Opinión

Terciopelo bajo acero

En mayo de 2022, una repartidora a domicilio de una multinacional emprendió una inusual ruta. Salió de casa vestida de uniforme, con la mochila de grandes dimensiones y los colores corporativos, pero sin bicicleta. El destino del pedido era Lituania y ella misma, el paquete. Así fue como Maria Alyokhina, una de las integrantes de Pussy Riot, abandonó Rusia en medio de la guerra con Ucrania. 
Pussy Riot. AEP
photo_camera Pussy Riot. AEP

A medio camino entre lo musical, lo artístico y la performance, el colectivo Pussy Riot se ha labrado una carrera de más de una década reivindicando una sociedad plural y feminista para Rusia, aunque apelando al despertar global y la rebelión sin medida. En sus propuestas, estas mujeres siempre disparan un dardo envenenado de ira contra Vladimir Putin y los múltiples motivos tras ello resultan lógicos.

En las cortes judiciales rusas, las cuales bailan al interés de Putin cuando se le antoja, se ejecutó en el año 2012 la primera condena por blasfemia desde 1917. La motivación fue la intervención punk, musical y reivindicativa contra el mandatario que tuvo lugar en la catedral de Cristo Salvador de Moscú. En los pocos segundos que duró el acto, las Pussy Riot pidieron la intercesión de la Virgen María para librar a Rusia de su tirano, vestidas con sus habituales pasamontañas. Tras el tsunami de polémica, una sentencia confirmó el delito y la falta hacia la ortodoxia católica rampante que acababa entonces de dar la mano a Putin.

Los hechos se grabaron en vídeo y las imágenes se difundieron con viralidad antes de que lo viral fuese, de hecho, viral. Comenzaba así a ponerse el foco sobre la mano de hierro y corrupción con la que Putin dirigía el país más grande del mundo, cada vez más restringido en libertad de expresión y discurso artístico si contrariaban al Kremlin. Tras publicar el videoclip con la intervención en la catedral moscovita, tres integrantes y líderes de Pussy Riot fueron detenidas. Con las esposas llegó también la fama y el título de un alto sacerdote: eran terroristas de terciopelo.

El origen del colectivo Pussy Riot se traza en pasado hacia dos elementos concretos. El primero de ellos fue un grupo artístico anarquista y anticapitalista llamado Voina, que significa guerra en ruso, creado en 2007 por Nadezhda Tolokonnikova y Yekaterina Samutsévich, entre otros. Las acciones de este otro colectivo, disuelto en 2009, fueron el germen de cómo pasaría a actuar posteriormente las Pussy Riot.

Por otra parte, el elemento que aportó la estética y la ideología fue el movimiento Riot Grrrl, una llamada a la conciencia desde lo punk y el feminismo. En los años 90, con la idea de cambiar el orden social y aprovechando el tejido de intercambio intrínseco a lo underground, se organizó una comunidad femenina y queer con fuertes lazos establecidos en la cultura. Al mismo tiempo, la filosofía DIY (Házlo tú mismo) pasó a impregnar cada acto reivindicativo y expresiones culturales como el fanzine recuperaron un estatus dominante.

El movimiento Riot Grrrl se encuadra, por su ideología y cultura asociada, dentro de la tercera ola del feminismo, la que ahonda y expone que no puede resumirse y concentrarse lo que significa ser mujer en un solo molde. Esta ola propone la multiplicidad de existencias, determinadas en su amplio espectro por cuestiones como la clase, la fe o la etnia.

Con la experiencia de Voina y la ideología acorde, un grupo de 10 artistas o intérpretes y 15 técnicos de arte se asociaron en 2011 para formar Pussy Riot y crear la imagen icónica del colectivo: colores llamativos, vestidos de otra época y balaclava, un tipo de pasamontañas. Una de las máximas del grupo, que es casi un grito de guerra, es que cualquier persona podía ser parte de Pussy Riot si compartía su voluntad y sus acciones. Debido a la peligrosidad de hablar, actuar y cantar con libertad, el anonimato era tan obligatorio como necesario.

