Opinión

Levita y chaleco blanco

Las prostitutas rusas de Creta leían a Dovstoieski, Tolstói, Turguénev

LEO VIAJES de entreguerras, de John Dos Passos. En el capítulo titulado Orient Express cuenta sus viajes por el este entre los años 1921 y 1926. Describe lugares de la Turquía derrotada: las plazas de Estambul y sus mercados llenos de comerciantes persas, judíos y armenios de narices grandes, los reflejos del mar azul vistos entre los cipreses durante un paseo o, a lo largo de varios días, el Hotel Pera Palace, en cuyo salón rojo se concentraban diplomáticos, militares y periodistas británicos y franceses, damas aferrándose a sus últimos vestidos buenos para sobrevivir, algún alemán, algún griego, italianos, armenios y norteamericanos, bebiendo whisky y hablando de los avances y retrocesos de las tropas de Kemal mientras fuera, en las calles, mendigaban soldados rusos. Fue no muy lejos de allí, en Creta, en Heraclión, donde hace años entré en un pequeño quiosco en el que encontré varias estanterías enteras llenas de novelas de Dostoievski, Tolstói, Turguénev. El dueño me explicó que los leían las prostitutas rusas de la ciudad. Tampoco habían tenido suerte, como aquellos soldados rubios de ojos azules. Siempre me pregunté si alguna de ellas habría hablado alguna vez de literatura con algún cliente. Creo que pensamientos así me salvarán algún día, si no me salvan ya.

El misterio del Mediterráneo, mayor cuanto más nos acercamos a Levante. Su historia, su geografía, su cultura y su mitología, exóticas y al mismo tiempo cercanas, no en vano somos hijos suyos. Hijos de legisladores que vistieron túnica y sandalias y mojaban pan en el garum, y de legionarios que se acabaron casando con mujeres vacceas y hoy viven en Villalpando; pero también hijos de filósofos del Ática, de sacerdotes de Delfos, de sabios de Asia Menor, de navegantes fenicios y de pastores beduinos que cambiaron los rebaños por el alfanje.

Trebisonda ha pasado de capital de un imperio a puerto exportador de anchoas, avellanas y té

Describe ancianos turcos de fez rojo y barba blanca, discutiendo grave y lentamente a la sombra de un plátano, vestidos de levita oscura y chaleco blanco. Y pienso que hoy en día ya nadie vestirá así, ni siquiera en Anatolia, ni siquiera en Trebisonda, que no en balde ha pasado de capital de un imperio a puerto exportador de anchoas, avellanas y té. Todo pasa. Y es Dos Passos, ya en la primera página del libro, en el capítulo El descubrimiento de Rocinante, dedicado a España, quien cita a Jorge Manrique y su cualquier tiempo pasado fue mejor.

No todo lo anterior fue mejor, ni mucho menos. Lo que sí es cierto es que el pasado es en general algo que hemos perdido. Y eso deja, inevitablemente, cierto poso de tristeza.

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