Blog | Que parezca un accidente

Tiempo de felicidad

RESULTÓ SER una campaña de marketing. Una operación institucional destinada al fomento del turismo que se les terminó yendo de las manos. Pero el mundo creyó, porque quería creerlo, que los habitantes de la pequeña isla noruega de Sommaroy se habían propuesto eliminar el tiempo. Los relojes. Las alarmas. Las prisas. Los minuteros y los segunderos. Su petición formal al parlamento del país para que la isla fuese declarada oficialmente como "zona libre de horarios" se volvió viral. Desaparecerían los horarios escolares. Los horarios laborales. Los horarios sociales. Sería una vida sin cuadricular.Maruxa

En el vídeo que acompañaba a la iniciativa aparecían niños jugando al fútbol, adolescentes nadando, personas pintando su casa y cortando el césped. Todo ello a las dos de la mañana, bajo un sol radiante. Porque en la isla de Sommaroy, en el norte de Noruega, durante setenta días al año nunca se hace de noche. De igual forma que, al llegar el invierno, el sol se oculta y no vuelve a salir hasta tres meses después. ¿Qué inconveniente habría en dormir al mediodía, en plena noche cerrada, y trabajar de madrugada? ¿Por qué los niños tendrían que esperar hasta media mañana para salir de casa a jugar en verano, después de un montón de horas previas de luz, un montón de días previos de luz, un montón de semanas previas de luz?

Al mundo le sedujo la idea de aquellos románticos noruegos. La idea de una isla sin tiempo. Sin urgencias. Sin retrasos. Sin plazos. Un lugar en el que no existiese la impaciencia, por definición. Pero el mundo no se detuvo a pensar que el tiempo no solo acarrea demoras, prescripciones y aplazamientos. No solo trae consigo prisas y enfados y ansiedades. Una agenda no solo se llena con obligaciones molestas y responsabilidades aburridas. En el calendario también hay ilusiones por venir, fechas esperadas, alegrías subrayadas con bolígrafo y rodeadas en rojo. Sin embargo, si no hay tiempo ni relojes, tampoco hay minutos ni hay horas. Y cuando no existen las horas, no existen los días. Si a las dos de la mañana cortas el césped o trabajas, no estás trabajando ayer, pero tampoco lo estás haciendo mañana. El día nunca comienza y nunca acaba. Es lo mismo anteayer que pasado mañana. Te despiertas a mediodía sin saber qué hora es y continúa siendo la misma jornada. ¿Cuándo llega exactamente esa fecha tan esperada, esa alegría por venir, con tanta ilusión subrayada? ¿Cuándo es exactamente hoy y cuándo es exactamente mañana? No hay relojes. Ni agendas. Ni calendarios. Ni nada.

Porque la vida es, sobre todo, tiempo. Consiste precisamente en eso. El tiempo es la corriente en la que ocurren las cosas. Las buenas y las malas. En él hay tristezas, problemas y disgustos, pero también hay felicidad. Y sobre todo hay en el tiempo una clase especial de felicidad que existe solamente porque existe el tiempo. Y los relojes. Y el calendario. Es la felicidad previa a las cosas felices que sabes que van a pasar. La felicidad anterior a la felicidad. La felicidad de saber que se acerca la felicidad. Se refería a ella hace poco Kiko Novoa al recordar una entrevista que le hizo a Eduard Punset, en la que el escritor y divulgador científico le dijo: "La felicidad es eso que está en la sala de espera de la felicidad". Y esa clase de felicidad, la que sientes justo antes de los momentos que tanto esperas que lleguen, no podría existir de ningún modo si no existiese el tiempo. Si no pudieses contar los días y las horas y los minutos. Si no pudieses ponerte impaciente. Y nervioso. Si no supieses en qué parte de esa larga noche de tres meses o de ese largo día de diez semanas estás.

Yo no quiero un mundo sin tiempo. Y los habitantes de la isla de Sommaroy, tampoco. De qué sirve la felicidad de no tener horarios, de poder trabajar y cortar el césped y nadar y jugar al fútbol a las dos de la mañana, si no puedes echar un vistazo al reloj y saber que en dos horas ella llegará a casa. Si no puedes pasar las páginas de tu agenda e ilusionarte porque en seis días comienzan tus vacaciones. Si no sabes que en veinte minutos es Año Nuevo. Si no puedes señalar en un calendario, lleno de nervios y de ilusión, bien remarcada con color rojo, la fecha de tu boda. Cuánta felicidad desaparece si desaparece la cuenta atrás.Resultó ser una campaña de marketing para promocionar el turismo en el norte de Noruega.

Para presentar la isla de Sommaroy como un paraíso sin tiempo. Un paraíso de la felicidad. Me pregunto qué habría sucedido de haber sido todo cierto. Imagino a alguno de los habitantes de la isla recibiendo con entusiasmo la confirmación oficial. "Estoy deseando que llegue el fin del tiempo. Sólo quedan siete días. Qué nervios tengo". Sin darse cuenta de que eso era exactamente lo que estaba perdiendo.

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