Opinión

Un reino de 35 dólares

En julio de 1984, un león macho de frondosa cabellera paseó a sus anchas por la plaza de San Marcos de Venecia. Simultáneamente, una joven rubia vestida de novia posaba para las cámaras mientras navegaba en una góndola. Mujer y bestia se encontraron a cierto punto. El animal rugió tras oler su entrepierna. Ella, Madonna (Michigan, 1958), ordenó parar el rodaje por el miedo que eso le infundió. Estaba grabando el videoclip de Like a Virgin e intentando ser alguien, aún no sabía quién.
Madonna. EP
photo_camera Madonna. EP

LAS CUATRO décadas de Madonna en el mundo de la música, las artes y el espectáculo han transformado el modo en el que estas disciplinas se relacionan entre ellas y los estándares de calidad para generaciones posteriores. Dicen de ella los expertos que para comprenderla deben pasar 10 años porque solo entonces su trabajo cobra sentido. Heredera del camaleonismo de Cher, impulsándolo más aún si cabe, Madonna es el caleidoscopio pop primigenio, el caldo de cultivo.

La inabarcable carrera de la Reina del Pop es presente todavía, sigue sucediendo; al igual que una vida impregnada por mitología que ella misma se encarga de no desmentir. Sin embargo, su primera década como artista es suficiente para plasmar un legado universal y una visión artística dura, basada en los valores del esfuerzo y la perseverancia como muletas del talento en estado de competitividad. Antes de los 300 millones de discos vendidos, de ser la cantante más rentable de la historia y de ostentar el récord mundial de entradas de concierto vendidas, hubo una huérfana prematura e italoamericana en la ciudad de la Motown.

Madonna Louise Ciccone recibió el nombre de su madre, que vio en la tercera hija el tipo de heredera que tanto ansiaba y que sus primeros partos no supieron darle. Un cáncer de mama fulminante quiso que la herencia se precipitase sobre la niña, que en lugar de recibir abundancia solamente recibiese la estampa al ver cómo el cuerpo de su madre se deformaba a causa del remedio y la enfermedad.

El silencio alrededor de la infancia de Madonna se rompió cuando esta era alguien consolidado en la industria, pero sobre todo cuando ella mismo pudo hablar de lo sucedido. Según el propio testimonio de la artista, la belleza radiante de su madre se quebró para dar paso a un esqueleto con piel colgante que un día se acostó en la cama para no levantarse más. A sus pies, cada tarde, la niña cuidaba y examinaba cómo era la muerte en directo. El cáncer se había propagado con tanta fuerza porque Madonna sénior estaba embarazada de su cuarta y última hija. Mantuvo al feto, aunque con consecuencias nefastas. Con 30 años, desapareció.

La cantante tenía 7 años cuando aprendió por vía paterna el significado de traición

Madonna conoció el luto antes que los efectos que este provocaba. Pasó dos años intentando asimilar el vacío en la casa mientras que su padre se había recuperado plenamente. Al poco tiempo, él se casó de nuevo con una ama de llaves que servía en otra casa. La cantante tenía 7 años cuando aprendió por vía paterna el significado de traición, porque comprendió que su relación con esta nueva mujer se remontaba al diagnóstico de cáncer de su madre.

No fue la idea de recomenzar y enamorarse de nuevo lo que encendió en Madonna una ira olímpica que no se apagaría. Fue el abandono emocional previo y la soledad forzosa que pasó su madre en su final. A la casa llegaron dos nuevos bebés, haciendo que el sueldo de una ama de llaves y un montador de la fábrica de Chrysler no llegasen a mucho. La cantante sacaba dinero extra de donde podía, pero jamás descuidando sus estudios. La disciplina era la única herencia que podía disfrutar.

La Madonna adolescente se revolvía entre la música incesante que sonaba en la capital de la música afroamericana y las bandas de chicas. La discográfica Motown nutría a la ciudad de artistas y vida cultural, pero también de la esperanza de que en lugares desolados o industriales la melodía también era posible. Y, por supuesto, la presencia absoluta de estrellas de la canción aseguraba fiestas de una parada obligatoria. Si Nueva York se había quedado el pop y Los Ángeles con el rock, Detroit vivió su mejor momento con Diana Ross, Gladys Knight, Stevie Wonder, Marvin Gaye y las leyendas que fundaron el soul.

