Opinión

Ruido

Mi amiga Aroa Moreno escribe, tan bien como de costumbre, que ahora articulamos opiniones constantemente
Móvil y ordenador portátil.
photo_camera Móvil y ordenador portátil.

SOBRE CUALQUIER tema y con una seguridad pasmosa. El debate en las redes sociales: ese cuento lleno de ruido y de furia, que no significa nada, como ya vio venir Shakespeare en MacBeth. Supongo que alguien estará estudiando hasta qué punto ese intercambio de aseveraciones incesante y omnipresente está transformando el diálogo en la plaza pública y, por tanto, nuestra convivencia.

Quién iba a pensar que la generalización del libre debate y la facilidad para acceder a una tribuna podrían traernos otra cosa que buenos frutos; y, sin embargo, yo solo veo una cerrilidad cada vez mayor y menos posibilidades de entenderse. Al final, lo gratis no se valora. El deseado diálogo social, alimentado por la exposición ininterrumpida a una información apresurada, a veces tendenciosa, a veces falsa y, sobre todo, cuantitativamente inmanejable, se ha convertido, salvo excepciones, en un soltar chorradas cada vez más tajantes, en la repetición de lemas simplones y en la mera demostración de adhesión o rechazo a una serie de etiquetas maniqueas y superficiales.

Aunque no sé de qué nos sorprendemos, si es lo de siempre. Nos hemos vuelto a entusiasmar con la herramienta, sin entender que lo importante es el usuario que la maneja. Nos pasa mucho. Y, si no, ya me dirán de dónde sacamos, por ejemplo, que por cambiarle a un niño el libro por un ordenador va a aprender más. Una y otra vez olvidamos que ninguna receta va a salirnos bien si falla el ingrediente principal: nosotros. Lo cual me lleva de nuevo al libro y la enseñanza…

Y es peor cuando esa herramienta es un derecho. Como la libertad de expresión, que se ve reducida a un concepto hueco e inútil si no se dota de contenido. El mayor homenaje que podemos rendir a quienes lucharon por nuestras libertades es usarlas bien, aprovecharlas, estar a la altura y hacernos merecedores de su sacrificio. En el caso de la de expresión, lo mínimo que deberíamos exigirnos es preocuparnos por lo que decimos.

Y, en cambio, la desperdiciamos en gritar consignas dentro de cotos cerrados de pensamiento, cocidos en nuestra propia salsa, y en reacciones infantiles que como vienen se van. Y, además, sin callarnos nunca ni vacilar ante nada: que no se te ocurra no tener un juicio formado sobre el Joker, la sentencia punto por punto del Procés o el último premio Nobel de Física. Como si tú supieras algo de física. 

Y es que parecemos estar convencidos de que, para opinar sobre algo, llega con tener derecho a hacerlo.