Semana de transición
NO SÉ SI HA CAÍDO usted en la cuenta, pero desde que empezamos con esto, cada semana digo que es una semana de transición. No sé por qué lo hago. Igual tengo algo chungo en el coco: un hongo que me daña las neuronas, o así. Pero esta semana sí es verdad. Estoy experimentando una sensación extraña, fruto del transcurso entre los días en que me abandoné y me puse en huelga de hambre y estos de ahora en los que estoy tratando de volver a la disciplina anterior.
Armado con unas mallas escandalosas y unos patucos Adidas que me regaló mi hermana por Navidad, volví el lunes al gimnasio, donde my personal trainer, Antonio Ventín, me recibió con cara rara porque le llegué con un cuarto de hora de retraso. Me puso a hacer cosas raras con multitud de aparatos para quemar calorías y esculpir mi obesidad androide. Sufrí mucho. Creo que se cebó conmigo, no sé, como si hubiera llegado tarde. Luego me volvió a llamar el jueves y lo mismo, a pesar de mi puntualidad de reloj atómico.
Contadas esas excepciones, me atuve al plan inteligentemente diseñado por Lucía, mi nutricionista, que básicamente consiste en avanzar por este proceso con una dieta saludable y equilibrada que huye de los excesos. Bien, vale. Lo estoy logrando, pero cuesta.
También es semana de transición porque la próxima la pasaré en un convento franciscano. Cuando se me acumula el trabajo y necesito sacármelo de encima hago eso: me voy a un convento. Allí, haciendo vida de fraile, uno no tiene otra cosa mejor en que ocupar su tiempo que ponerse a escribir. Para ello, el convento necesita reunir ciertas condiciones: si es uno de esos conventos que tienen hotel u hospedería sin más, no vale.
Es necesario que uno se atenga a los horarios de los frailes, desayunando, comiendo y cenando con ellos. Al ser gente que aprovecha el tiempo, uno no puede dedicar media mañana a dormir o andar por ahí de camándula. La ausencia de distracciones también es importante. Ni tele ni más conexiones que las necesarias para enviar trabajos. Y como suelen ser gente piadosa uno se siente relajado entre ellos, lo que invita a la reflexión y promueve la inspiración.
Saqué un día a mis perros, Pancho y Toxo. Pancho es el gordo bajito y Pancho el epiléptico, que lo quiero más que al otro y él
Esta vez no hay peso, ni oficial ni extraoficial. Lo siento. Hasta la próxima semana no pienso pisar una báscula. Supongo que iré más o menos como la pasada semana o algo mejor, pero por una vez me tomo la libertad de no someterme a la tiranía de una báscula. A veces tengo estos principios y los respeto durante unos días a ver qué pasa. Luego nunca pasa nada, que viene siendo algo así como la historia de mi vida.
Y así andamos. No voy a rezar por usted, que yo no sé hacer estas cosas, pero les pediré a los frailes que lo hagan. He comprobado que los rezos surten mejor efecto si los realiza un creyente.