Opinión

Al ritmo de la bestia original

A finales de los 60, una joven de 18 años con pelo afro se sentó en una peluquería de Nueva York. André, el peluquero, la rapó, dejando un corte militar recto, y afeitó sus cejas. Lo que se reflejó en el espejo pasó a ser ambiguo. Así surgió la artista Grace Jones. Es difícil explicar cómo un cambio de aspecto cimentó y catapultó la carrera de una veinteañera con aspiraciones a modelo, pero, entre los 60 de los 90, la estética se convirtió en un lenguaje y un mensaje propios. Jones asumió los riesgos necesarios en momentos adecuados para avanzar en un tablero adverso desde sus inicios.
Grace Jones. EFE
photo_camera Grace Jones. EFE

Pese a haber desarrollado su carrera en un puente aéreo constante entre Nueva York y París, su isla natal está detrás de su nacimiento y su renacimiento. Tan grande es el espacio vital de Grace Jones, que ella asegura ser uno de los pocos seres humanos que vive simultáneamente en varios husos horarios. Ha deformado el tiempo, se ha olvidado de su edad y afirma no recordar la fecha de su nacimiento. "Probablemente tengo 5.000 años. Mi rostro se ve desde las pirámides", ironiza.

Sus orígenes se sitúan en 1948 en Spanish Town, la capital de Jamaica con el topónimo de Villa de la Vega hasta el siglo XIX, cuando los ingleses llegaron a la isla e impusieron el centralismo en Kingston y renombraron todas las ciudades. Allí vivió durante 15 años como la tercera hija de siete.

Procede de la unión de dos influyentes familias en la vida social, cultural y política de su isla. El matrimonio de sus padres era la confluencia de fuerzas religiosas y administrativas de alto nivel, lo que supuso un control férreo de su vida desde la fe y desde la ley. Durante su vida en Jamaica, Grace fue una reclusa en su casa.

La penuria económica que azotaba la isla a mediados del siglo pasado forzó a sus padres, con cierta capacidad monetaria, a mudarse a Estados Unidos. Primero se marchó el padre, un político local y pastor apostólico, y después la madre, una mujer sumisa y obsesionada con la imagen pública. Los niños se quedaron entonces con la abuela materna, la hermana de esta y sus parejas, dos hombres 20 años menores que ellas.

Así fue como Grace y sus hermanos pasaron a la tutela de Mas P, su abuelo político. Este hecho supuso la entrada en el infierno para los niños, que se criaron en la fe pentecostal y asistieron a un colegio con tales ideales. Leían la Biblia cada día antes de dormir durante horas y se congregaban para rezar al terminar.

Los únicos tramos de felicidad que Grace recuerda de esos años los ubica en las travesías entre la casa y la escuela, ya que en ambos puntos y únicos espacios que conocían, las palizas eran habituales. En el colegio, los maestros empleaban castigaban los errores con bofetones, collejas y humillaciones.

En casa, el modelo educativo de Mas P se había impuesto al del resto de adultos, que odiaban tener a su cargo niños que no les pertenecían. En Jones había un cierto instinto artístico que la diferenciaba de sus hermanos, pero las fuerzas represivas se encargaban de señalar el pecado y la ofensa divina que había en todo ello. Por dar la mano a alguien mientras llevaba un vestido, Grace era azotada con un cinturón de cuero.

Mas P tenía un cajón en el que guardaba un cinturón de cuero para cada niño, con diferentes longitudes y pesos. Dichos cinturones cambiaban con los años para ajustar el dolor. Grace era azotada con cinturones más grandes porque sus desobediencias parecían mayores por su aspecto poco femenino. En ocasiones recibía palizas simplemente para evitar que tuviera ciertos pensamientos. Buscó ayuda, pero fue devuelta a su casa. Mas P controlaba el correo que escribían los pequeños, por lo que sus padres no eran conocedores de lo que ocurría, y la escuela actuaba en consecuencia a aquel hogar terrorífico. Los hermanos llegaron a desarrollar un idioma secreto de silbidos con sus vecinos para comunicar sobre la presencia de su maltratador en la casa. Terminó en palizas, por supuesto. El hartazgo de los niños los llevó a planear una venganza conjunta. En una ocasión, los siete hermanos se abalanzaron sobre Mas P y le propinaron una brutal agresión. Todos ellos lo pagaron cuando se recuperó de sus heridas.

Grace Jones en aquel entonces era conocida simplemente como Beverly, porque en Jamaica el verdadero nombre es el que hay entre el primero y el apellido. Fue llevada a un instituto público y ahí conoció el sabor de una pequeña libertad. Sin embargo, cada noche, hacía crochet junto a las mujeres de su familia hasta el punto de que sus dedos sangraban de tejer.

