La huerta gallega crece pero está lejos de su potencial, ¿qué deberes y retos tiene?

Producir a mayor escala o transformar los cultivos son asignaturas pendientes para un sector que acusa falta de mano de obra y de relevo generacional
 
Plantación de grelos en A Mariña. EP
photo_camera Plantación de grelos en A Mariña. EP

Las huertas son como una extensión de las viviendas en cualquier aldea del rural gallego. Prácticamente todas las familias tienen un trozo de tierra a los pies de su casa en el que plantan hortalizas, patatas o verduras, pero más allá del autoconsumo hay productores que viven de este tipo de cultivos, una actividad con capacidad para generar valor, riqueza y empleo pero rodeada de debilidades y amenazas. Quizás por eso el sector hortícola, pese a crecer, está a años luz de desarrollar todo su potencial en una comunidad donde las condiciones climáticas y edafológicas juegan a favor. Tanto en el tercio occidental como en valles abrigados del interior hay zonas especialmente propicias para sacar fruto a la tierra. 

Y cada vez se hace más a juzgar por el crecimiento de la superficie que se siembra con este tipo de producciones. En cuatro años, de 2017 a 2021, la extensión dedicada a huerta casi se duplicó, hasta rozar las 10.000 hectáreas. En 2020 hubo un descenso notable que pudo deberse a la pandemia pero, superado lo peor del covid, el espacio cultivado aumentó con fuerza.

Sin embargo, se trata fundamentalmente de producciones a muy pequeña escala, explotaciones poco dimensionadas en las que la falta de profesionalización de los agricultores también puede ser un hándicap para llegar más lejos. El asociacionismo puede ser una buena herramienta para lograrlo, pero apenas hay ejemplos más allá de Horsal, la cooperativa de O Salnés que puede ser un buen espejo en el que mirarse.

A favor de la apuesta por la huerta como forma de ganarse la vida juega el hecho de que requiera inversiones muy inferiores a las que exige una explotación láctea, por ejemplo; también las nuevas tendencias de consumo, con un cuidado cada vez mayor de la alimentación y el auge del veganismo; o el prestigio que tienen los productos de origen gallego tanto en el mercado autóctono como en el nacional. Pero sacar adelante las producciones y, sobre todo, colocarlas en un mercado donde la competencia es cada vez mayor no es fácil. Y menos a precios que cubran holgadamente los costes.

Las plagas y enfermedades en los cultivos, por un lado, y las normas cada vez más estrictas que deben cumplir los horticultores en materias como el uso de fertilizantes químicos —y que cargan al sector más burocracia—, por otro, son algunos de los lastres.

Otros dos grandes obstáculos al crecimiento del sector son la falta de mano de obra y la dificultad para asegurar relevo generacional.

DEBERES. Los principales puntos débiles y también las fortalezas están recogidos en el Plan Estratéxico da Horta 2023-2030 impulsado por la Xunta de la mano con la Fundación Juana de Vega, que marca una serie de objetivos y las medidas a desplegar para alcanzarlos en el medio y largo plazo.

Uno de los retos es incrementar la superficie productiva de las explotaciones y diversificar con cultivos nuevos y de diferentes temporadas. Lo que más se siembra hoy en día en Galicia son las patatas —ocupan más de la mitad de las hectáreas— y la familia de los grelos, nabos y nabizas, seguidos de la llamada huerta multiespecie.

El valor económico de la producción hortícola gallega en términos de precios pagados al agricultor fue de 666 millones en 2019, lo que supone en torno al 8,5% sobre el total de España y sitúa a la comunidad en cuarto lugar dentro de un ranking que lidera con absoluta claridad Andalucía (44,6%). 

Otro de los deberes que pone la estrategia pasa por lograr una mayor diferenciación de los productos de la huerta en el mercado. Para lograrlo, plantea estudiar la creación de una marca específica, Hortas de Galicia. También perseguir el "uso indebido" del nombre de la comunidad en el etiquetado de productos con otro origen. Otra de las medidas pasa por transformar los cultivos en conservas, congelados, productos al vacío o listo para consumir. 

Entre las acciones por las que apuesta la hoja de ruta está, además, fomentar los canales cortos de comercialización con el objetivo de eliminar intermediarios. 

Mejorar el funcionamiento de los sellos de calidad de los productos hortícolas es otra asignatura. Existen diversas Indicacións Xeográficas Protexidas (IXP), como Pataca de Galicia, Faba de Lourenzá, Grelos de Galicia o las que amparan a pimientos como los de Herbón, pero el número de operadores adheridos, el de hectáreas en producción o el valor económico de los cultivos son bajos.

Cristina Vázquez, productora de Verduras Chelín: "Este sector non se valora nin se apoia o suficiente"

Esta explotación familiar produce en invernadero y al aire libre diversidad de cultivos: desde berzas, acelgas, espinacas y puerros a tomate, calabacín, berenjena o pimiento italiano en verano. Fuera trabajan unas 3 o 4 hectáreas y a cubierto disponen de unos 10.000 metros cuadrados. Están en una aldea del concello coruñés de Arteixo y todo lo que siembran se lo compra Gadis.

La voz de la empresa es Cristina Vázquez, quien coincide en que la huerta tiene mucho potencial en Galicia. "Hai un recurso natural que, se se traballa ben, dáche para vivir como calquera outra profesión", señala. Sin embargo, cree que ni las administraciones ni la sociedad dan "o valor que realmente ten" a un sector que aporta alimentos, "cada vez máis difíciles de producir", y en el que hay agricultores "moi preparados". Echa en falta también más apoyo desde los gobiernos y facilidades para que la actividad pueda crecer.

Un reto que se topa con dos grandes hándicaps: los problemas para conseguir mano de obra y para asegurar el relevo generacional. "Estanos costando encontrar moita xente para traballar cumprindo os requisitos todos e o que marca a lexislación", cuenta Cristina, que plantea impulsar cursos específicos sobre huerta. En cuanto a la garantía de relevo para la continuidad de las explotaciones cuando sus titulares se retiren, lo ve "complicado".

No ayuda a aportar atractivo a la actividad el hecho de que las normas que impone Bruselas al agro para la protección del medio ambiente sean cada vez más estrictas. Esta agricultora apunta especialmente al endurecimiento de los requisitos para el uso de fitosanitarios y a la mayor carga burocrática: "papeles e papeles para os que ninguén mira", se queja, mientras recuerda que llegan productos de terceros países donde usan fitosanitarios no permitidos en la Unión Europea. 

En este punto, apela a la "concienciación" del consumidor para que priorice alimentos de aquí, consciente de que el precio juega un papel importante en la elección tras la crisis inflacionaria, esa que también elevó los costes de producción de la huerta. En su caso, los cubren con los precios que cobran, pero "as ganancias baixaron". 
 

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