Cómo no la vas a querer
LA EDITORA Belén Bermejo dice "me encanta" varias veces al día. También dice a diario "maravilloso" y "fenomenal" y "me parto". Solo algunas veces se le escapa un "arghhh", un "tre-men-do" o "el horror". Eso no significa que no tenga bastantes días malos o que algunas personas le resulten soporíferas o ciertos escritores patéticos. Es así. Pero igualmente su estado natural remite a la luz, la alegría, los buenos modales, las ansias. En ocasiones, su optimismo te pone nervioso. "Podrías ver las cosas un poco negras por una vez", le digo algunos días, cuando voy a Madrid y quedamos y lo ilumina todo.
Mi diccionario de la RAE, último en papel, fue un regalo suyo. Recuerdo que me llegó acompañado con una nota manuscrita. Belén tiene la caligrafía más bonita que he visto en mi vida. Siempre me digo que tengo que robársela y dejarle la mía en su lugar, para poner algo de fealdad en su vida. Pero siempre me olvido. Su diccionario favorito, sin embargo, es el Redes. "Imprescindible para editores y escritores. Es el mejor que hay", asegura. Es un diccionario tan particular que no define las palabras, sino que muestra el modo correcto en que se pueden combinar unas con otras. "Hace unas semanas —me dijo una vez—, leí en la primera página de un manuscrito me introduje en el supermercado. No seguí leyendo. Me dio igual el resto. Al supermercado entras o vas. Y ya. Es muy triste cuando los escritores usan verbos altisonantes o colocan los adjetivos de oídas. Si consultasen más el Redes evitarían muchas malas frases".
Nunca me quedé tan fascinado como cuando Belén me preguntó "¿Te conté que una vez me encontré a Salinger?". Fue en 1995, al poco de llegar a Estados Unidos, tras licenciarse, para dar clases de español en Darthmouth College, en Hannover (New Hampshire). Había acudido a Dartmouth Bookstore con una amiga francesa. "Los sábados íbamos a esa librería, a Gap y después a la oficina de correos". Belén enviaba cartas sin parar a sus amigos y a su hermana Vega. "A lo mejor escribía cinco cartas a la semana, pero de siete folios". Aquel día, con las cartas en el bolso, acudió a la librería a comprar la edición internacional de El País. Al salir vieron cómo Salinger pasaba a su lado. Se quedaron de piedra. "Los dos siguientes sábados hicimos el mismo recorrido, a la misma hora, por si lo veíamos otra vez". Incluso compraron dos ejemplares de El guardián entre el centeno para que se lo firmase Belén te sorprende con una historia de extraña luz en el momento menos pensado. Paseas a su lado, por ejemplo, y de pronto se detiene, coge su móvil y fotografía una tubería oxidada que baja por la fachada de un edificio, o un chicle aplastado en la acera o un buzón viejo al que no llegan cartas. Su mirada inventa la belleza justo donde no la hay. Y después te la regala. Cómo no la vas a querer.