Durante unos días, Grace pudo visitar a la hermana de su padre, Sibyl, en Kingston. La vida de la capital deslumbró a la joven, que conoció el modo libre en que vivía realmente una mujer de su familia. Allí aprendió lo que eran la música y el cine de verdad. Este hecho tuvo un impacto en su trayectoria, pues acababa de descubrir que las artes podrían salvarla. Entonces llegó el aviso de sus padres, Jones sería la siguiente de las hijas en emigrar a Estados Unidos, la segunda de los siete. El primer destino fue Siracusa, en el estado de Nueva York. Allí eran la única familia de piel negra, ya que el resto de su comunidad era italiana. El dominio del idioma, pese a un fuerte acento isleño, y de los deportes hizo que Grace encajase al instante en su nuevo centro educativo.

Sin embargo, la joven jamaicana se aburría en las clases. Debido al sistema educativo de su país natal, iba tres años por delante del resto de sus compañeros, lo que supuso que con 15 años ya estuviese graduada y pudiese optar a acceder a la universidad. Fue en esta época cuando se dejó su pelo afro, un signo de libertad y símbolo de su pensamiento más recurrente: "En Estados Unidos no voy a recibir órdenes de nadie".

La madre de la joven había cambiado mucho lejos del ambiente represivo, ahora escuchaba música y le gustaba la ropa creativa. Su padre, por su parte, había trabajado como agricultor y ahora era un pastor de cierto reconocimiento, ya que aseguraba haber tenido una experiencia religiosa tras un intento de suicidio. Ante este panorama hogareño, Grace decide hacer caso a su profesor de teatro del instituto y estudia arte dramático en Philadelphia.

Por influencia de los tiempos, comienza a tomar LSD siendo menor de 18 años y se enrola en el movimiento hippie como cualquier joven que quisiera protestar contra todo. Asocia al consumo de drogas y su mezcla la apertura de su visión sobre lo que puede ser y hacer una persona. Vivió en una comuna nudista un mes, realizaba excursiones a clubs gay con su hermano Chris para que no le pasase nada y trabajaba como gogó en discotecas bajo el nombre de Mendoza. En aquella época, fue detenida en múltiples ocasiones por falsos cargos de prostitución. El motivo era siempre que su novio era blanco y no había, a ojos de la policía, ningún motivo para que un hombre como él estuviera con una mujer negra. Harta de todo, incluidos los hippies, volvió a Nueva York, a la ciudad.

La noche, como encuentro festivo y desenfrenado, fue en aquellos un ámbito laboral más. A finales de los 60, la agencia de modelos Wilhelmina estaba cambiando el modo en que una persona podía ser a ojos del público contratando a personas magnéticas en clubs y discotecas. Así conocieron a Grace Jones, que se presentó como Beverly. Sin dudarlo, firmó el contrato. La joven aparecía en ciertas campañas, generalmente de bajo o medio alcance, y su perfil no parecía despegar pese a ser innegablemente diferente, único. Era alta, su cuerpo estaba modelado y fibrado como por un cincel, su piel era de un color oscuro que relucía cuando un foco lo iluminaba, sus facciones eran tan afiladas que parecían cortar al tacto, su nariz era inusualmente fina y sus labios estaban perfilados con gracia y grosor. Además, carecía de pecho y su sonrisa era perfecta, blanca y ordenada. Pese a todo, costaba diferenciar si esa persona era un hombre o una mujer a simple vista. Harta de la falta de trabajo, invirtió parte de sus ahorros en deshacerse de su afro en aquella peluquería. Grace recuerda ese como su primer orgasmo, su primer gran gesto de placer explosivo. Pero aquello supuso la ira descontrolada de su agencia, que la envió a Europa como último recurso para intentar salvarla de sí misma. Jones llegó a París en los años 70 y vivía en un hotel junto a otras modelos representadas. Allí entabló algunas de sus amistades más duraderas a día de hoy, como las que mantiene con la actriz Jessica Lange y Jerry Hall, exmujer de Mick Jagger y Rupert Murdoch.

Grace venía de pasar dos de los momentos más duros de su vida, uno de ellos el suicidio de un amigo. La otra fue una agresión sexual a manos de un productor de cine, que se había interesado por hacerle un casting. Al llegar al hotel, fue recibida por un hombre en bata que se abalanzó sobre ella. Ella logró romperle una copa de champán en la cabeza y huir. Recibió un ramo de rosas y una disculpa acompañada de una oferta para salir en una película de sexploiting y desnudos. Por ello, tomó su estancia en París como una etapa formativa. Los trabajos florecían y su nombre era común en la boca de las casas de moda. Era la modelo andrógina de medidas perfectas y elegancia natural, además de contar un aspecto que obligaba a mirar a todo el mundo, aunque fuese con desaprobación. Su corte de pelo era entendido y admirado.

