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El divorcio, idiota

HAN DICHO en las noticias que los españoles nos divorciamos más y mejor que en años anteriores: eso está muy bien. No existe mejor indicador para medir la salud democrática de un país que la cifra de divorcios anuales y en España, según se desprende de la estadística, seguimos dando pasos en la buena dirección. Atrás quedaron los tiempos de la dictadura moral y el compromiso inquebrantable, de jugarse el pellejo a una sola carta, de embarcarse en la aventura del matrimonio sin la perspectiva de saborear, alguna vez, las mieles de un buen divorcio. "Deberíamos buscar un abogado", dice ella de repente, supongo que alentada por los datos. Inmediatamente cambio de canal y en pantalla aparece Pablo Iglesias pidiendo la dimisión de la ministra de Justicia. "¡Menudo circo de país!", exclamo irritado. "¡Tendría que venir otro Franco!".  

maruxinhaEvitar conversaciones incómodas simulando indignación por los asuntos del reino se está convirtiendo en una sana costumbre para la relación. Mi patriotismo impostado siempre le arranca una sonrisa y esa mínima virtud, la de hacerla reír varias veces al día, me ha salvado de no pocos aprietos en estos años de convivencia. Hace poco, al calor de una botella de vino, la pareja de un buen amigo me explicó que el éxito de su noviazgo se basa en un sexo excelente, apoteósico, insano… Es el tipo de confesiones que uno encaja con una mezcla de envidia y resignación, tratando de no gesticular en exceso. En otro tiempo -y ante revelaciones similares- he llegado a responder que ser un gran amante me habría vuelto peor persona, como si follar bien te convirtiera en un imbécil, pero con el paso de los años he aprendido a cerrar el pico y asentir, fingir un cierto conocimiento de causa.

Me pregunto si habrá dicho en serio lo del abogado, espero que no. En ‘El libro de los amores ridículos’ se dice que el matrimonio feliz es la mayor desgracia posible, "no le queda a uno la menor esperanza de divorciarse", pero Kundera es un comunista. Yo admiro y aliento el divorcio ajeno, incluso el comunismo, pero nunca como causa propia. En la vida conviene marcarse límites para no dejarse arrastrar por el idealismo. Un soldado vivo es un soldado que puede luchar en otra guerra y, como dijo Voltaire, "Dios no está del lado de los batallones numerosos, sino de los que disparan bien". ¿Qué será de mí? ¿En qué me convertirá el trance legal de la separación? Por lo pronto, y sin profundizar en exceso, seguro que sucumbiría a la dictadura de la imagen, a la ropa de veinteañero, al gimnasio, el solárium y quién sabe si al veganismo. Pasaría a formar parte de la fauna habitual de las discotecas, un tipo de esos que utilizan la soledad y la desesperación como cebo para mendigar la atención de alguna jovencita. "Tu vida sería un infierno, muchacho", piensas. No, definitivamente el divorcio no es una opción.

Paso el resto de la tarde dando vueltas por la casa, inquieto. Miro al techo recién pintado del salón y pienso que podría haber puesto un poco más de entusiasmo en el lijado, por no hablar de que fue ella la encargada de encintar, pintar y repasar. Quizás sea esa la clave de su desencanto: mi escaso brío, esa pereza casi enfermiza cada vez que ella plantea alguna mejora en las condiciones del hogar, el abatimiento perpetuo frente a su energía positiva. De repente me siento como Julio Salinas en aquellos cuartos de final contra Italia, con todo a favor y estrellando la pelota en los pies del portero. Apesadumbrado ante las evidencias enciendo el televisor. En uno de los canales están reponiendo ‘Breaking bad’. Me pregunto si fabricar metanfetamina en el garaje y llenar los armarios de dinero mejoraría las cosas, pero la relación del matrimonio White no parece aconsejar la química avanzada y el crimen organizado como solución a mis problemas. Urge buscar culpables fuera de estas cuatro paredes, terceras personas interpuestas.

Nunca les he caído bien a sus amigas, es un hecho. Paula me considera un aprovechado y Sonia ni siquiera se molesta en adjetivar, le basta con una leve mirada de desprecio para fulminarme sin desperdiciar saliva: malditas harpías. Por otro lado, tampoco conviene descartar la posibilidad de un nuevo amor, un romance de gimnasio, alguien más guapo, más inteligente, más atento, más maduro, mejor. El mundo está lleno de tipejos así, por qué no. En esas estoy cuando oigo el tintineo de sus llaves al otro lado de la puerta. Llega cargada de bolsas y lo primero que hace es sacar una camiseta chulísima y mostrármela, sin mediar saludo alguno. "¿Te gusta? No pensaba comprarte nada pero la vi en una tienda nueva y…". Todavía hay esperanza. Digo que sí con la cabeza y la sigo hasta el dormitorio. Me tumbo sobre la cama mientras se desnuda, esperando a que nuestras miradas se crucen. Entonces le pregunto si decía en serio lo de buscarnos un abogado. Ella se ríe, la niebla se disipa. "¿Un abogado? ¿Y con qué ibas a pagar tú un abogado, alma de dios?". Me parece un argumento humillante pero no es momento de anteponer el orgullo a las buenas razones. "Esto es lo que más me gusta de ti", dice mientras se tumba a mi lado, "que eres un completo idiota y me haces reír". Me acuerdo de mi amigo, el amante sideral: al final resultará que nos parecemos más de lo que yo imaginaba, con la salvedad de que su novia, al menos, puede presumir. "¿Cenamos?", pregunto. "Va a empezar el telediario".
 

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