Un peinado casi arquitectónico, unos ojos azules vítreos, bello en las axilas y un cuerpo fibrado a base del ejercicio físico. Esto es lo que recuerdan los compañeros de promoción de Madonna, a la cual envidiaban por ser una estudiante de matrícula sin renunciar a un grado de popularidad notable. Fue la perfecta niña americana, apartando lo italiano de sí. Su etapa como animadora y bailarina de ballet completaba una imagen perfecta como de Norman Rockwell, una imagen que se difuminaba al cruzar la puerta de casa.

Llegó a la ciudad haciendo autostop y con una beca para estudiar ballet

El hogar de Madonna era una cazuela a presión donde cada miembro añadía su propia remesa de frustraciones. Tras una larga pelea, puede que propiciada por la estricta dieta vegetariana que la cantante mantiene desde los 15 años y molestaba tanto a su padre, la joven se marchó con una maleta, unos pantalones vaqueros y 35 dólares en su bolsillo trasero.

Llegó a la ciudad haciendo autostop y con una beca para estudiar ballet en la universidad gracias a sus buenas notas. Se mudó a uno de los barrios de la ciudad que desaconsejaban a todo el mundo por sus habitantes, unos que estimulaban contra todo pronóstico el espíritu vitalista y curioso de una chica como ella, que se moría por no volver a casa y seguir descubriendo calles y locales de fiesta.

Madonna sobrevivía entremezclando pruebas de selección para los que no era apta con trabajos temporales, los cuales perdía por su fuerte temperamento. La disciplina de los años previos se había vuelto ira contra la ineptitud. De esta época son las fotos que aceptó hacerse desnuda para una publicación de corte artístico, era un buen dinero por poco esfuerzo y con un poder de trascendencia nulo. Décadas después se recuperaron y subastaron por 100.000 dólares.

La joven detestaba ser leída como estúpida por el mero hecho de tener un cuerpo escultórico, atlético y una cabellera rubia. Nadie la llamaba por su nombre, era el cielo, el cariño, el baby siempre de alguien. Tras perder un empleo en la cadena de repostería basura Dunkin’ Donuts, en el cual arrojó un bote de mermelada de arándanos sobre un cliente, decidió salir a explorar eso que llamaban la noche. Madonna había estado en clubs y fiestas, pero nunca se había molestado en ser parroquiana de lugares. Harta de la frustración, se empeñó en pisar una discoteca cada día, en quemar sus dos pares de zapatos en las pistas e ignorar las miradas de todos los que la percibían. Puso esfuerzo en solo disfrutar, pero su presencia era tan inusual que llamó la atención de un productor musical.

Permitió a Madonna combinar las coreografías más dinámicas con no perder una nota en el compás

Por aquel entonces, la cantante ya había tonteado con la industria musical siendo bailarina, cuerpo de baile en la gira de artistas menores, incluso había formado dos bandas al descubrir que cantar tampoco se le daba especialmente mal, sin ser ella el chorro de voz de mayor rango. Aunque sí tenía algo de lo que presumir sin competencia, un diafragma entrenado de modo militar, el cual permitió a Madonna combinar las coreografías más dinámicas con no perder una nota en el compás. Este productor era un experto en crear talento efímero, explotar maquetas rechazadas por artistas de primera línea para recuperar inversiones de discográficas. Everywhere fue el primer single que grabó Madonna, tuvo éxito a nivel estatal y sonaba exactamente como algo que no iba a ocurrir de nuevo, como el fruto al que queda un día para pasar de ser maduro a podrido. Olía a fábrica de música, sonaba como ello y Madonna lo odiaba.

Siempre ha defendido que en sus inspiraciones no estaban las estrellas del rock o de la canción protesta, su música de crecimiento vital era otra y no renunciaba en cualquier caso a la curiosidad de explorar, algo que hace para todos sus trabajos con vocación de cambiar radicalmente y no repetirse. Madonna se crió con la Motown y esos son los ritmos que de manera instintiva suenan en su cabeza. Estructuras clásicas, temas universales, ritmos pegadizos y frenéticos.

