Mal de muchos, consuelo de muchos
NO SÉ NADA de instalaciones eléctricas. Todos mis conocimientos sobre la electricidad pertenecen al plano teórico. Conozco las propiedades físicas del campo electromagnético. Me interesa especialmente la electrodinámica cuántica. Comprendo la importancia de la configuración electrónica de los átomos. Entiendo el concepto de carga eléctrica. Incluso el de corriente eléctrica. Sé cómo se comportan los protones y los electrones. Pero no tengo ni idea de qué hay que hacer cuando, un día cualquiera, de repente saltan los plomos y se va la luz. En asuntos prácticos, a los míos les resulto tan útil como una vieja enciclopedia.
Cuando hace unos días leí que Argentina y Uruguay se habían quedado sin luz pensé que debía tratarse de una broma. ¿Cómo pueden quedarse sin luz dos países enteros? ¿Qué cable ha fallado? ¿Qué enchufe se ha roto para provocar semejante apagón? Si tuviese que encargarme de solucionar ese problema no sabría ni por dónde empezar. Imagino a un operario de la compañía eléctrica levantando una tapadera de metal en algún lugar de La Pampa y diciendo: "Efectivamente, lo que yo pensaba, aquí está el problema". Resopla, se rasca la coronilla, introduce un destornillador en una ranura haciendo girar una ruedecita en el sentido de las agujas del reloj y de pronto regresa la luz en todo el país y el país vecino. Como por arte de magia. Hace tres años se estropeó una de las dos lámparas del pasillo de la entrada de mi casa y desde entonces nos arreglamos con la que queda. Ni siquiera me atrevo a quitar el plafón para ver qué pudo haber pasado. Temo que al hacerlo explote el microondas o se derrita la pantalla de la televisión del salón.
Y el motivo es que os sentís unidos por una circunstancia especial. Cuando algo le ocurre al mismo tiempo a muchas personas, es inevitable que estas se sienten intensamente conectadas por esa vivencia. Es un fenómeno que resulta evidente cuando lo que sucede es provechoso o positivo. La gente que estaba en la Plaza de Colón contemplando a través de una pantalla gigante cómo la selección española de fútbol ganaba la final del Mundial de Sudáfrica en 2010. Las personas que asistieron al discurso inaugural de Barack Obama en la ciudad de Washington el 20 de enero de 2009. Pero esa misma sensación de conexión se produce de igual modo cuando es la adversidad la que une a esas personas. Cuando la experiencia que las conecta es desagradable, triste o, sencillamente, molesta. Un apagón general de dos países enteros implica numerosos problemas, situaciones peligrosas y un clima general de incertidumbre, pero hay algo mágico en el hecho de haber sido una de las personas que formó parte de aquello. Son historias que todavía se cuentan décadas después.
Es extraño cómo funciona el sentimiento de pertenencia. Hay un refrán muy conocido que dice: "Mal de muchos, consuelo de tontos". Me parece un razonamiento desacertado y cruel. Es natural sentirse consolado cuando compruebas que las mismas circunstancias desdichadas por las que tú estás pasando afectan a más gente. Es natural encontrar cierto alivio en el grupo. Sentirse amparado por el colectivo. Ya se trate de quienes han vivido un apagón histórico, que no deja de ser un problema menor, o de quienes han sobrevivido a un desastre natural o a una crisis humanitaria. Mal de muchos, consuelo de muchos. Ese debería ser el refrán. Y quienes no están de acuerdo, quizá merecerían no poder compartir nunca la adversidad con nadie. Eso sí es una desgracia y no un apagón general.