Opinión

Zamba de la quinta provincia

El 2 de septiembre de 2022, un hombre vinculado a la extrema derecha apuntó con una pistola y disparó a la entonces vicepresidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner. El arma se encasquilló. Casi 15 años antes, en pleno directo, la legendaria presentadora de la televisión argentina, Mirtha Legrand, fue encañonada también por un artista. El arma no se disparó. Frente a una pistola y con la distancia del tiempo y la ideología, el mismo país afronta ahora un momento clave con los brazos en alto.
Mercedes Sosa. EFE
photo_camera Mercedes Sosa. EFE

EL PRÓXIMO 19 de noviembre, la ciudadanía argentina con derecho a voto está llamada a las urnas para resolver el balotaje, la segunda ronda de su proceso electoral, para saber quién pasará a vivir en la Casa Rosada. El escenario se presenta con la misma incertidumbre que los titubeos que alimentan el cliché sobre los argentinos. Los ecos de vuelta al fascismo de la dictadura resuenan en las huchas de cada casa, en medio de su peor crisis económica en décadas.

Javier Milei, periodista anarcocapitalista y fuertemente vinculado a la extrema derecha militar, es el rival a batir por Sergio Massa, ministro de Economía del oficialismo con tendencia a la izquierda, aunque él no la practica con fervor. Uno de ellos descenderá por las escaleras que un día transitó Eva Perón, pero con toda la seguridad de que no se convertirán en un símbolo tan poderoso. Argentina y la quinta provincia gallega, Buenos Aires, han llegado a este punto, precisamente, por sus iconos, símbolos y fábulas.

Desde que el gaucho Martín Fierro, protagonista del poema narrativo por consenso nombrado el libro nacional de Argentina, se fue y volvió a hogar, el país ha mantenido su espíritu vivo más allá de las aulas en donde lo leen. El alma forajida por accidente de este gaucho ha pasado de generación en generación con un objetivo claro: preservar la libertad.

Pese a que todos los pueblos idolatran esto, el hecho de sentirse o incluso ser libres, ocurre en Argentina que esto se convierte en imperativo. Martín Fierro recitaba: "Mi gloria es vivir tan libre, como pájaro en el cielo; no hago nido en este suelo, donde hay tanto que sufrir" y en el tuétano de sus herederos hasta hoy se ha tatuado su voluntad. El impacto de una dictadura especialmente sádica como la de Videla es casi imborrable, pero no irrepetible. Con la libertad enarbolada y hasta la última consecuencia, Javier Milei ha conseguido infiltrarse en los lugares donde los gauchos actuales paran y susurrar a sus oídos mentiras en verso.

Claro que ninguna de sus falacias seguiría en pie de haber un hueco sonido capaz de acallar a Milei, de eclipsar en cualquier oreja el mínimo rumor. Con el fallecimiento de Mercedes Sosa en 2009, Argentina perdió a una de las conciencias más lúcidas y populares de su historia, al tiempo que era una de las pocas voces que parecía brotar desde el mismo centro de la Tierra. Hubo de desaparecer La Negra Sosa para que se desatara el delirio.

Cuando en 1982 Mercedes llenó el Teatro Ópera durante 13 conciertos seguidos tras su retorno a Argentina por causa del exilio, algo cambió en la sociedad. Su figura se había popularizado por el folclore, pero logró transformarse en el símbolo de los que se dejaban la vida contra la dictadura. Las canciones de Sosa se han cristalizado en cada generación del país y, por ello, su mensaje permanece invariable, perenne y como un recuerdo de integridad y carácter.

Cuadrarían filas en la derecha argentina, también en la izquierda apoltronada, si volviese a darse uno de esos recitales de La Negra Sosa en los que las palmas y cantos del público sonaban como salves militares, pero civiles. "Solo le pido a Dios/ Que el engaño no me sea indiferente/ Si un traidor puede más que unos cuantos/ Que esos cuantos no lo olviden fácilmente", cantaría ella con la mirada fija y serena que solo una conciencia en paz puede otorgar. Si el Martín Fierro dio la libertad a Argentina, Mercedes Sosa le regaló la dignidad.

Recuperar el orgullo tras el declive y la represión, después de perder el carácter moderno para volver a las tinieblas de la nube de pólvora, es una tarea para varios Hércules. Hizo falta uno de barrio y despreciables vicios personales, de violentos hábitos; pero Diego Armando Maradona pudo lograrlo. Era él la fuente de orgullo más popular y ferviente. En ese mismo tiempo, el fiscal Strassera, plasmado con rigor en el filme Argentina 1985, elevó el honor de la nación en el histórico Juicio a las Juntas contra Videla y su cúpula criminal. "Señores jueces: nunca más". Con esta frase, el pueblo argentino logró reponerse.

El país supo combinar la genialidad de Jorge Luis Borges y Alejandra Pizarnik con la tradición costumbrista del asado los domingos, las quiebras económicas constantes con el auge del rock de Fito Páez y las bases de Bizarrap, la sensualidad de cualquier tango de Carlos Gardel con la Mafalda de Quino y su odio a la sopa. La nación se ha construido y renovado siempre recordándose a sí misma los motivos por lo que existe.

La zamba ha sido propuesta como la danza nacional de Argentina debido a su amplia dispersión geográfica, de la Patagonia al Chaco, y la popularidad de piezas como Alfonsina y el mar. Este baile tradicional se realiza en pareja en tres turnos, pero se ejecuta por separado, sin el contacto ni la pasión de otros estilos. Así es la constante del país, la eterna aproximación a dar el cambio o sucumbir al caos, a abrazar lo nuevo o pasear con lo conocido. Siempre a punto, casi; pero nunca. Argentina vive de nuevo pudiendo agarrarse a la idea de quién quiere ser, pero sin conocer todavía a su pareja de baile, con el riesgo de pedir zamba libertaria a quien se mueve por tangos.

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