A modo de cuento (parte I)
YO SOY un bar de carretera al que le pusieron la autovía dos pasos más allá, donde alcanza la vista pero no la mano, con lo que el contacto queda perdido para siempre. Ese lugar, que se creyó invencible, soy yo. Aquí solo llegan los nostálgicos y los que no irán ya nunca a ninguna parte. Ves pasar los coches desde la barra y es una lejanía cercana que duele, que corta. Una vez estuviste, y fuiste, ahora dejas que sean otros porque tu posición ya no merece una mirada.
Al principio, luché. La soledad, creía, tenía que ver con la suerte y con la actitud. Lo creía porque la situación era nueva y yo poseía la fuerza y la seguridad que te da el éxito. La autovía es un contratiempo, pero no es una derrota. Y yo, en principio, no estoy en contra del progreso, que es capaz de dar luz a universos inexistentes. He de reconocer, sin embargo, que todo lo que apareció ante mí fue caos, fue derrota. Quizá destino. Si eres un deslumbrante bar de carretera, único paso de viajeros que cumplen con sus compromisos diarios, que van y vienen por una vía atestada, lo que te ocurre de pronto, al desaparecer todo eso, da miedo. Porque repentinamente la vida se queda ahí, en el punto en que todo iba bien y tú no tenías de qué preocuparte. Y como todo sucede muy deprisa, los primeros tiempos son confusos y las reacciones llegan tarde.
Poco tiempo después, encargué un luminoso. A mí me parecía enorme aunque en la tienda me enseñaron modelos gigantescos que eran también, creo yo, una mala señal. Recé un poco para no tener que llegar a ellos en el futuro. La luz de las letras hacía daño de cerca, pero claro, estaba pensado para verlo sin ninguna dificultad desde la autovía. Surtió efecto los primeros días y yo me puse contenta hasta el punto de olvidar momentáneamente el vacío que queda cuando te dejan sin otra explicación que la desidia. La flecha también tenía luz y esta vez sí que era grande. Ni había pérdida, ni había excusa. Pensé. Y sonreí. Como hacía tiempo que no pasaba, sentí un bienestar que me devolvió el equilibrio perdido. Si lo único que cambia, seguí pensando, es que él ya no está, y lo demás permanece, entonces no es tan grave. Y por un tiempo me ilusioné, porque los coches se desviaban, porque lo de la luz funcionaba, porque las letras todavía significaban algo así como: "Allí está. Vamos". Eso ya era suficiente para mí.
Pero estaba equivocada. Suficiente hubiera sido lo de antes, y lo de antes no lo iba a volver a tener.
Me costó aceptar eso, aún no sé si lo he hecho. Si se puede, quiero decir. Empiezas por asumir que has perdido y terminas pensando a saber qué cosa de ti.