Opinión

Ir con el malo

En estos tiempos en los que se dedica tanto esfuerzo a juzgar a personajes de ficción, en los que se pide al artista un sentido de la moral, leer a Highsmith podría producir problemas de conciencia. Sus protagonistas son humanos fallidos, de igual forma que ella, racista, sexista y antisemita, lo fue. Pero ese es precisamente su talento: una manipulación tan certera que acabas haciendo tuyos los anhelos de asesinos y estafadores, héroes que te producen fascinación y culpa

UN NIÑO solitario planeando maldades. No cómo agenciarse las galletas sin que nadie se dé cuenta, cómo librarse de tal castigo atribuyéndoselo a otro, cómo ocultar una travesura, no. Apretemos esa tuerca un pelín más, un par de vueltas. Lo que piensa es cómo tirar a su hermano pequeño escaleras abajo, cómo propiciar un tropezón fatal de su madre, qué pasaría si su padre tuviera un accidente, qué vida le esperaría si al fin no tuviese a nadie a quien obedecer. Ese, el pensamiento breve y retorcido, malsano, que uno casi no se permite, que se le escapa pero recoge enseguida, es el motor narrativo de Highsmith y la práctica totalidad de los personajes que importan en sus libros se topan con él en un contexto doméstico y rutinario que los deja solo con dos opciones: o lo ponen en práctica y se convierten en otra cosa, o no lo hacen y sufren la culpa del que lo ha pensado. A veces incluso se desencadena algo solo por haber fantaseado con ello, como ocurre a una de las partes de Extraños en un tren.

Toda, absolutamente toda su obra, desde su serie más conocida hasta sus cuentos más tempranos y breves responden al esquema en el que alguien se plantea "qué pasaría si", siendo el condicional posterior algo retorcido. Lo que sea poco importa, puede que al lector le parezca una minucia, pero acaba teniendo claro que no lo es porque tiene la capacidad de cambiarlo todo.

"Al público en general no le gustan los delincuentes que se salen con la suya al final. Es casi preferible matarlos durante el relato, si no es la ley quien se va a ocupar de ello. A mí esto me repugna, ya que más bien simpatizo con los delincuentes y los encuentro interesantísimos, a menos que sean monótona y estúpidamente brutales. Desde el punto de vista dramático, los delincuentes son interesantes porque, al menos durante un tiempo, son activos, libres de espíritu y no se doblegan ante nadie". Patricia Highsmith resumió en Suspense —un libro que se supone que es sobre cómo escribir pero que acaba siendo más bien sobre cómo leer— qué clase de héroes eran los suyos.

Y el más suyo de todos es Ripley, el chaval pobretón y envidioso que aspira a una clase de refinamiento que solo encuentra mintiendo, engañando y, finalmente, asesinando para suplantar la personalidad de su amigo. En teoría se trata de un tipo odioso, pero unas cuantas páginas de la primera novela de la serie bastan para que el lector, atrapado, se dé cuenta de que le interesa, le aprecia; de que, qué espanto, va con el malo.

Ripley finge todo el tiempo ser más de lo que es, algo de lo que la escritora, mujer de origen humilde que gracias al empeño de su madre logró estudiar en Barnard College, sabe mucho. Lo que Highsmith escribe se define como thriller psicológico, como si existiera el de otra clase y no fuera siempre lo que nos hace pasar miedo algo que está dentro de la cabeza. Desde luego, el suyo no es un terror de sangre y vísceras, sino de ideas, de posibilidades, de la angustia más existencial. Se sufre por lo que va a pasar, por lo que puede pasar o por lo que deja de pasar mucho más que por lo que está pasando. Sin embargo, el molde del que salen esos personajes no es exactamente el que ella se empeñó en señalar. O al menos no solo ese.

Está muy extendida la percepción de que la angustia de Highsmith le debe mucho más a Dostoievski —del que decía que todos sus libros son de suspense— que a cualquier otro autor del género. Está muy extendida, en gran parte, por su activa contribución. Highsmith, como Ripley, dedicó un gran empeño a pulir la imagen que proyectaba, a medrar socialmente, a aparentar. Y por ese motivo en los cientos de diarios y cuadernos que escribió a lo largo de toda su vida, levantando acta notarial de lo que sea que le importaba en cada momento, no aparece el que fue el trabajo que le dio de comer durante sus comienzos de escasos éxitos: la escritura de cómics. Todos los primeros años neoyorkinos, cuando no podía vivir en el barrio que le gustaba y las grandes revistas ignoraban sus relatos, esa fue su principal fuente de ingresos.

