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Anomalía general

La frustración y la pérdida de confianza que trajo la crisis alimentan la cultura política del populismo
El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump.EFE
photo_camera El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. EFE

SEÑOR DIRECTOR:

Las extravagancias y bufonadas de la política italiana ya no son una anomalía en el panorama general, escribía el pasado viernes Lola García, directora adjunta de La Vanguardia. Por cierto, y como usted conoce bien, es autora de 'El naufragio', un documentado libro que permite acercarse sin apasionamientos al problema catalán.

EL CULO Y LA CABEZA

Ese mismo día, viernes, teníamos la foto del primer ministro británico sentado, con un pie sobre una mesita, nada menos que en el palacio del Elíseo con el presidente de la República. Este señor, el británico, hizo más inclinación de cuerpo ante la Reina que el protocolario Churchill en toda su vida. Su grosería de París es intencionada. Este charlatán de pub, político y periodista, que le dedicó casi quinientas páginas a Churchill pero del que solo se ha contagiado de lo anecdótico y apócrifo, cuando se convirtió en inquilino del 10 de Downing Street situó ante la Reina su culo más alto que su cabeza. Nadie ha dicho que el señor Johnson padezca gota para justificar tal atrevimiento en el Elíseo. Esa imagen es una metáfora de un populismo de ramplón comportamiento tabernario, que se extiende por el mundo. Pierde incluso, como usted ha constatado, las formas de la cortesía más elemental.

Sin duda coincidirá conmigo, señor director, en que la semana que se fue nos da material con muestras abundantes de estos bufones que ejercen de mandatarios. Trump decide cárcel sin límite para los menores inmigrantes o se enfurruña con la primera ministra de Islandia, presidenta del Movimiento de Izquierda Verde, por negarse a venderle Groenlandia, a él que mira al cielo y se proclama esta misma semana como «el elegido»: ya no quedan pasos que recorrer para situarnos en el mesianismo más arrabalero, que no pronostica nada bueno. Matteo Salvini conduce a su país a mayor inestabilidad de la que ya es norma en la política italiana o estira hasta extremos intolerables un problema humanitario con los migrantes en las operaciones del Open Arms. O, para no continuar con esta letanía, vemos a Bolsonaro con sus explicaciones y acusaciones, incluso con el recurso al colonialismo contra Macron, sobre algo tan serio como los incendios en la Amazonía.

Diagnosticar y dar respuesta al problema es una exigencia para la estabilidad, tanto para la derecha como para la izquierda

PROFUNDIDAD

¿Cómo se explica que el electorado vote a estos personajes y acepte, cuando no aplaude, estas vulgares prácticas populistas? El profesor Antón Costas sitúa la causa en la crisis económica. Una consecuencia de la grave crisis que proyectó y dejó sobre amplias capas sociales sus perversos efectos negativos. Un sector de las clases medias ha quedado situado en el precipicio de la pobreza como horizonte más próximo. Un pilar de estabilidad, logro de la Europa de posguerra, queda minado en sus bases. Algunos políticos en su irresponsabilidad ni se inmutan. Pudiéramos estar, segunda opción que contempla Antón Costas, ante un cambio de raíz cultural. La profundidad en la que enraíza este populismo, con pérdida o cuestionamiento de valores y normas de las democracias liberales, supondría su probable permanencia en el tiempo e implicaría un serio riesgo para la estabilidad y continuidad de las sociedades abiertas. Estas alertas se han disparado repetidamente. ¿Se aplican políticas de corrección?

Ante las perversidades sociales de la crisis, las formaciones tradicionales se resisten o niegan a aceptarlas como reales, a pesar de los datos que de forma reiterada muestran organismos internacionales u organizaciones como Cáritas. Prolongadas en el tiempo, va más de una década, acaban por crear una nueva cultura sociopolítica. Lo que era un accidente: descontento o malestar, se cronifica. Pasa de la caída de la confianza y esperanza en el sistema a frustración y resentimiento. La falta de oportunidades, la precariedad laboral, los bajos salarios y pérdida de poder adquisitivo o la acentuación de las desigualdades hasta lo indecente son caldo de cultivo de inestabilidad.

La imposibilidad de acceder a una vivienda, a pesar del bajo precio del dinero, y formar un hogar pertenece a la realidad de quienes accedieron al mercado laboral, o lo pretenden, desde que estalló la crisis. El diagnóstico de una crisis social no debería verse como un discurso de izquierda o derecha. Es una realidad de riesgo a la que hay que aplicar por interés general políticas de res puestas. El 'síndrome de China' no justifica levantar fronteras a lo Trump ni, en respuesta simplona, cargarse o demonizar el estado de bienestar.

La derecha que se dice constitucional, en lugar de hacer seguidismo de los extremismos debería aplicar los modelos que siguieron en Europa tras el final de la Segunda Guerra. O, si usted me lo permite, que observen más a la señora Merkel o a Macron y menos a los rancios extremismos patrios, que fueron parálisis, retroceso o enfrentamiento, nunca solución.

ENSANCHE

Hay otra vertiente que me permitirá apuntar. La refleja en un tiempo de crisis Stefan Zweig: "Siempre que el espacio se ensancha, el alma se tensa", afirma el autor austríaco en el ensayo que dedica a Montaigne. Lo escribió poco antes de suicidarse en Petrópolis, Brasil. Este tiempo actual nuestro es el de mayor ensanche del espacio que haya conocido la historia. Vivimos y nos movemos en una aldea o una urbe global. Ahí sitúan muchos la reacción defensiva chauvinista, nacionalista o incluso xenófoba, que renuncia al objetivo de compatibilizar lo local y lo global, como ya propuso hace años el profesor Manuel Castells.

La presión de la barbarie, de la guerra, del gregarismo como norma dominante de conducta y la amenaza real para la libertad individual explica el trágico final del autor austríaco en 1942. La realidad de un entorno social y de presión contra la libertad individual que vive Zweig, con la persecución nazi y la Guerra Mundial, no es muy diferente a la que experimentó el autor de Les Essais, con los fanatismos y las guerras de religión. La cuestión, señor director, radica en ver si el entorno y la cultura política dominante hoy marcan líneas de intolerancia gregaria, de amenaza para la libertad individual y de regreso a la tribu frente al ensanchamiento del mundo. Ver, en definitiva, si el populismo que se expande es solo consecuencia de la crisis económica o de un cambio de cultura sociopolítica que deja como herencia un mal diagnóstico y un mal tratamiento dado a la crisis.

Hay demasiados estómagos agradecidos que piden resignada aceptación. Es renunciar al deber y a transmitir una herencia al menos como la que recibimos. El periodismo, aunque no le correspondan los grandes diagnósticos, ha de estar atento a los signos que marquen línea de riesgo. Y mostrarlos. Atentamente.

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