercero llega poco después gracias a Hable con ella, en esta ocasión como mejor guionista, siendo el primero en la historia de los galardones en hacerlo con un libreto escrito en un idioma diferente al inglés. Desde entonces el manchego se dedica casi en exclusiva al drama, en especial a aquellos donde el recuerdo y la dureza de envejecer son elementos centrales. Este Almodóvar maduro explora la psique humana y recupera sus primeras obsesiones, ahora reinterpretadas, y cuyo máximo exponente es Dolor y gloria, donde se insinúa que el director ha regalado obras de teatro originales a autores consagrados en las tablas.

El cine de experiencias de Almodóvar es algo que continúa pese a los 71 años del autor, quien siempre permanece como un joven estrambótico en la memoria colectiva, y que cada vez resulta más envolvente y humano. Ha hecho las paces con su país y el resto de cineastas, a los que allanó el camino abriendo las tradiciones a base de romperlas. Como dijeron de él en los premios Príncipe de Asturias: “Sus raíces son las nuestras, la sociedad de un planeta al borde de un ataque de nervios".

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