Y, sin embargo, qué son si no eso, héroes o superhéroes sus personajes, "superantihéroes", que comparten con los de las tiras tantas características. Volviendo a Ripley, el que mejor desarrolla porque es el que más tiempo se queda con ella, vemos a un hombre capaz de trascender sus orígenes humildes y dejarlos atrás definitivamente, que lleva una doble vida, que finge ser inofensivo revelándose después verdaderamente poderoso, un superviviente, que usa los disfraces en su beneficio, que sabe conquistar aunque parecía una mosquita muerta. A cuántos protagonistas de cómics de la época les encajaría esa misma descripción.

Sin embargo, esa fórmula que repetiría en gran parte de su obra tiene una característica que ella misma cita y que le impide caer de lleno en la tira. A sus protagonistas les pasa lo que ella llama Lo casi increíble, una circunstancia puntual, que empuja la acción y puede ser una tremenda casualidad, aunque en el curso de los acontecimientos parezca natural, orgánica. Es, por ejemplo, el encuentro de Extraños en un tren, que si se piensa es llamativo que dos personas a las que beneficiaría que alguien desapareciese de sus vidas acaben conociéndose en ese tren y ese vagón y, sobre todo, que se lo cuenten. En un cómic, ciertos elementos se organizan para que se dé una circunstancia así. En su literatura, es la vida misma, que pone a los personajes en inquietantes tesituras.

Todo en su obra responde al esquema en el que alguien se plantea 'que pasaría si', siendo algo retorcido

Con los mimbres de la novela rusa, de los tebeos o de ambos, la cuestión es que Highsmith es capaz de crear eso que se llama un universo propio y que tiende a atribuirse a más escritores de los que realmente lo merecen. En ese mundo, lo cotidiano es peligroso, la crueldad se manifiesta en un pequeño gesto que pasa desapercibido hasta que es demasiado tarde y, en realidad, nunca conocemos a nadie. El terror se materializa en la certeza de que casi todos somos capaces de hacer casi todo, en que nos laten dentro posibilidades inombrables.

Anagrama acaba de reunir en su colección Compendium los cinco primeros libros de cuentos de la autora, tres de los cuales (Once, A merced del viento y La casa negra) llevaban tiempo sin reeditarse. También a píldoras Highsmith inquieta y despliega esa atmósfera tensa, un mundo de gente de dudosa moral y muchas veces terrible, igual que ella lo fue.

Aunque podía resultar encantadora si quería, con mucha frecuencia no quería. No resulta complicado encontrar críticas abiertas a su personalidad mezcladas con halagos a su literatura. Su propio editor la encontraba insoportable y a muchas de sus amantes acabó pareciéndoselo también. Highsmith esperaba poco de las mujeres y por eso la mayoría de sus protagonistas eran hombres. Tenía hacia ellas ese comportamiento tan odioso del que adora a quien es su objeto de deseo pero que, cuando lo conquista, pierde interés; duda de su percepción previa, a ver si no iba a ser en realidad para tanto. En el fondo, todo su comportamiento revela la inseguridad del que, cuando es querido, piensa que su amante no puede ser tan bueno si a quien quiere es a él.

Por tanto, no es una autora que aguante una lectura moral, en la que encontrar enseñanzas positivas para la vida, un mensaje vitalista. Pero están sus personajes llenos de humanidad, una que quizás no queramos ver, pero más vale la pena conocer. Vivir también es eso y la gente también es así.

Relatos
Patricia Highsmith 

Editorial: Anagrama

Páginas: 888

Precio: 24,90 €

Este volumen reúne los primeros cinco libros de cuentos de Patricia Highsmith, tres de los cuales — Once, A merced del viento y La casa negra — no habían aparecido hasta ahora en Anagrama. En dos de los libros aquí incluidos la autora vertebra los relatos en torno a un eje central: los animales y su relación con los humanos en Crímenes bestiales y los arquetipos femeninos en Pequeños cuentos misóginos. El lector descubrirá los elementos de Highsmith: el crimen que irrumpe en lo cotidiano, la maldad que acecha en cualquier esquina, la crueldad que emerge donde menos se la espera, el suspense manejado con mano maestra.

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