Un día fundamos el Atlantismo

El año pasado en Marienbad. AEP
Un día fundamos el atlantismo. Estábamos en el Círculo de Bellas Artes de Madrid Eugenia Rico, Teresa Sebastián y yo. Era el mar, el infinito, la lluvia.

EUGENIA era de Asturias, Teresa de Bilbao y yo de Lugo. Teresa Sebastian habla de lo frágil en contra de la prepotencia, del silencio contra el ruido y la furia, de la naturaleza contra el mecanicismo rampante, de la cultura oriental contra el exclusivismo occidental. Habla del misterio y los mitos fecundos y la luna. Habla de la poesía contra la dictadura de la prosa.

Teresa Sebastián en Frágil recordaba a  su padre y de su infancia en Bilbao. Era el Bilbao de las fábricas y la contaminación, pero ella venía de un paraíso perdido en un pueblo de Castilla la Vieja. Hablaba de su padre que siempre hablaba en voz baja, que evocaba viajes no hechos, que le contaba cuentos tradicionales. De las fotografías en sepia que significan el encanto de la memoria.

Y ya hablaba allí del silencio con mayúscula: "El sepia es el color del Silencio". La Memoria se convierte en brasa, en vértigo, decía. El hombre contaba a través de la ventana el cuento de los Tres Pelos del Diablo y la niña bailaba.  El hombre le transmitía el encanto de la literatura y ella lo guardaría para siempre. Y sentía la sensualidad profunda de la vida concreta : "Sopas de leche/ miel con nueces/ lentejas/ pimentón". Estaba lejos el mundo virtual y tecnológico que lo evapora todo. 

En La noche incandescente hablaba de encender hogueras en la noche, de hacerla incandescente. Ella da un sentido negativo a la noche, pero su luz profunda se parece a mi noche. El libro empezaba con una dedicatoria a los que construyen un Arca más fuerte que el mundo brutal, un arca espiritual donde se salva lo que hay de hondo en medio de la barbarie materialista y tecnocrática.  Sus poemas sobre las ciudades deshumanizadas remitían más allá del Lorca de Poeta en Nueva York al George Heym expresionista de El dios de la ciudad.

La asturiana Eugenia Rico publicó tiempo después Los amantes tristes. Un libro lleno de melancolía sobre unos amantes llenos de decepciones que se tienen que encontrar más que nada en los recuerdos y las palabras. Juan Echanove se lo presentó muy bien poniendo la entonación más convincente al leer unas páginas del libro en un local famoso. Era también la melancolía del norte o ciertas elipsis emotivas de la ciudad. Tenía evocaciones y sobreentendidos, y malentendidos y frustraciones. 

Yo publiqué libros con tipos que cenan en mitad de la niebla y se palpan un poco a ciegas en ciudades del norte.

Fuimos los tres y solo fue aquella noche en el bar La Pecera del Círculo de Bellas Artes  de Madrid. Tal vez ellas no lo recuerden o lo recordarán de otra manera, pero yo me mantengo en mis imágenes, como aquel personaje de El año pasado en Marienbad de Alain Resnais.

Pudimos hacer grandes cosas si habláramos más en serio. O si se nos reunieran otros escritores. Pero solo fue una ocurrencia de una noche en un bar. Cuando unos tipos se ponen estupendos en un momento dado y vislumbras grandes cosas medio en broma o medio en serio. Con un entusiasmo sin consecuencias.  

Pudimos inventar una literatura de vislumbres infinitos, en la distancia, en la hondura, como si miráramos a través de la escultura Elogio del horizonte de Chillida en Gijón.

Otros hablaban del Mediterráneo y de la cultura clásica, que no diga que no tenga sus atractivos. Luis Racionero escribió un libro sobre El Mediterráneo y los bárbaros del Norte. Pero nosotros éramos un poco bárbaros y pensábamos en perspectivas infinitas. Y en lo imprevisible y en las lluvias sutiles. Y en las melancolías que a la larga, como dice Rilke en las Cartas a un joven poeta, son formas de conocimiento. 

Nos reunimos los tres casualmente aquella noche en la cafetería del Círculo de Bellas Artes. Y nos vino aquella idea feliz o fugaz. Pero solo fue aquella noche. Y no ocurrió nada más.