Volcanes en los balcones

Sándor Márai. EP
Me acuerdo. Había que bajar por detrás del castillo por una calle en escaleras que pasaba entre árboles y faroles. Y se llegaba a una plaza anodina donde vivió Sándor Marái.

Era una plaza anodina sin personalidad pero allí vivió Sándor Márai. En la casa no había nada pero delante una piedra enorme tenía una inscripción sobre Sándor Márai. 

En La mujer justa un burgués lo arriesga todo porque después de muchos años descubre que una criada es la mujer de su vida. Luego descubrimos que para ella se trata solo de conocer la vida de los ricos y que la mujer de tu vida no existe. Escupe un pesimismo radical, o una inmersión dantesca, o un deseo de saber de una vez por todas qué ocurre con nosotros.

En La hermana un músico agoniza durante meses en Florencia, discute sobre el sentimiento y la salvación con el médico y en mitad de la noche oye una voz de mujer que dice con pasión: No quiero que mueras. ¿Quién lo habrá dicho? Finalmente descubre que era la monja más rígida y más impasible, la que no podía sentir nada. En un acto de amor final casi lo mata y luego desaparece para siempre en un convento inaccesible. 

En Divorcio en Buda uno casi se tambalea, aparece una vez más, un secreto que el protagonista arrastró durante toda su vida, una pasión profunda estaba velada por las palabras más triviales, un mundo inconsciente los personajes ni siquiera lo sospechaban. Y estalla en una noche de delirio y de confesión interminable. Y en todas estas novelas casi todo ocurre de noche, en la noche surgen las revelaciones.

Me asusté cuando leí El último encuentro. Esa novela tiene un tono de delirio lúcido, hay un personaje que lo suelta todo en una conversación interminable, así conversaciones interminables son muchos libros de Marái. Revela los secretos de toda su vida que nunca le contó a su amigo, revela lo que significa hablar con un amigo. Es casi más que una amante. 

Era un escritor burgués y describe el refinamiento de cierto mundo burgués y su disfrute de la vida. Ojalá todos mordieran un poco de ese refinamiento en lugar de renegarlo con puritanismos obreristas o calvinistas. Todos deberían aspirar a disfrutar de la vida en lugar de echar pestes de ella. Pero como Balzac (o como Max Ernst) conocía los volcanes en los balcones. Y se enfrentaba en ciertos momentos a la vida sin componendas. Y soltaba todo lo que sabía. 

Nos desgarraba con La mujer justa, nos hacía agonizar con La hermana en Florencia y romper todas las rigideces, nos enseñaba el inconsciente y lo insospechable en Divorcio en Buda,  nos enseñó sus lucideces en sus Diarios. No quiso sufrir sin fin y perder toda la dignidad como su mujer en meses interminables en un hospital de San Diego. Y lo preparó todo y se pegó un tiro a los 89 años. No iban a jugar con él los enfermeros, los críticos literarios. 

Me acuerdo. Una calle en escalera bajaba secreta por detrás del castilla hacia el barrio Kristina. Y se llegaba a una plaza secreta donde vivió el escritor secreto Sándor Márai que habló de nuestros secretos. Antes había estado en una cafetería metida en el Danubio donde hubo unas tertulias literarias y donde alguna vez estuvo Sándor Márai. Y allí me acordé de sus libros y de todo lo que escondemos. De lo que estalla una noche sin poder evitarlo después de estar oculto toda una vida.

Me lo descubrió una compañera de instituto que me parecía el colmo de la mediocridad. A veces los libros te llegan por caminos tortuosos o casuales. Igual que una vez me fascinó una mujer de Madrid a través de los insultos que me soltaba un taxista mezquino contra ella. Parecía tan interesante la mujer a través de la niebla de las descalificaciones.

Parece como si a veces los libros tuvieran un camino misterioso hacia ti. Como le llega a ese enfermo esa confesión amorosa en lo profundo de la noche de la monja que lo cuida y parece despreciarlo.