Debido a que ya existía una Beverly Jones y era negra, la agencia recomendó a la jamaicana buscarse un pseudónimo. Escogió su primer nombre y su apellido, que le resultaban tan poco familiares como un apodo. Uno de los agentes de modelos de París más poderosos detestaba la figura de Grace, el impacto que estaba teniendo, y a menudo la comparaba con un coche viejo, asegurando que las modelos negras ya eran habituales en Francia, que no comprendía el revuelo. Sin embargo, su carrera en la moda la llevó a ser musa de Azzedine Alaia, Yves Saint Laurent y Kenzo Takada, posar para Vogue y Elle y trabajar con Helmut Newton y Guy Bourdin en sus primeros años de carrera. Todo marchaba a la velocidad adecuada.

Un día, haciendo lo habitual en la habitación del hotel, que solía ser beber champán y drogarse, Jones comenzó a cantar como hacía habitualmente. A los minutos, llaman a su puerta. El novio de una compañera modelo la había escuchado. Insistió en grabar una demo con ella, su voz y modo de cantar lo habían fascinado. La demo se ha perdido, pero fue lo suficientemente buena como para que una casa de grabaciones parisina accediese a producir el single de una desconocida. La noticia agradó a la agencia de modelos, ya que tener un talento a mayores de posar era un seguro artístico. Entonces grabó I need a man, una canción de corte disco y mensaje fácil, y fue enviada a Estados Unidos para que un dj la mezclase, la mejorase. Inmediatamente, el single de Jones fue un éxito en los clubs de Nueva York, especialmente en los gay y underground. Una de las pasarelas que debía realizar en aquellas semanas solicitó a Grace que cantase durante su turno, a cambio le dejarían vestir el plato fuerte de la colección: el vestido de novia. Así, debutó en su primera actuación en vivo vestida de blanco y cantando sobre el hecho de necesitar a un hombre. De manera simbólica, Jones se acababa de casar con los dos oficios que la sustentan hasta el presente.

Decidió volver a Nueva York y dejar en París la cantidad suficiente de cosas para volver cuando fuese necesario. En Estados Unidos la fiebre por el baile y la música disco había transformado la sociedad, ahora más atrevida con las drogas y abierta al desenfreno. Era el entorno perfecto para Grace Jones, cuyo icónico peinado era como un faro para el mundo cultural. Su single arrasaba y su experiencia en la sociedad parisina la había refinado para encandilar a los estadounidenses, más brutos y pendientes de Europa. Todo ello contribuyó a que Island Records y Tom Moulton, el padre de la música disco y la reinvención del vinilo, le ofrecieran un contrato discográfico, el cual Grace aceptó sin dudar.

En 1977, ve la luz Portfolio, el primer disco de la jamaicana, un alegato bailable y que se componía de canciones originales, pero también de versiones de clásicos de otros registros. Su auténtica identidad residía en los directos, en los cuales Jones ejecutaba todos los trucos que conocía para entretener al público. Comenzó entonces a desnudarse y añadir elementos variados al hecho de cantar en directo. Pronto fue reconocida por la crítica como heredera de la música disco, la justa continuadora de Donna Summer. Era un rostro infalible en la noche de Nueva York, abonada de honor a los clubs más alternativos. El salto lo dio cuando Studio 54 le abrió sus puertas y la contrató como intérprete.

Andy Warhol había enloquecido con el rostro de Jones, por ello la secuestró como una de sus musas. No solo era afinidad, el hecho de que la jamaicana bailase cada noche desnuda y con el pubis teñido de fluorescente fascinaba al creador pop por la valentía y el valor artístico de esa performance. En cierto modo, Grace era una artista en el modo en que vivía y se mostraba. Orson Welles declaró que la jamaicana iba más allá que aquellos cantantes que habían seducido al público, que los había erotizado o apelado sexualmente. «Grace, tú has violado a tu público, verte es un ataque sexual», le dijo en una tertulia. Pero tras esta acusación, había un pensamiento sobre la liberación del sexo, la raza, la procedencia y la clase.

Jones continuó su exitosa carrera musical con dos discos más, Fame y Muse, con el mismo sistema de canciones originales y versiones de clásicos adaptados a ritmos bailables, de moda. La inesperada y veloz caída en desgracia de la música disco forzó a un cambio de trayectoria en la carrera de Grace, que se vio entonces ante la disyuntiva de repensar su arte. Atrás quedaban las noches en las que, vestida únicamente con un collar de huesos, bailaba con hombres hasta tener sexo con varios mientras fumaba porros empapados en ácidos frente a Woody Allen. A la mañana siguiente, Andy Warhol y Truman Capote la llamaban para organizar un desayuno especial en el que clasificaba sus conquistas en función del tamaño del pene. Todo ello, quedaba atrás. Grace Jones debía refundarse.

