A Gabriel y Galán solo lo entienden en Salamanca

Gabriel y Galán. EP
Una vez un tipo me dijo que yo no entendía a Gabriel y Galán porque no era de Salamanca. Le dije que no soy de Japón y admiro mucho a escritores de Japón, no soy de Rusia y admiro mucho a Chejov. Pero el tipo insistía, yo no captaba al ínclito Gabriel y Galán porque no soy de Salamanca.

Estábamos en el bar La Polémica, el nombre me gustaba y el interior era muy sugerente, con barra de mármol, mesas redondas y luces intimistas. Allí exponía Consuelo unas fotos sobre Biarritz. Pero el tipo no sabía hacer polémica, como sabía Unamuno. Y en la polémica, en el choque de ideas, saltan chispas y trozos de verdad. Y se ve lo que uno no ve cuando suelta afirmaciones él solo.  Eso ya lo supo Platón hace miles de años. 

Lo intenté un montón de veces. Quise encontrarle valores, fuerza, alguna cosa, pero nunca lo conseguí. Entre otras cosas porque así podría escribir un artículo sobre él. Y porque siempre me gusta encontrar algo que admirar, algo que saborear —al revés que muchos que hacen del desprecio su bandera—.

Pero nunca lo conseguí. Solo encontré un montón de tópicos sin fuerza, unos versos desmadejados. Con ninguna sugestión más que los de Campoamor o similares. 

Algunos lo compararon con Unamuno, por una supuesta autenticidad, por una supuesta reivindicación del campo, por qué sé yo. Pero de la pasión y la fuerza de Unamuno, de sus paradojas que nos rasgan la vida, no hay nada en Galán.

El poema que tanto alaban, El ama solo es un montón de lugares comunes patriarcales. Desde niño lo leía en antologías de poesía española pero nunca consiguió entusiasmarse ni así un poquito. Todo se reduce a que un terrateniente con condescendencia elogia mucho a su criada porque es muy trabajadora y obediente. Porque no plantea problemas y hace todo lo que le mandan callando. Y para esto encuentra el poeta salmantino toques de emoción hinchada, callados elogios de lo cotidiano y lo de toda la vida. Trabaja bien en el campo, mantén limpia la casa y no me discutas. Y todo quedará como un elogio de la "vida sencilla".

Lo siento, me da igual no ser de Salamanca. Claro que en esa ciudad siempre te estás diciendo que no eres de allí. Te preguntan continuamente si estás allí por trabajo, si pasarás el invierno allí, si volverás pronto a tu casa. Te subrayan sin cesar que aquella no es tu casa.

En el periódico local, cuando les planteé alguna cosa, me dijeron que ellos solo hablaban de salmantinos. Y eso que uno es español como ellos. Pero no basta, hay que ser salmantino, y ser posible de la Rúa Mayor. Hablan de la unidad de España pero no la practican. 

La plata arrugada

En todo caso, lo siento, les juro que me he esforzado, traté de encontrar vibración, alguna perla, un poco de plata arrugada en los poemas de Gabriel y Galán. Pasé miles de veces por la plaza de Gabriel y Galán y por la biblioteca municipal que lleva su nombre. Vi siempre al pasar una muchacha esculpida bastante aparente, supongo que significa algo así como la musa del poeta, con un leve toque de erotismo, pero me parece mucho más sugestiva la musa que el poeta. Pero esa musa debería haberlo sacudido un poco más, aparecer en su cama por la noche y revolverle las sábanas y las sienes.

Lo siento, tal como está yo solo veo cursilería, lugares comunes, y versos largos inflados que a mí no me insuflan aliento. Y no importa que no sea de Salamanca. Les aseguro que no soy de Kioto y nunca olvido las exquisiteces veladas de la novela Kioto de Kawabata. 

Y El ama solo me parece un himno poco hímnico al aburrimiento de la vida patriarcal en el campo. Para eso tiene mejores páginas Armando Palacio Valdés o con más garra Emilia Pardo Bazán. Y cuando me insisten tanto en que hay que ser de Salamanca para captarlo, en esos momentos Salamanca se me vuelve como esa aldea al lado de Guijuelo donde nació Gabriel y Galán.  Lo siento, intenté muchas veces admirar algo en ese poeta. Siempre me pareció tan ramplón.