Opinión

La emoción de la mirada

Antón Patiño propone con su Manifiesto de la mirada una acertada e interesante reflexión sobre como nuestra visión se relaciona con los procesos de creación de diferentes artistas, así como esa creatividad se vertebra desde diferentes disciplinas artísticas y de pensamiento

ENSAYISTA, POETA y artista visual reza en la presentación de Antón Patiño como preámbulo a Manifiesto de la mirada (Fórcola Ediciones). A todas esas vertientes de su personalidad responde este ensayo que traza un recorrido por lo que el propio autor califica como "el principal patrimonio que tenemos, la vida de los sentidos". A partir de ahí se construye toda actividad artística a lo largo de los siglos, y hasta el convulso y febril siglo XX se dirige su mirada para rastrear posiciones de artistas y pensadores. Pinturas, esculturas, poemas, arquitecturas, fotografías se erigen en una encrucijada desde la que definir los diferentes procesos que la imagen ha sufrido en este periodo temporal. Energías y memorias que se entrecruzan. En ocasiones se suman, otras se distancian; pero siempre generan ante el espectador y ante el conjunto de la sociedad un espacio de tipo intermareal. Un territorio líquido donde la libertad de la mirada entra en acción, donde un vistazo es un impacto a nuestra mente en el que reconocemos el potencial del hecho creativo y su repercusión en el individuo.

Los amplios conocimientos culturales de Antón Patiño se evidencian de una manera pausada y reflexiva. Hace una invitación a pensar, a cauterizar heridas que el tiempo ha dejado en nosotros. "El Guernica es una guillotina en la mirada", afirma. El arte es eso, daño y sanación. Duda, reflexión y salvación. Decía Uxío Novoneyra que el artista desempeña una triple función: "Guardar, inventar y transmitir". Desde ahí se preserva un legado para la reivención del imaginario. Así el arte se ejercía como una dinamo de conexión entre el pasado y el presente, un espacio de experiencia desde lo individual, pero en íntima conexión con lo colectivo.

Todo el libro aparece entreverado por personajes como Walter Benjamin o John Berger. Sostienen, desde su lucidez y vínculos con los paisajes de la creatividad, una  permanente conversación con Antón Patiño. Ellos se conducen por sus tiempos y reflexiones; el pintor nacido en Monforte, por su experiencia y contacto con tantos y tantos nombres que se han ido sedimentando en su propia pintura, pero también en su manera de enfocar esa mirada hacia la realidad. Oroza, Lois Pereiro, Lezama Lima, Valente, Pessoa, Hanna Arendt, María Zambrano van lentamente convergiendo en el texto y en la mirada, bullendo como pizcas de levadura entre la pintura de Degas, Rainer, Picasso, Tino Grandío o Friedrich, entre otros muchos.

Esa pintura que Patiño entiende como "un sexto sentido que amplía hasta límites insospechados el alcance de la mirada". Esta hermosa percepción es la que consigue que observar un cuadro sea mirar a través de una ventana, ampliar nuestra percepción de la realidad, extenderla por un nuevo territorio, confabular con nuestra memoria, con nuestros conocimientos, con nuestros sentimientos y emociones. Se potencia así ese sentido sensorial que parece que esta sociedad que nos ha tocado vivir —en tantas ocasiones sufrir— pretende enterrar, limitar a través de la nula alimentación de nuestros sentidos y de la falta de potenciación de herramientas culturales que posibiliten la creación de espacios de reflexión e indagación. El poder de un cuadro, de una imagen de Rothko, Málevich o Fontana, catapultan nuestra capacidad para suscitar desde nuestro interior un nuevo imaginario, un desfile de percepciones impensable desde la mera contemplación de lo real.

No es habitual que un pintor se lance a escribir sobre estas situaciones, a poner negro sobre blanco sobre todo ese proceso íntimo que muchas veces se origina tanto en el propio estudio como en la contemplación de las obras de los demás en diferentes espacios del mundo. Antón Patiño continúa, como ya hizo en otros textos, planteando, junto a su obra pictórica, un corpus de pensamiento muy necesario dentro de una actividad que demasiadas veces está en manos de teóricos y no de aquellos que se manchan las manos con colores y formas que van a ser. Manifiesto de la mirada debe entenderse, por lo tanto, como parte de una necesidad vital del artista por consolidar su propia mirada, y de paso, ensanchar las nuestras a través de la reflexión de quienes han dejado ante nosotros tantas y tantas ventanas abiertas a las que asomarnos.

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