Blog | El portalón

No éramos nosotros

Nos vamos cruzando y sacando de esos encuentros la percepción contraria a la del otro

EN JULIO de 1985 Bret Easton Ellis, un universitario que había publicado su primera novela un mes antes, cogió un tren a Manhathan para quedar en el bar del hotel Algonquin con Tina Brown, entonces influyente editora de Vanity Fair. Ella le había citado para encargarle un perfil de Judd Nelson, uno de los actores del Brat Pack, el que interpretó al chaval bala perdida en El Club de los Cinco.

Ilustración para el blog de María Piñeiro. MARUXALeo en ‘Blanco’ sobre este encuentro. Ellis dice que se sintió "intimidado". Él tenía 25 años y Brown, "una mirada con la intensidad del rayo láser". Ella le pareció "exigente" y la revista, "extraordinariamente glamurosa". Brown insistió en que Nelson era "repelente" y que sería muy interesante leer lo que Ellis tuviera que escribir sobre él. Este no sabía muy bien qué pensar ni sobre el actor ni sobre el encargo. Se fue preocupado por haber aceptado algo que no sabía si iba a gustarle a la editora.

Los 80 y los principios de los 90 fueron para el periodismo, como para tantas otras cosas, una de esas épocas míticas, que plantaron en las influenciables cabezas de los miembros de la generación X y posteriores un estándar inalcanzable. O eres de sus inicios y empezaste a publicar pronto, como Ellis, o nunca conoces tal cosa. Lo que quiero decir es que, poco después de salir del hotel, le llamó su agente para contarle que Vanity Fair le iba a pagar "la hostia de pasta".

Quedó entonces con el actor y le cayó fenomenal. Le contó lo que buscaba en realidad la editora, un perfil que lo pintara como cretino y tocanarices, y juntos decidieron proponer una alternativa: una guía por el Los Ángeles más ‘cool’, los sitios a los que verdaderamente iban los jóvenes modernos cuando salían. Brown aceptó encantada y envió a un fotógrafo a retratar a escritor y actor en esos sitios. En realidad, lo que hicieron fue seleccionar algunos de esos lugares, sí, pero mezclándolos con otros completamente desfasados, cero modernos, una paletada. Salieron páginas y páginas en la revista alabando restaurantes o bares pasadísimos. Ellis no acaba de explicar por qué hizo eso pero asumo que le había molestado cómo Brown lo había pastoreado, encargándole un trabajo y un cómo, plantándole una visión en la cabeza.

Pocas cosas me gustan más que las lecturas cruzadas, hacer la autopsia de un encuentro a través de ese interrogatorio policial extremo que es leer a sus protagonistas describiéndolo. Voy entonces a los diarios de Tina Brown y busco su cita con Ellis. Cuenta que quiso conocerle porque había leído la novela y admirado sus diálogos. Se encontró a un joven "pensativo, sensible y de ojos tiernos". Le encargó el perfil de un actor de moda para que dirimiese cuánto tenía de marketing y cuánto de verdadero talento, salió convencida de que a Ellis le había entusiasmado la idea.

Cree que ese es el auténtico trabajo de una editora: hacer que la gente acepte hacer cosas que no creían que podían hacer. Dice que le chifla conocer a escritores y escuchar lo que les bulle en la cabeza. Admite que está harta de cuánto se insiste en que ha logrado crear un ‘runrún’ para una revista que estaba de capa caída; le parece un término despectivo porque cree que lo que está consiguiendo es "fidelizar" al lector. Está convencida de que si fuera un hombre no andarían a vueltas todo el día con el puñetero ‘runrún’. Confiesa que no está pasando una buena temporada, su médico le ha prescrito unas pastillas porque cree que tiene depresión.

Y ahí, creo, está todo. La ceguera con la que vamos por la vida, lo muchísimo que nos cuesta entendernos. Cómo vamos cruzándonos entre nosotros y sacando de esos encuentros exactamente lo contrario de lo que extrae aquel con quien nos cruzamos. No algo distinto, lo contrario. Y luego nos nos escandalizamos, nos hacemos de cruces cuando conocemos su versión, que es como si nos hablasen de otra gente. De gente que no éramos nosotros. No pienso en otra cosa.