Opinión

La linealidad imperfecta

Una mujer le contaba a unas amigas que ella todavía guardaba estampitas de cuando su hija salía de capuchón

ACABO DE leer Una noche en el paraíso (Alfaguara), que es el libro de Lucia Berlin que no es Manual para mujeres de la limpieza. Y me ha gustado mucho: le doy un notable alto. Últimamente a todo le doy un notable alto, no sé qué querrá decir. Aunque he de precisar que este es muy alto, casi un ocho y medio.

Y esta mujer, que tuvo una vida azarosa que incluyó glamour y clínicas de rehabilitación, y que sin duda estaba dotada de una gran sensibilidad para la observación, dice en el último relato, Luna nueva: "Cuando viajas te apartas de la rutina de tus días, de la linealidad imperfecta y fragmentada de tu tiempo. Como al leer una novela, los sucesos y la gente se vuelven alegóricos y eternos. El chico silba recostado en una tapia en México (…) Seguirá haciendo lo mismo para siempre; el sol seguirá hundiéndose en el mar, sin más".

El otro día, en la Semana Santa ferrolana, a mi lado en la acera, una mujer les contaba a unas amigas que ella todavía guardaba estampitas de cuando su hija salía de capuchón. Lo dijo sonriendo, pero no le hicieron caso y volvió a mirar la procesión. Yo me la imaginé abriendo un cajón del mueble del salón y encontrándose los recordatorios con el nombre de su niña. Me la imaginé dándoles la vuelta y fijándose con nostalgia en su letra de pequeña.

Le leo a Lucia Berlin lo que para ella es viajar, o leer, y pienso que eso mismo es para mí escribir. Nadie me ha preguntado nunca por qué lo hago, pero si tuviese que explicarlo diría que es sobre todo por dos razones: una, para tratar de entender un poco mejor la vida, para tratar de explicármela; la otra, para fijar algunos momentos, algunos sitios, algunas personas. Que a lo mejor no se vuelven, como ella dice, alegóricos y eternos, pero casi. Escribo, en parte, para fijar recuerdos: para que no se desvanezcan, para que no desaparezcan sepultados por todo lo que ocurra después, o haya ocurrido antes; para que la linealidad imperfecta y fragmentada de los sucesos no me los haga confundir; para que lo que sentí en cada una de esas ocasiones no se me escurra entre los dedos.

A nadie le importan tanto las estampitas de su hija como a aquella mujer. Probablemente, ni siquiera a la propia niña, que todavía no las necesita para nada. En cambio, para la madre puede que tengan un valor enorme, pues al guardarlas es capaz de guardar también un poco de una época. Y, sin embargo, le falta alguien a quien contárselo.

Creo que yo escribo, sobre todo, para poder contarme la vida, para poder guardarla.

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