Un país en coma inducido
Toca improvisar. Y, lo más difícil, acertar. Hacerlo día a día y por norma. Casi desde casa. A un ministro, a un empresario, a un trabajador, por cuenta propia o ajena, a un desempleado... Un escenario inédito, el de las decisiones precipitadas y dictadas en última instancia por las circunstancias impuestas por la crisis del coronavirus, que resulta el primer enemigo de la racionalidad que se supone a una economía de libre mercado, no intervenida.
España ha entrado en un estado de coma inducido, que suele ser el recurso médico que se aplica en caso de máxima necesidad, cuando resulta indispensable para mantener las constantes vitales del paciente. Una economía sedada, inconsciente, que no responde a estímulos, a la espera de una recuperación. El coma inducido, por lesiones muy graves o dolorosas, salva vidas. Ese es su fin último.
Y, aplicado a la situación actual, ese estado de coma, forzosamente transitorio, viene a ser el resultado de este decreto de alarma aprobado por el Gobierno. Y su aplicación, la intervención, ha pasado por las medidas económicas adoptadas esta misma semana, entre ellas la estrella de los Erte que deben ser salvavidas de empleos y empresas a medio plazo, por difícil e incomprensible que pueda resultar su encaje en un primer momento. Veamos por qué.
El primer problema es semántico. Y tiene que ver con los acrónimos. Un Erte en casi nada se parece a un Ere, a pesar de la similitud de las siglas que componen ambos términos. Y es que frente a un despido colectivo puro y duro, que es lo que implica el Expediente de Regulación de Empleo ordinario, el procecimiento temporal al que se apuntan ahora en masa las empresas es una suspensión de contrato acotada a esa realidad que impone la condición de “fuerza mayor”. Cuando finalice el estado de alarma, es de suponer, esos contratos serán reactivados casi automáticamente, al estar validados por la Inspección de Trabajo.
Cierto es que nadie las tiene todas consigo ahora mismo, ni empresarios ni empleados, y la clave estará en cómo y cuándo salir de esta. Por tanto, el segundo problema vendrá después: saber si se trata de meses o medio año perdido, ecuación imposible de despejar ahora mismo.
De momento, la fórmula de los Ertes viene a ser un trasvase en bloque de la masa salarial de las empresas al propio Estado, que responde con unas prestaciones sociales previamente alimentadas por cotizaciones de trabajadores y compañías. Esas nóminas, mejor dicho, una buena parte de su importe, pasan al sistema público temporalmente. Es otra forma de intervenir la economía. John Maynard Keynes, primero representante británico en las negociaciones del Tratado de Versalles (1919) tras la Primera Guerra Mundial y después firme defensor de la intervención del Estado y del gasto público como palanca de crecimiento, cobra para cualquier economista plena vigencia en una situación como la actual generada por la crisis del coronavirus.
Es decisión de las propias empresas complementar el importe del resultado de esos Erte hasta completar la nómina de sus trabajadores. Las habrá que puedan y otras que no, aunque la financiación bancaria no va a faltar con el volumen de avales públicos que ha activado el propio Gobierno, unos 100.000 millones de euros.
Un ejemplo está en Inditex, motor económico de Galicia junto a Citroën. El grupo de Amancio Ortega pone fecha a su Erte: 40.000 personas si esto dura más de un mes. Y completa el salario. La cara en Arteixo es que se trata de uno de los grupos más saneados, con unos 8.000 millones de euros en caja y sin deuda bancaria. La cruz, que más de la mitad de cerca de sus 7.500 tiendas en el mundo estaban cerradas esta semana. Citroën, con su cierre, arrastra a 7.000 empleados y a prácticamente toda su industria auxiliar.
Echar un vistazo a los lineales de los supermercados estos días alimenta el estado de pánico, al estar vacíos. Pero no responde realmente a un problema de desabastecimiento. De eso se encarga la industria agroalimentaria, que responde a la fuerte demanda estas semanas con más actividad. El de los súper y las grandes superficies es un problema logístico, también de picos, lo que provoca desajustes en la distribución.
Por tanto, el coma inducido no afecta a todos por igual, aunque sus consecuencias golpearán a todos a medio plazo. Seguro.