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Galicia y la desaceleración

Los síntomas de agotamiento de las economías gallega y española llegan del sector exterior

Instalaciones del Puerto de Marín. RAFA FARIÑA (ARCHIVO)
photo_camera Instalaciones del Puerto de Marín. RAFA FARIÑA (ARCHIVO)

EN LA GALERÍA de retratos ilustres que colgaban en la histórica sede del Ministerio de Economía, en la madrileña calle de Alcalá, solo uno tenía a su protagonista sin corbata. Era Pedro Solbes, titular de la cartera en el último Gobierno de Felipe González y vicepresidente segundo de Rodríguez Zapatero después, puesto al que llegó tras pasar unos cinco años como comisario europeo. A pesar de su ruptura final con los socialistas, su apellido ha sido a lo largo de los años sinónimo de credibilidad incluso para sus enemigos.

Una discípula de Solbes, la gallega de nacimiento Nadia Calviño, es ahora la encargada de transmitir confianza desde el nuevo Gobierno de Pedro Sánchez. Y no tendrá que bregar precisamente con los problemas que colapsan el día a día de la agenda política española. Le bastan dos fuegos que apagar, que en cierta medida están interconectados: los presupuestos generales del próximo año y el proceso de ralentización que ha iniciado la economía española en los últimos meses. Son legión quienes atribuyen al nuevo Gobierno esta situación de agotamiento tras años de sólido crecimiento.

Para los críticos, que comienzan a lanzar apocalípticas advertencias sobre el nuevo entorno macroeconómico y la responsabilidad de Sánchez, un mensaje que parece claro: en tres meses, con un verano de por medio, las cosas no pueden haber cambiado tanto. En síntesis, lo que en junio funcionaba como un reloj no puede ir ahora rematadamente mal. Cosa bien distinta es la confianza, asunto crítico, determinante, y una de esas dos tareas que tiene  por delante la ministra Nadia Calviño.

Un buen ejemplo del proceso de ralentización de la economía española está en Galicia. Y pocos cambios se han registrado este año en la política gallega, lo que viene a reforzar la idea de que es el entorno general lo que precipita este proceso de desaceleración. Los archifamosos vientos que cola, que no soplan como antaño, se podría resumir. Veamos ahora el caso de la economía gallega, que también pierde fuelle sin cambio de inquilino en San Caetano.

Pues bien, tras dos años y medio (exactamente, diez trimestres consecutivos) con crecimientos del PIB iguales o superiores al 3%, la economía gallega registró entre abril y junio un crecimiento del 2,8%, tres décimas menos que el trimestre anterior, pero una décima por encima de la media estatal. Y al crecer por encima de lo experimentado en la zona euro, continúa el lento proceso de convergencia de Galicia con la media europea iniciado tras la crisis. Son las dos caras de la misma moneda.

En este nuevo escenario, con datos calificados por el propio Foro Económico de Galicia como «sorprendentes, tanto desde el punto de vista cuantitativo como en su composición», es la evolución de la demanda interna el motor de crecimiento, frente al saldo exterior (aportación de la balanza comercial), que incluso detrae dos décimas al crecimiento del PIB, justo al contrario de lo que sumaba en el mismo período del año pasado. Por tanto, cambio de tendencia explícito, con mayúsculas.

Galicia representa un punto y aparte en la palanca exportadora española, pero ya no lo es tanto. Los datos de la Contabilidad Nacional muestran claramente que tanto las exportaciones como las importaciones presentan este año una acusada desaceleración en su crecimiento. Si en el primer trimestre ambos indicadores crecían por encima del 7%, entre mayo y junio se abrió una brecha, con alzas del 4,5% en las exportaciones y del 5,5% en las compras al exterior. Nuestra balanza comercial cada vez está más orientada a Europa (más del 76% de la exportación gallega se dirige al mercado comunitario), lo que genera cierta dependencia de economías que tampoco acaban de tirar, como las de la UE.

Sin esos vientos de cola soplando con tanta fuerza como antes, es la demanda interna la que se encarga de sostener el PIB, tanto en el caso gallego como español. Y en este punto hay que detenerse en los matices. Porque hay algunos elementos más inquietantes que otros. Por ejemplo, es la inversión privada, medida en lo que se entiende por formación bruta de capital, la que tira de la economía gallega, con un crecimiento del 8,1% en el segundo trimestre, la tasa más elevada desde 2006. El gasto del sector público, al fin, también crece más, pero es el consumo final de las familias lo que empieza a encender las alarmas. Es la pista que debemos seguir ahora.

Por tanto, por mucho que se quiera adjetivar, estamos ante un cambio de escenario, con una tendencia diferente, y todavía muy lejos de antesalas de nada. Calviño lo tiene claro. ¿Qué pensará Solbes de todo esto? 

Un adiós en silencio para Mutua Gallega
Lo  que más llama la atención del final de Mutua Gallega tal y como la conocíamos hasta ahora, precisamente en su sesenta aniversario, es el silencio. Las escasas voces que se han levantado para reclamar su identidad y su vínculo con Galicia, reivindicando lo propio, no ya su independencia, porque era inviable que siguiera en solitario con los números en la mano.

Mutua Gallega desaparecerá en breve como tal, para integrarse en Ibermutuamur, con un tamaño mucho mayor y gestionada desde Madrid, dentro de un proceso de concentración de mutualidades a escala nacional que se antoja irreversible.

Hasta la Xunta, con un miembro en su cúpula directiva, votó esta semana a favor de la opción de Ibermutuamur, con la que Mutua Gallega presenta sinergias, frente a la alternativa de los catalanes de MC Mutual, apoyados por algunos miembros de la junta que son reconocidos empresarios y habituales de los cenáculos organizados por bancos también catalanes. La vida misma. La posición de la Xunta fue compartida por los trabajadores, que preferían de lejos a Ibermutuamur, e incluso por el presidente de Mutua Gallega, José Fariña. La amenaza de intervención por parte de la Seguridad Social, que tiene la tutela efectiva de las mutualidades, era una evidencia a corto plazo, ante la caída de su fondo de reserva por debajo del mínimo legal.

Mutua Gallega, con sus 36.000 empresas asociadas y 266.000 trabajadores protegidos entre empleados y autónomos, pasa a engrosar la lista de empresas y entidades que pierde Galicia. Su centro de decisión ya no estará en A Coruña. ¿Nos suena de algo?

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