En sus inicios, Pussy Riot organizaba conciertos de punk en lugares aleatorios y generaba caos urbano, lo que les profirió el título de guerrilla no autorizada por las autoridades. Sus actos alcanzaban gran difusión en internet y evidenciaban las capacidades del sistema para reprimirlas. Antes del crucial acto en la catedral de Moscú, las Pussy Riot actuaron en los andamios del metro de la capital rusa, la Plaza Roja, sobre un autobús en circulación, en el interior de tiendas de lujo y, en general, cualquier espacio que congregase a seguidores de Putin. La multa, en la mayoría de los casos, no superaba los 500 rublos, unos 6 euros. En cualquier caso, ningún concierto protesta conseguía durar más de una canción.

Otros de sus actos radicales previos a la sentencia fueron los coitos públicos simultáneos frente al Museo Estatal de Biología de Moscú o la proyección de la bandera pirata sobre la sede del Gobierno de la Federación Rusa. Para involucrar e introducir a la ciudadanía, Tolokonnikova y Samutsevich decidieron besar a mujeres policías en espacios públicos para poner de manifiesto la violenta discriminación del colectivo LGTB+ en el país.

Las revoluciones hasta el 21 de febrero de 2012 habían supuesto pequeñas multas y gran difusión social, pero el acto en la catedral de Cristo Salvador provocó un estallido en el interior del sistema, cansado de la molestia de estas jóvenes. La fecha no había sido escogida de manera casual, sino que se encuadró en la semana de la manteca, una fiesta tradicional rusa que se caracteriza por disfraces y baile. La elección del día quiso ser un pretexto para justificar el espectáculo ante una posible detención, que finalmente tuvo lugar.

Durante el juicio, Nadezhda Tolokonnikova dejó ver en múltiples ocasiones una camiseta con el famoso lema ¡No pasarán! que el frente republicano y legítimo adoptó contra el bando fascista sublevado del general Franco. La oposición a Putin era algo mayor a la evidencia, era una constante, era el verdadero motivo de su proceso judicial. Finalmente, la sentencia condenó a cada mujer de diferente modo y una de las tres implicadas logró la libertad condicional gracias a un recurso en el que explicó que no pudo sacar la guitarra de la funda, por lo que no pudo tocar la canción. Sus compañeras fueron condenadas a dos años de prisión.

Antes de ingresar en la cárcel, Nadezhda Tolokonnikova y María Alyokhina solicitaron que el centro penitenciario estuviese en los alrededores de Moscú para facilitar la vida de su familia y amigos en las visitas. Lejos de concederles el favor, la decisión levantó ampollas en todo el mundo y, en especial, en el gremio de los artistas. Las dos mujeres fueron enviadas a campos de trabajo en Siberia y se las empezó a reconocer como presas políticas por su conciencia.

En Mordovia, la república rusa a la que fueron enviadas a cumplir sentencia, fueron recibidas por el director de la prisión, que se declaró estalinista en cuanto pudo. Ese destino significaba casi una pena de muerte velada. El sistema penitenciario recoge que las reclusas en campos de trabajo deben cumplir con jornadas de 17 horas al día. En el caso de las Pussy Riot, debían coser uniformes en viejas máquinas, 150 al día por 50 céntimos de euro. Las que no cumplían, afrontaba castigos como coser desnudas y duplicaban su volumen de trabajo.

Antes de que las artistas llegasen, los guardias de prisión y otras reclusas asociadas a ellos habían matado a una mujer gitana de una paliza. El informe decía, sin embargo, que había sido un ataque al corazón. También obligaron a una mujer a quedarse a la intemperie en pleno invierno. Perdió una pierna y varios dedos de una mano por las congelaciones sufridas.

La alimentación en Mordovia consistía en pan duro, sopa, mijo pasado y leche rebajada con agua, y el descanso duraba, en el mejor de los casos, cuatro horas. Las reclusas que se dormían durante el trabajo no eran despertadas y muchas de ellas terminaron con los dedos cosidos y agujereados por las máquinas. De media, hay un retraso de cinco segundos entre coserse un dedo y percibir la sensación, por lo que algunas de ellas resultaron gravemente heridas. Además, era posible que los guardias vetasen el acceso a la higiene para fomentar enfermedades e infecciones.

La misma cárcel que acogió entonces a las Pussy Riot había sido en tiempos de Stalin un correccional modélico para el régimen soviético. Allí solo terminaban los presos políticos y de conciencia. Los trabajos forzados funcionaban en aquel lugar como un método para reeducar criminales peligrosos. El principal motivo por el que alguien terminaba en ese centro era la distribución de literatura prohibida.