Tras estrenar su primer disco y lograr unas cifras nada despreciables, acudió a su discográfica para conversar. Sabía desde hacía tiempo que aquello de la producción en laboratorio se iba a terminar. Apoyada por un casual sobre el marco de la puerta de una sala de reuniones, escuchó a su productor cómo presumía de que iba a hundir el segundo disco porque su tiempo se había acabado, que ya tenía 25 años, un talento que denominó mediocre y había que continuar. La ira de Madonna creció un poco entonces. La llama que inició su padre se ensanchó en el hueco que dejó su orgullo herido, no menguó al discutir y romper toda vinculación. Logró libertad y control, exigió ejecución independiente de su trabajo. Le concedieron un bulo, carta blanca, aunque sin promesa de cumplimiento.

Para romper con sí misma, Madonna creó una lista de peticiones que consistía en reunir para un trabajo a las altas esferas de la música y las artes con nombres casi anónimos, que sonaban solamente en el barrio donde había vivido al llegar a Nueva York y los locales gays que frecuentaba. La cantante solicitó a Nile Rodgers, del grupo Chic, que había reventado las listas musicales de los años 70 y venía de firmar un éxito absoluto con el Let’s Dance de David Bowie. Rodgers había visto actuar a la joven en un club, estaba sorprendido con la petición porque al salir del concierto había comentado a sus amistades: "Si todo va bien, será una estrella".

En el proceso de composición, la pareja de músicos decidió no girar y continuar con las melodías pop heredadas de la música disco, nada de moda e incluso rechazadas por la crítica. El objetivo era llegar a las últimas consecuencias sonando nuevo cuando todo estaba quemado. La crianza en Motown, la experiencia de Rodgers en los 70 y una visión subversiva hacia las emociones femeninas, el deseo, la fe y la ruptura del canon fueron los ingredientes base.

Madonna no se amedentró ante las amenazas de instituciones mucho superiores a ella

El aderezo llegó en las letras, en la iconografía católica y los símbolos americanos que enarbolaban un espíritu nacionalista al alza, del cual se burlaba tanto como del capitalismo y la sex-plotación de los cuerpos femeninos. De todo ello nació Material Girl, Into the Groove’y el éxito absoluto Like a Virgin, el cual escandalizó a todo el cuerpo creyente y movilizó al Vaticano para eliminar toda presencia de aquella joven rubia, virginal en imagen y promiscua en alma. Madonna no se amedentró ante las amenazas de instituciones mucho superiores a ella. La valentía fue premiada con una proyección mundial, un éxito que la sorprendió a ella misma y, sobre todo, una autoría revalidada para ser la directora de su propia carrera.

La revista Playboy, una imitación de Marilyn Monroe, activismo contra el VIH, un noviazgo con Basquiat… La narrativa alrededor de Madonna se completó con un matrimonio pistola en mano contra paparazzi en helicóptero con el actor Sean Penn, estampa que plasmó Andy Warhol en sus memorias sobre el evento. Ella veía en él a un nuevo James Dean, él veía una propiedad de mucho valor, que se revalorizaba cada día.

Tras una breve relación plagada de abusos y maltratos, Madonna se emancipó de Penn, de la mirada inquisidora de la prensa y de las acusaciones de insuficiencia. Rondaba los 30 años, una edad inusual para ser alguien relevante en la música de su género, su carácter no se había calmado. El hambre de poder era latente, por ello se centró en su trabajo de estudio hasta sacar a la luz True Blue, uno de los mayores éxitos de su carrera y un icono de los años 80.

Madonna cerró la década con Like a Prayer, el escandaloso momento en su trayectoria en el que osó besar a un santo negro y perdió un contrato patrocinio por 5 millones de dólares de Pepsi. Cruces ardiendo, acusaciones contra Estados Unidos empleando la fe como motor y un sonido de la mayor calidad alcanza hasta entonces revistieron a la artista con una imagen incorrupta para su público y para la crítica.

Diez millones de ventas en una década, cuatro discos y múltiples giras se combinan para dar lugar a una cumbre artística rara vez alcanzado por otro artista en tan poco tiempo. La empatía gratuita de sus fans costeaba todo el coste de la fama y los prejuicios que padecía. En el álbum de cromos que es la trayectoria de Madonna, la primera década se cubre de cruces, novias, leones, Venecia, llantos y una retahíla de momentos que denominan cultura pop, pero han vertebrado una manera de ser. La ambición rubia continúa.

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