Opinión

Queso y pepinillos

 Portorosa tiene la teoría de que el Imperio Británico se fundó sobre un  bocata de queso con pepinos

DICE ERIC Hobsbawm en su apabullante Historia del siglo XX que no ha habido escritores de novelas policíacas de izquierdas. Y que, de hecho, el policíaco es, o fue, un género profundamente conservador, la expresión de un mundo todavía confiado, y en cierto modo una original reivindicación de un orden social entonces —primer tercio del pasado siglo— ya amenazado pero aún en pie. Un mundo, por cierto, de rasgos claramente británicos.

También dice varias veces a lo largo del libro que Gran Bretaña —y siempre usa esa denominación, lo cual no debe de ser casual, porque deja fuera cualquier parte de Irlanda, Norte o no— lleva varios siglos, incluso durante los períodos históricos más convulsos, siendo la máxima expresión europea de la estabilidad social. Aunque dista mucho de considerarla ejemplar, hasta el punto de negar que antes de la II Guerra Mundial fuese una democracia plena.

Y a mí, ni una cosa ni otra –sus discutibles democracia y estabilidad— me extrañan. Soy bastante anglófilo, básicamente por la literatura y los Beatles, pero uno no puede cerrar los ojos ni mirar para otro lado ante el hecho de que en un país se considere admisible e incluso normal un sándwich de queso y pepinillos. Sin nada más: queso y pepinillos. Así se lo dieron a mi hija este verano y así lo muestran en películas, series y novelas, policíacas y de las otras. Y claro, qué no va a aguantar una sociedad si aguanta eso. Ya puede cerrar Margaret Thatcher las minas que quiera o pueden bombardear Londres entero, que nadie va a votar nada extravagante ni el lechero va a perder la calma y dejar de reponer las dos botellas junto a cada puerta. Toman bocatas de queso con pepinillos, y además bocatas de pan de molde: nada asusta ni perturba a esa gente. Están curados de espanto. Han caminado por el valle de las tinieblas, se han asomado impertérritos al abismo oscuro cada vez que, sentados en un banco de un parque y sosteniendo en la otra mano un té en vaso de papel, han mordido esa miga elástica y en su interior han hallado una loncha de queso mojada por el vinagre de un pepinillo crujiente. Generación tras generación.

Así como a los conquistadores españoles nada los echaba para atrás, porque cualquier cosa —cruzar el desierto de Nuevo México, subir a las cumbres andinas o atravesar la selva amazónica— era un paseo comparada con la vida en Extremadura en el siglo XVI, los ingleses conquistaron el segundo imperio más extenso de la historia gracias a un carácter flemático forjado en la más espartana gastronomía, cuyo sumun de crueldad es un sándwich.

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