Las Pussy Riot denunciaron además las constantes palizas, mortales en algún caso, que se organizaban desde la institución y los presos aliados, generalmente las más veteranas. La mayor de las humillaciones relatadas por las artistas fueron los tocamientos y exámenes ginecológicos forzosos que duraron tres semanas y se repitieron cada uno de esos días. Cada mes y medio, tenían un día libre para alejarse de la costura, difícil de aprovechar porque las reclusas que se relacionaban entre ellas recibían castigos y perdían privilegios, como los permisos o las visitas de familiares.

Tras un indulto fomentado por artistas como Sting, Radiohead, Adele, Bruce Springsteen, Yoko Ono, Franz Ferdinand, Red Hot Chilli Peppers o Madonna, con la que Pussy Riot actuó en 2011, las dos condenadas consiguieron la libertad, o algo parecido. El KGB y la policía no les perdía la pista ni rebajaba la vigilancia.

Tolokonnikova fue liberada sin abrigo una mañana temprano a -25ºC, hizo el signo de la victoria a los periodistas y gritó sin temor: "¿Os gusta el tiempo siberiano? ¡Rusia sin Putin!". A Alyokhina, sin embargo, la liberaron días después sin previo aviso y no se le permitió despedirse de sus compañeras ni comunicárselo a nadie del interior de la prisión, pero tampoco de fuera. Fue llevada a la estación con su pasaporte, sin dinero, vistiendo el uniforme de la prisión y con el número de reclusa en el pecho. El Kremlin quería evitar los espectáculos y los abrazos con la familia y los amigos frente a las cámaras. 

Desde entonces, ambas pasaron a estar en la lista de los criminales más peligrosos de Rusia en libertad. La vida les resultaba complicada, pese a que la actividad de Pussy Riot proseguía y su fama les permitía viajar por el mundo extendiendo su mensaje. Rusia promulgó una ley para castigar la blasfemia con el nombre de Pussy Riot y la tensión entre el gobierno y el colectivo artístico se recrudece con cada acto. En especial, el salto al campo de fútbol durante el Mundial de Sochi para manifestar los abusos contra los derechos humanos en Rusia supuso un nuevo estallido, al humillar la seguridad del Kremlin en un evento de calado mundial.

Desde entonces, todos los integrantes de Pussy Riot y sus parejas han experimentado alguna forma de violencia y amenaza por parte de Putin y las instituciones, incluido un envenenamiento e intento de asesinato. Con el comienzo de la Guerra de Ucrania, el colectivo comenzó a temer seriamente por sus vidas ya que cualquier oposición a la ofensiva bélica podía suponer un castigo similar o mayor al ya sufrido en los campos de trabajo.

Por ello, una a una han ido escapando de Rusia por diferentes vías y con la ayuda de terceros países que rara vez quisieron manifestarse como auxiliadores. Alyokhina, una de las encarceladas, se encontraba en arresto domiciliario por concatenación de delitos públicos con Pussy Riot durante el estallido de la guerra. El Kremlin le comunicó su intención de convertir su pena en 21 días de trabajos forzosos en una colonia carcelaria. Influenciada por estos hechos, decidió urdir el plan de convertirse en repartidora a domicilio para huir despistando a los guardias que la vigilaban.

Alyokhina realizó el viaje con botas negras de plataforma sin cordones, como las que había vestido en el campo de trabajo en Mordovia, mordiéndose las uñas y fumando Marlboro Lights sin cesar. Era su tercer intento. A través de un amigo en Islandia, la artista consiguió un pasaporte que la convierte en ciudadana de la Unión Europea y, según ha declarado, solo bastó eso para que en las fronteras pasasen a tratarla como a una persona.
El último acto de las Pussy Riot contra Putin tuvo lugar a comienzos de 2023. En una exposición que tuvo lugar en Los Ángeles, el colectivo quemó un enorme retrato del mandatario y conservó sus cenizas en una urna. El vídeo se expuso en bucle para enviar un claro mensaje a los espectadores y al propio líder ruso.

En entrevistas posteriores, preguntaron a Alyokhina si pensaba volver a su país en algún momento. La Pussy Riot consideró esa una interesante cuestión. “No lo sé. A mí, ya me gustaría estar allí. Echo de menos mi hogar, pero no echo de menos lo que han hecho con él”.

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