La jamaicana conoció entonces a una persona que cambiaría su perspectiva: Marianne Faithfull. Junto a la británica, que la introdujo en el mundo de los porros con cocaína, ahondó en su escritura y la importancia de conocer una estética. Así, conoció a Jean Paul Goude, un fotógrafo y diseñador gráfico que elevó el trabajo de Jones hasta el nivel de la iconografía. Musicalmente, se entregó a la new wave y los ritmos más calmados, dejó de presumir de voz y probó suerte con el susurro, la palabra hablada. Así surgió Warm Leatherette, su primer manifiesto artístico de pleno y la primera colaboración con Goude. Se abrió entonces un ciclo que duró 9 años, a disco por año. Sin saberlo, aquí nació la trilogía de su gran éxito.

El siguiente trabajo de Grace Jones fue Nightclubbing, considerado por la crítica como el mejor y una pieza de arte musical que sentó las bases de la transición de la música disco hacia las tendencias posteriores, incluidas las del siglo XXI. La inusual mezcla de reggae con new wave, rock, los últimos coletazos de música disco y una estética impoluta, casi militar, de carácter icónico, dio como resultado un éxito sin precedentes para la artista. Sus apariciones en pasarelas y revistas no podían dejar a nadie indiferente, su androginia ahora superaba cualquier límite y el modo en que vivía, en que ejecutaba su fama, recordaba a las estrellas de antaño. Sin modestias, sin disculpas. Jones comenzó a mirar a la gente con los mismos ojos que Mas P la miraba en Jamaica, de niña, y aquello encandiló al objetivo de Jean-Paul Goude.

Juntos crearon libros de posados que cambiaron la historia del modelaje, en parte gracias al trabajo de diseño. Con Living my life, ambos artistas hicieron historia. La portada del disco, reconocido también por su calidad y amplitud de miras, trascendió tanto como su música y reformuló el modo en que trabajar la estética física de un producto. Ahí nació el truco de deformar el rostro de Grace empleando recortes fotográficos de ella misma. Jones lamenta de esta época haber rechazado un papel crucial en Blade Runner, pero incursionó en el cine durante tres años, convirtiéndose en la pareja de Conan El Bárbaro y chica Bond con Roger Moore. Además de eso, destacó por sus performances y actuaciones en directo. Especialmente se recuerda un acto al que acudió pintada por Keith Haring, un proceso que llevó 18 horas y fue captado por Robert Mapplethorpe bajo las órdenes de Warhol.

Posteriormente, en 1985, ve la luz Island Life, el recopilatorio de éxitos de Jones y su disco más vendido, en parte gracias a su icónica portada que volvió a sacudir los cimientos del modelaje. La imagen fue viral entonces, dio la vuelta al mundo y forma parte de la cultura popular; su secreto es simple: es un montaje y la pose de Grace es anatómicamente imposible de realizar, pero hipnótica por su equilibrio.  Su carrera musical continuó con Slave to the Rhythm, disco cuya canción homónima fue un himno hasta para la difunta reina Isabel II, y dos discos más, de menor repercusión. Los excesos de exposición y fama agotaron a Grace Jones, quemada por los focos en dos décadas de estrellato. Decidió retirarse de la música y, en gran parte, del cine. Continuó posando, aunque con menos frecuencia.

Con la muerte de un modelo de sociedad y filosofía, moría su trayectoria. Decidió retirarse, de manera visionaria, y amenazar cada cierto tiempo con volver. Mantuvo su estela candente gracias a apariciones televisivas provocadoras y titulares incendiarios, acusando a cada cantante de plagiarla. Su vida íntima también ayudó, en especial su matrimonio con el actor y culturista Dolph Lundgren, de Rocky IV, y con un hombre turco que la maltrató hasta el punto de poner un cuchillo en su cuello, con el cual sigue casada porque desconoce su paradero.

Grace Jones publicó su último disco hace 15 años, tras dos décadas de silencio, y demostró que seguía de actualidad, que seguía anticipando tendencias. Ella reclama que su huella puede rastrearse en cada estrella del pop surgida tras su retirada, aunque todas le resultan descafeinadas y poco atrevidas. Ninguna, como ella, lo da todo por la estética como arte. Su último gran acto fue publicar sus memorias, algo que había asegurado que jamás haría. Aunque en ciertos pasajes la veracidad se ha puesto en duda, el libro comienza con una línea que fue, más allá del corte del pelo, el origen de Grace Jones: "Nací. Sucedió el día que menos pensaba".

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